Diego la miró con sinceridad. —Hacemos esto porque te importa. Y porque nos importas. Este es solo un paso más hacia una vida más segura para ti y tu hijo.
María sintió una oleada de gratitud hacia Diego. A pesar de todas las dificultades, él había sido una constante en su vida, un apoyo inquebrantable. —No sé cómo agradecerte, Diego. Sin ti, no sé dónde estaríamos ahora.
Diego sonrió, negando con la cabeza. —No necesitas agradecerme. Lo que importa es que estén a salvo.
A medida que pasaban los días, María comenzó a adaptarse a su nueva apariencia y a la rutina en el refugio. Aunque la sombra de Ronald seguía acechando, cada día que pasaba sin incidentes le daba un poco más de esperanza.
Sin embargo, en una noche tranquila, mientras María estaba preparando la cena, Diego entró con una expresión grave.
—María, tenemos noticias —dijo, acercándose rápidamente.
María dejó lo que estaba haciendo y se giró hacia él, su corazón acelerándose. —¿Qué ha pasado?
Diego miró alrededor, asegurándose de que nadie más estuviera escuchando. —Hemos recibido información de que Ronald está más cerca de lo que pensábamos. No podemos quedarnos aquí por mucho más tiempo.
María sintió una oleada de miedo, pero también de determinación. —¿Qué hacemos ahora?
Diego tomó su mano, mirándola con firmeza. —Tenemos que movernos otra vez, pero esta vez tengo un plan que debería mantenernos a salvo por un tiempo más largo. Necesito que confíes en mí, como lo has hecho hasta ahora.
María asintió, su confianza en Diego intacta. —Lo haré. Lo que sea necesario para mantener a mi bebé a salvo.
Diego sonrió, aliviado. —Gracias, María. Vamos a preparar todo. Esta vez, nos aseguraremos de que Ronald no nos encuentre.
Esa misma noche, después de recibir la noticia de que Ronald estaba cerca, Diego decidió tomar una medida desesperada para asegurar la cooperación de María durante el próximo traslado. Con una mezcla de remordimiento y determinación, adulteró la comida de María con una sustancia que sabía que provocaría una fuerte reacción de deseo en ella. Su plan era manejar la situación con cuidado y evitar que se saliera de control.
María, sin sospechar nada, se sentó a cenar con Diego. Aunque la tensión era palpable, intentaron mantener una conversación normal.
—Espero que este plan funcione, Diego —dijo María, tomando un bocado de su comida—. No quiero seguir huyendo para siempre.
Diego asintió, tratando de ocultar su nerviosismo. —Lo hará, María. Esta vez será diferente.
Poco después de terminar su comida, María empezó a sentir algo extraño. Su cuerpo se calentaba y una sensación de deseo incontrolable comenzaba a apoderarse de ella. Miró a Diego con una mezcla de confusión y creciente atracción.
—Diego, no me siento bien —dijo, su voz temblorosa—. Algo está pasando...
Diego se levantó rápidamente, sabiendo que la sustancia estaba haciendo efecto. —María, escucha, necesito que mantengas la calma. Vamos a resolver esto.
María se acercó a él, su respiración acelerada y sus ojos brillando con un deseo que no podía controlar. —Diego, por favor... no puedo controlarlo.
Diego sintió una oleada de culpa pero mantuvo la calma. —María, sé que esto es difícil. Ven conmigo, te ayudaré.
Con cuidado, Diego guió a María hacia el baño. Ella se aferraba a él, susurrando su nombre con desesperación. Al llegar, Diego encendió la ducha y ajustó el agua a la temperatura más fría posible.
—María, necesitas un baño frío. Te ayudará a calmarte —dijo, luchando por mantener su voz firme.
María, con los ojos llenos de confusión y deseo, asintió débilmente. Diego la ayudó a entrar en la ducha y dejó que el agua helada la envolviera. María jadeó al sentir el frío, pero poco a poco, su respiración comenzó a estabilizarse.
Diego permaneció a su lado, asegurándose de que no se lastimara. La observaba con preocupación y remordimiento, sabiendo que había sido necesario pero doloroso.
—Diego... —susurró María, sus labios temblando—. ¿Por qué...?
Diego suspiró, acercándose a ella para apoyarla. —Lo siento, María.
María cerró los ojos, sintiendo el frío agua calmar su cuerpo y mente. Aunque todavía estaba confusa y asustada, una parte de ella comprendía las acciones de Diego.
—Está bien... confío en ti —murmuró, su voz apagada.
Después de unos minutos, Diego la ayudó a salir de la ducha y la envolvió en una toalla. La llevó a su habitación y la ayudó a acostarse, asegurándose de que estuviera cómoda.
—Descansa, María. Mañana será un día difícil, pero estaremos preparados —dijo Diego, acariciando suavemente su cabello.
María asintió débilmente, sus ojos cerrándose lentamente. —Gracias, Diego...
Diego se quedó a su lado hasta que se aseguró de que estaba dormida. Luego salió de la habitación, su mente llena de preocupación y remordimiento. Sabía que el próximo paso sería crucial y que no podía permitirse ningún error.
Al día siguiente, María despertó sintiéndose más tranquila pero con una vaga sensación de incomodidad. Diego la estaba esperando en la cocina con un plan detallado para el traslado.
—María, es hora de movernos. Pero esta vez, tenemos un refugio que será mucho más seguro y aislado. Confía en mí, todo estará bien —dijo Diego, su voz llena de determinación.
María lo miró, recordando la noche anterior. A pesar de todo, sabía que Diego estaba haciendo lo mejor que podía para protegerlos. Asintió, dispuesta a seguir adelante.
—Confío en ti, Diego. Vamos a hacerlo.
A medida que pasaban los días, María comenzó a sentir una conexión más profunda con Diego. Su compasión y dedicación hacia ella y su hijo no pasaron desapercibidas, y María se encontró confiando en él cada vez más. Aunque al principio había sido solo gratitud, con el tiempo esa gratitud se transformó en algo más.
Un día, mientras María se encontraba en su habitación cambiándose, escuchó un suave golpe en la puerta. Antes de que pudiera reaccionar, Diego entró en la habitación sin previo aviso. María se tapó rápidamente con una toalla, sintiendo una oleada de vergüenza y sorpresa por su presencia repentina.
—¡Diego! ¡Deberías haber avisado antes de entrar! —exclamó María, tratando de ocultar su incomodidad.
Diego se disculpó rápidamente, su rostro mostrando un ligero rubor por la situación incómoda. —Lo siento, María. No quería incomodarte. Solo vine a dejarte esto —dijo, extendiendo una pila de ropa limpia sobre la cama—. Pensé que podrías necesitar algo más cómodo.
María se sintió reconfortada por el gesto amable de Diego, y su vergüenza comenzó a disiparse lentamente. A medida que conversaban, María se dio cuenta de que ya no sentía tanta incomodidad en su presencia. Había algo en la cercanía de Diego que la hacía sentir segura y protegida, y poco a poco comenzó a permitirse abrirse ante él.
Con el tiempo, la conexión entre María y Diego se profundizó, y María comenzó a darse cuenta de que sus sentimientos hacia él iban más allá de la gratitud. Había una chispa de algo más, algo que no podía ignorar. A medida que luchaban juntos por un futuro mejor, María se encontró cada vez más atraída hacia Diego, deseando explorar lo que había entre ellos.