Desesperación y Decadencia

1198 Words
María estaba sentada en la pequeña habitación, abrazando a su bebé y tratando de calmar su respiración agitada. Había un constante nudo de ansiedad en su estómago desde que llegó, pero la presencia de su hijo la mantenía firme. Diego entró, su rostro sereno pero con una pizca de urgencia en sus ojos. —María, tenemos que movernos otra vez —dijo Diego, cerrando la puerta tras de sí—. Es por la seguridad de ambos. Aquí no estaremos seguros por mucho tiempo. María lo miró con desconfianza, recordando todo lo que había pasado. —¿Por qué? ¿No dijiste que este lugar era seguro? Diego suspiró, acercándose lentamente. —Lo era, pero no por mucho tiempo. Ronald tiene recursos y no tardará en rastrear este lugar. Tenemos que ir a un sitio más seguro, más permanente. Pero hay un problema. Para trasladarnos de manera segura, necesito que confíes en mí una vez más. María estrechó a su bebé contra su pecho, temiendo lo que vendría. —¿Qué quieres decir? —Tenemos que sedarte —dijo Diego, su tono suave pero firme—. No podemos arriesgarnos a que te pongas nerviosa o a que el bebé llore durante el traslado. Es la única forma de asegurar que lleguemos sin ser detectados. María sintió una oleada de pánico. La idea de ser sedada y no tener control la aterrorizaba, pero su amor por su hijo y la desesperación por mantenerlo a salvo la llevaron a considerar la propuesta. —¿Cuánto tiempo estaré sedada? —preguntó, su voz temblorosa. —Solo unas pocas horas —respondió Diego—. Prometo que estarás a salvo y que despertarás en un lugar seguro, donde podrás empezar de nuevo. Confiaste en mí para encontrar a tu hijo. Te pido que confíes en mí una vez más. María miró a su bebé, que dormía plácidamente en sus brazos. Sabía que cualquier decisión que tomara debía ser por el bien de su hijo. Asintió lentamente, sintiendo una mezcla de miedo y resignación. —Está bien. Confío en ti. Diego asintió, visiblemente aliviado. —Gracias, María. Prometo que esto es lo mejor para ustedes. El Traslado Diego preparó una jeringa con un sedante suave. María, con el corazón latiendo rápido, dejó que le inyectara el líquido en el brazo. Poco a poco, sintió cómo sus párpados se volvían pesados y su visión se nublaba. —Descansa, María. Cuando despiertes, todo estará bien —fue lo último que escuchó antes de sucumbir al sueño. Mientras Tanto, en el Hospital Ronald estaba revisando los informes con Martín. La búsqueda de María y el bebé continuaba, pero el tiempo se estaba agotando. —Tenemos que encontrar otra pista —dijo Ronald, su voz cargada de desesperación—. No podemos perder más tiempo. Martín, que estaba analizando las comunicaciones, levantó la vista. —He interceptado una transmisión que podría ser útil. Parece que hay movimiento inusual en una región cercana. Podría ser una pista. Ronald asintió, sabiendo que cualquier cosa era mejor que quedarse sin hacer nada. —Vamos a investigar. No podemos permitirnos fallar. Nuevo Refugio María despertó en una habitación desconocida. Sentía la mente aturdida, pero la visión de su bebé en una cuna cercana la tranquilizó un poco. Se sentó lentamente, tratando de orientarse. La puerta se abrió y Diego entró, sonriendo con alivio al verla despierta. —¿Dónde estamos? —preguntó María, su voz ronca. —En un lugar seguro —respondió Diego—. Este será tu nuevo hogar. Aquí estarás a salvo de Ronald y de cualquier peligro. Prometo que cuidaremos de ustedes. María miró alrededor, observando la habitación más grande y confortable que la anterior. A pesar de sus miedos y dudas, una parte de ella quería creer que finalmente estarían seguros. Ronald estaba revisando los informes con Martín. La búsqueda de María y el bebé continuaba, pero el tiempo se estaba agotando. —Tenemos que encontrar otra pista —dijo Ronald, su voz cargada de desesperación—. No podemos perder más tiempo. Martín, que estaba analizando las comunicaciones, levantó la vista. —He interceptado una transmisión que podría ser útil. Parece que hay movimiento inusual en una región cercana. Podría ser una pista. Ronald asintió, sabiendo que cualquier cosa era mejor que quedarse sin hacer nada. —Vamos a investigar. No podemos permitirnos fallar. Ronald y su equipo siguieron la pista que habían encontrado. Con cada kilómetro que recorrían, la tensión aumentaba. Finalmente llegaron al punto de origen de la transmisión. Era una casa grande y aislada en las afueras de la ciudad. Ronald sintió un rayo de esperanza al acercarse. —Esta es la dirección —dijo Martín, mirando su dispositivo. Se acercaron con cautela, preparados para cualquier cosa. Ronald dirigía al equipo con determinación, su corazón acelerado por la posibilidad de encontrar a su hijo y a María. Sin embargo, al entrar, se dieron cuenta de que el lugar estaba completamente vacío. No había muebles, ni personas, ni vigilancia. Solo paredes desnudas y habitaciones desiertas. —No puede ser —murmuró Ronald, recorriendo la casa con desesperación—. ¿Dónde están? Martín revisó cada rincón, buscando alguna pista. —Está vacío, señor. No hay nada que podamos usar. Ronald golpeó una pared con frustración. —¡Tienen que haber dejado algo! El equipo buscó minuciosamente, pero no encontraron nada que pudiera llevarlos al próximo destino. Ronald se sintió abrumado por la desesperación, sabiendo que cada minuto contaba y que estaban un paso atrás de los secuestradores. Los días se convirtieron en semanas, y Ronald se encontró sumido en una espiral de desesperación. La ausencia de María y su hijo lo consumía. Cada pista que seguía resultaba en un callejón sin salida, y cada fracaso aumentaba su frustración. La impotencia y el dolor eran insoportables. Ronald comenzó a buscar consuelo en el alcohol. Al principio, era solo un par de tragos para calmar los nervios, pero pronto se convirtió en una adicción. Las botellas vacías se amontonaban en su oficina y en su casa, reflejando su estado de ánimo deteriorado. Pasaba más tiempo bebiendo que buscando a su familia, y sus empleados empezaron a notar su falta de compromiso. Martín intentaba mantener las operaciones en marcha, pero la ausencia de Ronald en su mejor forma era evidente. Un día, Martín decidió confrontarlo. —Ronald, no podemos seguir así. Necesitamos tu liderazgo. Tenemos que seguir buscando a María y a tu hijo —dijo Martín, entrando en la oficina de Ronald, encontrándolo con una botella de whisky a medio vaciar. Ronald levantó la vista con ojos vidriosos. —¿De qué sirve todo el dinero, toda la influencia, si no puedo encontrar a mi familia? —su voz estaba cargada de amargura y desesperación. Martín suspiró, sabiendo que las palabras no serían suficientes. —Entiendo que estés sufriendo, Ronald, pero rendirse no es una opción. Si no lo haces por ti, hazlo por ellos. Mientras tanto, María y su bebé se adaptaban a su nuevo entorno. Aunque el lugar era seguro, María no podía evitar sentirse prisionera. Diego la visitaba regularmente para asegurarse de que estuviera bien y para planificar su próximo movimiento.
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