Elena fue llevada a una ciudad distante, sus manos atadas y su corazón lleno de desesperación. La furgoneta en la que viajaba atravesaba carreteras desconocidas, mientras ella miraba por la ventana, tratando de asimilar la magnitud de la traición de Samuel.
Mientras tanto, Ronald fue llevado a una celda oscura en un lugar desconocido. Sus manos y pies fueron encadenados para asegurarse de que no intentara ninguna tontería. La celda era fría y húmeda, con paredes de concreto que amplificaban cada sonido. Ronald, aunque herido y debilitado, mantenía una expresión de feroz determinación. Sabía que debía encontrar una manera de salir de allí y salvar a Elena.
Pasaron varios días antes de que los secuestradores se comunicaran para pedir un rescate por Ronald. Durante ese tiempo, Ronald evaluó cada detalle de su entorno, buscando posibles rutas de escape. Cada sonido y movimiento en el exterior de la celda era analizado meticulosamente, esperando una oportunidad para liberarse.
En la ciudad donde llevaron a Elena, fue encerrada en una casa abandonada y vigilada constantemente. Sus intentos de hablar con los secuestradores fueron ignorados, y cualquier resistencia era respondida con amenazas. Elena sabía que debía mantenerse fuerte, tanto por ella misma como por Ronald.
Una noche, uno de los secuestradores, un hombre de mediana edad con una cicatriz en el rostro, se acercó a la celda de Ronald. Llevaba una linterna y una sonrisa sarcástica.
—Buenas noches, señor Wilson —dijo, iluminando el rostro de Ronald con la linterna—. Es hora de que su familia pague por su libertad.
Ronald lo miró con frialdad, sin mostrar temor.
—No conseguirán nada —respondió Ronald—. Mi familia no negocia con criminales.
El hombre se rió, divertido por la resistencia de Ronald.
—Veremos cuánto tiempo mantienes esa actitud. Tu querida esposa está en buenas manos, por ahora. Pero eso puede cambiar muy rápido si no cooperas.
Ronald sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar sobre Elena. Sabía que los secuestradores usarían cualquier táctica para doblegarlo, pero no podía dejar que lo manipularan.
En los días siguientes, Ronald recibió visitas esporádicas de sus captores, cada una con amenazas veladas y promesas de liberar a Elena si cooperaba. A pesar de su situación, Ronald se mantuvo firme, decidido a no ceder ante sus demandas.
Mientras tanto, en la casa abandonada, Elena pasaba sus días en soledad, pensando en Samuel y en cómo todo había salido tan mal. Una tarde, mientras miraba por la ventana, recordó momentos de su infancia, intentando encontrar algún indicio de bondad en su hermano que le diera esperanza.
Elena estaba sumida en sus pensamientos cuando escuchó la puerta abrirse. Giró la cabeza y vio a Samuel entrar, con una expresión que reflejaba una mezcla de culpa y determinación.
—Samuel, ¿por qué hiciste esto? —preguntó Elena, su voz quebrada por la desesperación—. ¿Cómo pudiste traicionarnos de esta manera?
Samuel bajó la mirada, incapaz de sostener la mirada de su hermana.
—No quería que esto pasara, Elena. No así. Pero no tenía otra opción —respondió, su voz cargada de arrepentimiento.
Elena lo miró con incredulidad.
—Siempre hay una opción, Samuel. Siempre.
Samuel, sintiendo el peso de sus acciones, se acercó a Elena y la tomó de las manos.
—Voy a sacarte de aquí, Elena. Te lo prometo. Pero necesito tiempo para planearlo. Confía en mí, por favor.
Elena, aunque dudaba de las verdaderas intenciones de Samuel, decidió darle una última oportunidad. Sabía que, en el fondo, él seguía siendo su hermano, y quizás aún había una chispa de bondad en él.
Mientras tanto, los secuestradores finalmente hicieron su movimiento y contactaron a la familia de Ronald para exigir un rescate. Las negociaciones comenzaron, y la tensión crecía con cada día que pasaba. La vida de Ronald y Elena dependía de las decisiones que se tomaran en esos momentos críticos.
Ronald, encadenado en su celda, mantenía la esperanza de que Elena estuviera a salvo. Sabía que debía mantenerse fuerte, tanto física como mentalmente, para cualquier oportunidad que pudiera surgir. Sus pensamientos estaban enfocados en encontrar una manera de escapar y reunirse con Elena, mientras los secuestradores jugaban su juego peligroso.
En la casa abandonada, Samuel continuaba buscando una forma de redimirse y sacar a Elena de ese infierno. La culpa y el dolor por sus acciones lo consumían, pero estaba decidido a hacer lo correcto, aunque eso significara arriesgar su propia vida.
Los secuestradores pidieron doscientos millones de dólares en forma de criptomoneda, conscientes de que esta transacción sería prácticamente imposible de rastrear. La familia Wilson, temiendo por la vida de Ronald y Elena, tomó la difícil decisión de cumplir con las demandas de los secuestradores. No podían permitir que sus seres queridos permanecieran en peligro y posiblemente perdieran la vida.
Después de recibir el p**o, los secuestradores abandonaron el lugar donde mantenían cautivo a Ronald y enviaron una coordenada con su ubicación a la familia Wilson. Al mismo tiempo, se encargaron de Samuel y le inyectaron una droga a Elena destinada a provocarle la pérdida de memoria.
Ronald, encadenado y debilitado por días de encierro, escuchó movimientos en el exterior de su celda. La puerta se abrió con un chirrido y, aunque sus ojos estaban acostumbrados a la oscuridad, pudo distinguir las siluetas de los secuestradores.
—Hora de irse, señor Wilson —dijo uno de ellos con una sonrisa sardónica.
Sin fuerzas para resistirse, Ronald fue levantado y llevado fuera de la celda. La luz del sol lo cegó momentáneamente cuando salió al exterior. Fue dejado en un lugar desolado, sus manos aún atadas, mientras los secuestradores desaparecían rápidamente.
Mientras tanto, con Elena y Samuel
Elena, bajo los efectos de la droga, empezó a sentir que sus recuerdos se desvanecían. Su visión se nublaba y su mente se volvía confusa. Samuel, por su parte, estaba siendo conducido a una habitación separada.
—Samuel, tienes una última oportunidad para redimirte —dijo uno de los secuestradores, un hombre corpulento con una cicatriz en la mejilla—. Si fallas, sabrás las consecuencias.
Samuel, asustado y desesperado, asintió en silencio. Sabía que los secuestradores no se detenían ante nada y que su propia vida también estaba en juego. Lo llevaron a una celda diferente, dejándolo solo con sus pensamientos.
—¿Qué he hecho? —murmuró Samuel para sí mismo, sintiendo una mezcla de arrepentimiento y desesperación.
La familia Wilson, con la coordenada en mano, organizó rápidamente un equipo de rescate. Ronald fue encontrado exhausto y herido, pero vivo. Lo llevaron de inmediato a un hospital para recibir atención médica. Su primer pensamiento al despertar fue para Elena.
—¿Dónde está Elena? —preguntó con voz débil a su familia.
—Aún no la hemos encontrado, pero estamos haciendo todo lo posible —respondió uno de sus hermanos, tratando de calmarlo.
Ronald cerró los ojos, agotado pero determinado a no perder la esperanza. Sabía que cada minuto contaba y que debían encontrar a Elena antes de que fuera demasiado tarde.
Elena, cada vez más perdida en la niebla de la droga, intentaba aferrarse a fragmentos de su pasado. Las caras, los nombres y los lugares se mezclaban en su mente, volviéndose borrosos e indistinguibles. Los secuestradores la mantenían bajo vigilancia constante, asegurándose de que la droga hiciera efecto completo.
—Pronto no recordará nada —dijo uno de los secuestradores, observando a Elena desde la puerta.