El tiempo pasaba y la situación se volvía cada vez más desesperada. Ronald, ahora fuera de peligro inmediato, comenzó a planear cómo encontrar y rescatar a Elena. Con la ayuda de sus contactos y de investigadores privados, comenzó a seguir cada pista posible.
En la celda, Samuel se debatía entre el arrepentimiento y el miedo. Sabía que sus acciones habían llevado a esta situación y que, de alguna manera, debía enmendar sus errores. Sin embargo, su temor a los secuestradores lo paralizaba. ¿Cómo podría salvar a Elena sin arriesgar su propia vida?
Fue entonces cuando recibió un mensaje a través de un teléfono que uno de los secuestradores había dejado a propósito.
—Tenemos a Ronald. Ahora es tu oportunidad de redimirte. Consigue que Elena no recuerde nada y serás libre.
Samuel, sintiendo una mezcla de alivio y horror, comprendió que su situación era más precaria de lo que había imaginado. Debía encontrar una forma de salvar a Elena, aunque eso significara enfrentarse a los secuestradores y arriesgar su propia vida.
Con Ronald recuperándose y la familia Wilson buscando desesperadamente a Elena, el tiempo se agotaba. Los secuestradores, cada vez más impacientes, comenzaron a presionar a Samuel para que cumpliera con su parte del trato.
—Si no actúas pronto, ambos pagarán el precio —le advirtieron.
Samuel, sabiendo que no podía seguir huyendo de sus responsabilidades, tomó una decisión. Debía salvar a Elena, no importaba el costo. Con determinación renovada, comenzó a trazar un plan, uno que lo pondría en un peligro aún mayor, pero que podría ser la única oportunidad para redimir sus errores y salvar a su hermana.
Elena, en su estado confuso, comenzó a tener destellos de claridad. Recordaba el rostro de Ronald y el sentimiento de amor y protección que él siempre le había brindado. Estos destellos de memoria le daban fuerzas para luchar contra los efectos de la droga.
Samuel, por otro lado, se preparaba para el enfrentamiento final. Sabía que no había vuelta atrás y que debía enfrentarse a los secuestradores para salvar a Elena y, quizás, encontrar una forma de reconciliarse con su pasado y con su hermana.
Elena fue llevada a otra ciudad, una metrópolis bulliciosa donde nadie la conocía. Los secuestradores, asegurándose de que no pudiera recordar su vida anterior, le inyectaron repetidamente la droga que borraba sus recuerdos. Le dieron una nueva identidad: ahora era María, una mujer sin pasado, sin familia, sin historia.
Sin embargo, lo que los secuestradores no sabían era que Elena estaba embarazada. La vida dentro de ella luchaba por sobrevivir, una pequeña chispa de esperanza en medio de la oscuridad.
Samuel, consumido por la culpa y el deseo de redención, había conseguido un celular durante un descuido de los secuestradores. Desesperado por hacer lo correcto, intentó enviar la ubicación de Elena a Ronald. Sus manos temblaban mientras escribía el mensaje, sabiendo que esta era su última oportunidad para redimirse.
Envió el mensaje y esperó, su corazón latiendo con fuerza. Pero lo que Samuel no sabía era que el celular era una trampa. Los secuestradores lo habían dejado a propósito para probar su lealtad. El mensaje no llegó a Ronald; en su lugar, fue redirigido a un servidor controlado por los secuestradores.
—Lo siento, Elena —murmuró Samuel, sintiendo el peso de su traición final.
Los secuestradores, furiosos por su intento de traición, no tuvieron piedad. Samuel fue ejecutado, su vida arrebatada en un oscuro rincón del escondite. Su último pensamiento fue para Elena y el hijo que nunca conocería.
Mientras tanto, Elena vivía como María, ajena a su verdadera identidad. Los secuestradores la mantenían bajo estricta vigilancia, asegurándose de que no tuviera contacto con nadie que pudiera ayudarla a recordar. Le dieron un trabajo sencillo y una vida monótona, esperando que su mente permaneciera en blanco.
Pero el embarazo de Elena comenzó a notarse. Aunque no recordaba su pasado, su instinto maternal despertaba con fuerza. Sentía una conexión profunda con el bebé que crecía dentro de ella, una conexión que los secuestradores no podían romper.
Elena, ahora conocida como María, vivía una vida monótona en una ciudad desconocida. Su apariencia había cambiado drásticamente debido a las cirugías que los secuestradores le hicieron para asegurarse de que no fuera reconocida. Su cabello, una vez largo y oscuro, ahora era corto y rubio. Sus ojos, antes llenos de vida, ahora mostraban una tristeza constante.
A medida que los meses pasaban, el embarazo de María avanzaba, y aunque no recordaba nada de su vida anterior, sentía una conexión profunda con el bebé que llevaba en su vientre. Cada día, acariciaba su vientre, sintiendo una mezcla de alegría y tristeza, como si algo importante estuviera siempre fuera de su alcance.
Ronald no se dio por vencido en su búsqueda de Elena. Había puesto una recompensa considerable por cualquier información que condujera a su paradero y distribuido fotos de ella por todos los medios posibles. Sin embargo, nadie parecía saber nada sobre ella. La mujer que ahora era María no se parecía en nada a Elena debido a las cirugías, y los esfuerzos de Ronald parecían ser en vano.
En su desesperación, Ronald contrató a los mejores detectives y utilizó todos los recursos a su disposición. Su vida se convirtió en una búsqueda constante, marcada por la frustración y la esperanza cada vez más tenue de encontrar a su esposa.
Un día, mientras revisaba los informes de posibles avistamientos, Ronald recibió un informe de un detective que había seguido una pista hasta una ciudad lejana. El detective había encontrado a una mujer embarazada cuya descripción no coincidía del todo con Elena, pero algo en su instinto le decía que debía investigar más.
Ronald decidió seguir esa pista, aunque apenas era una esperanza remota. Al llegar a la ciudad, comenzó a preguntar discretamente por una mujer embarazada que pudiera ser Elena. A pesar de los cambios en su apariencia, esperaba que algún rastro, algún detalle, lo llevara a ella.
Mientras tanto, María continuaba su vida en la ciudad. Trabajaba en una pequeña tienda y vivía en un modesto apartamento. Aunque no recordaba su pasado, había desarrollado una rutina que le daba cierta tranquilidad. Sin embargo, la sombra de su amnesia la perseguía constantemente.
Un día, mientras trabajaba en la tienda, sintió una extraña sensación, como si alguien la estuviera observando. Miró alrededor, pero no vio a nadie. Sin embargo, la sensación persistió, y un vago sentimiento de familiaridad la invadió.
Ronald, quien había estado siguiendo la pista del detective, llegó a la tienda donde María trabajaba. Al entrar, la vio y sintió un golpe en el pecho. Aunque su apariencia era diferente, algo en sus ojos le dijo que era ella.
—Elena... —murmuró para sí mismo, su corazón latiendo con fuerza.
María lo miró con confusión cuando se acercó al mostrador.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó, su voz temblorosa.
Ronald tragó saliva, luchando por mantener la calma. —Perdona, es que... te pareces mucho a alguien que conozco.
María frunció el ceño, sintiendo una extraña mezcla de miedo y esperanza. —Lo siento, creo que me confundes con otra persona.
Ronald notó la incomodidad en sus ojos y decidió no presionarla. —Lo siento, fue un error —dijo, retrocediendo lentamente.