Diego observó a María con una mirada preocupada mientras ella alimentaba a su bebé en la cómoda sala del nuevo refugio. Aunque había hecho todo lo posible por asegurarles un entorno seguro, sabía que la incertidumbre seguía pesando sobre ellos.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Diego, tomando asiento cerca de ella.
María suspiró, apartando la vista de su hijo para mirar a Diego. —Es difícil sentirse segura en cualquier lugar. Siempre hay ese temor de que Ronald nos encuentre.
Diego asintió, comprendiendo su preocupación. —Lo entiendo. Pero estamos haciendo todo lo posible para mantenerlos a salvo. Este lugar es mucho más seguro que el anterior.
María frunció el ceño, recordando sus últimos traslados. —¿Y cuánto tiempo estaremos aquí antes de tener que movernos otra vez?
Diego se inclinó hacia adelante, tratando de transmitir sinceridad. —No puedo prometerte nada definitivo, María. Pero hemos tomado muchas más precauciones esta vez. Tenemos un equipo monitoreando la situación constantemente.
María observó a su bebé, que había terminado de alimentarse y estaba empezando a dormirse en sus brazos. —Quiero creer en ti, Diego. Pero todo esto... es demasiado. ¿Por qué Ronald no nos deja en paz?
Diego suspiró profundamente. —Ronald tiene sus razones, María. No son justas ni correctas, pero su obsesión por encontrarte no va a desaparecer pronto.
María sintió una oleada de frustración. —¿Y qué hay de nuestra vida normal? ¿De poder salir sin miedo? ¿De darle a mi hijo una infancia feliz?
Diego la miró con tristeza. —Lo sé, y eso es lo que más lamento. Pero tenemos que tomar las decisiones difíciles ahora para asegurar ese futuro para él.
De repente, la puerta se abrió y uno de los guardias de seguridad de Diego entró apresuradamente.
—Diego, tenemos noticias —dijo el guardia con seriedad—. Hay actividad sospechosa cerca de uno de nuestros puestos de vigilancia.
Diego se puso de pie de inmediato. —¿Han sido detectados?
El guardia negó con la cabeza. —No, pero están cerca. Necesitamos reforzar las medidas de seguridad.
María se tensó, su miedo y ansiedad aumentando. —¿Qué significa eso? ¿Estamos en peligro?
Diego se acercó a ella y tomó su mano. —Significa que debemos estar más alerta, pero no estamos en peligro inmediato. Confía en nuestro equipo, María. Estamos preparados para esto.
Mientras tanto, en el despacho de Ronald, la situación seguía deteriorándose. Martín se había quedado hasta tarde una vez más, intentando mantener el ritmo de la búsqueda.
—Ronald, tenemos una pista nueva —dijo Martín, entrando en la oficina con un mapa en la mano—. Parece que hay una actividad inusual en una propiedad rural. Podría ser lo que estamos buscando.
Ronald, con una mirada cansada y el rastro del alcohol en su aliento, se incorporó. —¿Estás seguro?
—No podemos estar seguros hasta que lo verifiquemos, pero no podemos dejar pasar ninguna oportunidad —respondió Martín con firmeza.
Ronald asintió, tratando de despejar su mente. —Está bien. Organiza un equipo. Vamos a investigar de inmediato.
De vuelta en el refugio, Diego y su equipo trabajaban diligentemente para asegurar el perímetro. María observaba desde una ventana, su mente llena de preguntas y miedos.
—Diego, ¿crees que esto terminará algún día? —preguntó con voz temblorosa.
Diego se detuvo y la miró directamente a los ojos. —Lo creo, María. Estamos trabajando para eso. Y te prometo que haré todo lo que esté en mi poder para que ustedes dos tengan una vida tranquila y feliz.
María sostuvo la mirada de Diego por un momento antes de asentar lentamente. —Espero que tengas razón.
Esa noche, María tuvo dificultades para dormir. Cada ruido, cada sombra, parecía un presagio de peligro. Se levantó y caminó por la habitación, acariciando a su bebé que dormía tranquilamente en su cuna. Justo cuando estaba a punto de volver a la cama, escuchó un golpe suave en la puerta.
—María, soy yo, Diego —dijo una voz baja del otro lado.
Ella abrió la puerta y lo encontró con una expresión seria pero calmada.
—¿Pasa algo? —preguntó con el corazón acelerado.
—No, quería asegurarme de que estás bien —respondió Diego—. Sé que esto es difícil para ti, pero no estás sola. Si necesitas hablar o cualquier cosa, estoy aquí.
María sintió una mezcla de gratitud y confusión. —Gracias, Diego. Solo... es mucho para procesar.
Diego asintió. —Lo sé. Y no tienes que hacerlo sola. Vamos a salir de esto, María. Juntos.
María cerró la puerta después de que Diego se fue, sintiendo una pequeña chispa de esperanza en medio de su incertidumbre. Se acercó a la cuna de su bebé y susurró suavemente.
—Vamos a estar bien. Lo prometo.
Ronald y su equipo llegaron a la propiedad rural solo para descubrir que una vez más, la pista era falsa. La casa estaba vacía, sin señales de vida ni indicios de que María y el bebé hubieran estado allí. Ronald, consumido por la desesperación, golpeó una pared en un estallido de frustración.
—¿Cómo seguimos cayendo en estas trampas? —gritó, su voz resonando en la casa vacía.
Martín, con una expresión de cansancio pero con determinación, se acercó a Ronald. —No podemos rendirnos. Cada pista nos acerca más. Tenemos que seguir intentándolo.
Ronald asintió lentamente, aunque la desesperación seguía latente en su mirada. —Lo sé. Solo espero que podamos encontrar una verdadera pista antes de que sea demasiado tarde.
Mientras tanto, en el refugio, María y Diego seguían ajustándose a su nueva vida. Una tarde, después de una revisión de seguridad, Diego se reunió con María en la sala común.
—María, quería hablar contigo sobre algo importante —dijo Diego, tomando asiento frente a ella.
María lo miró con curiosidad, abrazando a su bebé. —¿Qué sucede, Diego?
Diego tomó aire, organizando sus pensamientos. —Hemos hecho todo lo posible para mantenerte a salvo, pero creo que es hora de considerar una medida adicional. Me refiero a cambiar tu apariencia.
María frunció el ceño, recordando cómo Diego ya había cambiado su apariencia en el pasado para evitar ser reconocido. —¿Cambiar mi apariencia? ¿Cómo?
Diego sonrió, aliviado por su interés. —Podríamos hacer cambios sutiles pero efectivos. Nuevo corte de cabello, quizás un color diferente. También podemos usar lentes de contacto para cambiar el color de tus ojos. Son medidas que, aunque simples, pueden ayudarte a evitar ser reconocida fácilmente.
María asintió lentamente, considerando la propuesta. —Sí, creo que es una buena idea. Quiero hacer todo lo posible para proteger a mi hijo.
Diego se sintió contento por dentro, interpretando su aceptación como una señal de que todo marchaba bien. —Me alegra que pienses así. Tenemos a alguien en el equipo que puede ayudarte con esto de manera segura.
Más tarde esa semana, María estaba sentada frente a un espejo mientras una estilista, parte del equipo de seguridad de Diego, trabajaba en su cabello. Diego observaba desde un rincón, asegurándose de que todo se desarrollara sin problemas.
—Listo, María. ¿Qué opinas? —preguntó la estilista, dando un paso atrás para que pudiera ver el resultado.
María se miró en el espejo, sorprendida por el cambio. Su cabello ahora era un tono castaño claro, más corto y con un estilo moderno. Se puso los lentes de contacto que Diego le había dado, cambiando sus ojos a un azul intenso.
—Es... diferente, pero me gusta —dijo María, tocando su nuevo cabello con una sonrisa tímida.
Diego se acercó, sonriendo con alivio. —Te ves genial, María. Esto te ayudará a pasar desapercibida.
María asintió, sintiéndose un poco más segura con su nueva apariencia. —Gracias, Diego. Por todo.