NO ME LLAMES PRINCESA

1629 Words
NICHOLAS ...no me enamoraré de ti. No tengo corazón para darte más. Le di mi corazón a alguien más hace mucho tiempo así que no tienes que preocuparte por eso. Ya estoy enamorada de alguien... Esas irritantes palabras atormentaban mi noche de insomnio. No dejaban de sonar en mi cerebro como un disco rayado. Fruncí el ceño al verme reflejado en el espejo del baño mientras me anudaba la corbata. En realidad, no deberían afectarme sus palabras. Pero me enfurecía. No tenía por qué decirlo con tanta pasión. No me enamoraré de ti... Vale, lo entiendo. Tengo suficiente de esas líneas. No me enamoraré de ti... ¡¿Quieres dejar de pensar en mí?! Pregunté esas palabras con frustración. Anoche no pegué ojo. Me duele mucho el cerebro y esta mañana tengo una reunión de la junta directiva. Lo único que necesito ahora es una taza de café bien cargado. Casi doy un respingo cuando oigo una fuerte explosión en mi cocina. ¿Qué ha sido eso? Me pregunté en silencio mientras salía de mi habitación. Fue como si una mina terrestre hubiera explotado dentro de mi ático. —¡Cazzo!— Oí una maldición impropia de una suave voz melódica de mujer. —Figlio di puttana. —¿Qué ha sido eso?— pregunté al ver mi cocina revuelta. La otrora impecable cocina de última generación parecía ahora una zona de guerra. —¿Qué estás haciendo? —¡Intento prepararte un desayuno, eso es! —¿En serio?— pregunté secamente, observando nuestro desordenado entorno. —Creía que estaba intentando quemar mi casa, Sra. Flordeliza. —Eso es muy duro—. Frunció el ceño en mi dirección. Sus fríos ojos verdes brillaban con visible ira en el fondo, mientras vestía su característico traje n***o. —Una taza de café bastará, prigkipissa mou. —¿Qué?—, preguntó distraída. —¿Cómo me has llamado? —Prigkipissa mou—. Sonreí ante su hermoso ceño fruncido. —Significa 'mi princesa' en griego. Laila Flordeliza hizo una mueca mientras seguía masacrando mi cocina. —Permítame aclararle esto, Signore Petronas. No soy tu princesa, así que si vas a tener cuidado con tus palabras en el futuro, me alegraré. —¿Por qué no puedo llamarte mi princesa?—. Pregunté cuando ella estaba de pie detrás de la encimera de la cocina, preparando un desayuno que un hombre cuerdo probablemente no podría comer. —Porque no soy tu princesa, claro—, contestó sin siquiera levantar los ojos de la tarea. De repente sonrió deslumbrantemente en mi dirección. —Leila es tu princesa, cuñado. Cuñado... Aquellas palabras me hicieron estremecerme de nuevo. Esta mujer realmente tenía facilidad de palabra. Uno de estos días yo... —¡Figlio di puttana!— La oí maldecir de nuevo en su idioma y entonces sentí un dolor inconfundible en el pie. —¡Ay!— Di un salto, con una punzada en el dedo. —¿Qué rayos es eso? —¡Estás en medio!—, me espetó. Sus ojos brillaban con fuego y rabia al mismo tiempo. —La sartén está muy caliente. —¡¿Así que has decidido tirarme el agua caliente a los pies?!—. La fulminé con la mirada, ignorando el dolor sordo que sentía en los pies. —¡No te he tirado el agua caliente, imbécil!—. Contradijo Laila Flordeliza con firmeza. —Fue un accidente. Se me resbaló de la mano. —¿Por qué gritas? —¡Me estás gritando! —No lo hago—. Disentí, mirándola con insolencia. —Y no me asustan tus miradas oscuras, Nicholas Petronas. —Estoy de acuerdo—, dije con humor seco. —Si lo tuvieras, no habrías intentado masacrar mis pies indefensos. —¡Te dije que fue un accidente! —¡No grites!— advertí peligrosamente. —¿O qué harás? —O haré esto—. La agarré de la cara y la besé con fuerza. La besé mientras dejaba salir la frustración que sufrí durante la noche cuando sus palabras de despedida de la noche anterior me persiguieron. Se estremeció entre mis brazos. La agarré con más fuerza; no la soltaría hasta que estuviera preparado. No sé por qué me comporto así. No soy el tipo de hombre que fuerza a una mujer que ya está enamorada de otro. Pero los labios de Laila Flordeliza son demasiado tentadores para resistirse. Invadí su boca con el único propósito de seducirla, haciéndola olvidar a todos los demás hombres que besó en el pasado. ¿Qué... te oyes, Nicholas? Me pregunté en silencio mientras seguía besándola sin sentido. Si no te conociera mejor, asumiría que estás celoso. ¿Celoso? ¿Celoso? ¿Celoso...? ¿Quién es el celoso? Tú, susurró una voz diabólica dentro de mi cabeza. —Aw, siento mucho molestaros—, sonó la voz del ama de llaves desde la puerta de la cocina. Laila y yo nos vimos obligadas a separarnos cuando la voz entró en mi cocina. Éramos como niños a los que pillan haciendo alguna travesura. —Buenos días, señora Jones—, dije con desparpajo. Mi anciana ama de llaves se sonrojó furiosamente mientras apartaba la mirada de nosotras. —Lo siento. Quizá debería volver más tarde. —No hace falta—, dije despreocupadamente, sonriendo a la mujer que me miraba con fiereza. —Solo intentábamos preparar nuestro desayuno. Los ojos de la señora Jones se abrieron de par en par. —Oh, Dios. ¿Llego tarde, señor? ¿Tiene una cita temprano hoy? Sonreí de nuevo a mi ama de llaves de confianza. —La verdad es que no. —¡Dios mío!— exclamó la señora Jones. —¿Qué ha pasado en su cocina, señor? —Estamos intentando cocinar—, le dije con pesar, mirando la cocina sucia. —Si no le importa, señor—, dijo mi ama de llaves de confianza. —Por favor, espere en el comedor mientras le preparo el desayuno. La princesa siciliana se sonrojó al salir de la cocina. Sonreí a mi ama de llaves y seguí a la mujer imposible. Veinticuatro horas después de conocerla, mi mañana perfectamente planeada se convirtió en un caos. No es que me queje. —Eres imposible—, dijo en cuanto estuvimos en el comedor formal. —¿Cómo puedes humillarnos delante de tu criada?— —Fue un accidente, mi princesa. —¿Un accidente?— Los ojos verdes brillaron con fuego. —Por lo que sé, lo montaste todo para deshonrarnos. La miré con el ceño fruncido. —Eso es duro, princesa. —Lo que es duro, Signore...— Respiró hondo. Oculté mi sonrisa, sabiendo que estaba a un latido de estrangularme. —...es el hecho de que a veinticuatro horas de conocerme, ya me has besado dos veces. Le sonreí con satisfacción. Es realmente hermosa cuando hace de heredera mojigata. Decidí molestarla aún más. —¿Y? —¿Y?—, repitió con rudeza. Si las miradas pudieran quemar, yo debería estar ardiendo con su intensa mirada en este momento. —¿No te he dicho que no soy tu prometida? ¿Lo has olvidado? Soy Laila, la gemela de tu prometida. Avancé en su dirección. Sonreí ligeramente cuando instintivamente dio un paso atrás. —Dame algo más de crédito, Laila—. Volví a avanzar en su dirección. —Sé a quién estoy besando—. Le acomodé un mechón de pelo suelto detrás de la oreja. —Tranquila, es solo un beso. No es como si nuestro beso de anoche fuera el primero, ¿verdad? No contestó, sino que apartó la mirada y se sonrojó. Mis cejas se alzaron. —Dios mío, ¿ese fue tu primer beso? ¿Tu primer beso vino de mí? —¿Y qué?— preguntó ácidamente Laila Flordeliza. Solté una carcajada. Miré su cara bonita. Sus fríos ojos verdes se mostraban desafiantes. —Qué rico. Me pregunto qué dirá el amante cuando sepa que soy tu primer beso—. Le toqué los labios. —Estoy seguro de que se pondrá verde de celos cuando se entere de que otro chico le robó el primer beso a su amada. —No le dirás nada a Rafael. —¿A Rafael?— Repetí el nombre del hombre que poseía el corazón de esta princesa tan guay. Tenía muchas ganas de conocer a este hombre. —¿Conoces el viejo dicho sobre el primer beso? —¿Qué dicho?—, preguntó con recelo. —Dicen que te enamorarás del chico que te dio tu primer beso. Laila resopló, apartando la mirada de mí. —Como si existiera un proverbio así. —¿Quieres probar?— Le pasé el brazo por la espalda y la atraje hacia mí. Lentamente agaché la cabeza. —¡El desayuno está listo!—, anunció alegremente mi ama de llaves. —¡Oh, perdón! Vi marchar a la mujer de mediana edad de vuelta a la cocina cuando le dirigí una mirada de desaprobación. —Señora Jones, estamos listos para desayunar. —Lo siento mucho, señor—, dijo ella, colocando la comida que llevaba en la mano sobre la mesa. —No pretendía ser descuidada. Anunciaré mi presencia en el futuro. ¿Una tos podría servir, señor? La princesa siciliana me clavó unas dagas en el fondo de los ojos mientras permanecía en silencio sentada a la mesa. Sonreí a mi ama de llaves y la ignoré. —Sí, toser me servirá en el futuro. —Muy bien, señor. Estoy seguro de que recibiré otro beso de Laila Flordeliza en el futuro. Si me limito a pujar mi tiempo correctamente, estoy seguro de que el resultado será satisfactorio.
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