LAILA
Salí de la cocina sin esperar la respuesta del prometido de Leila. Maldiciéndome a mí misma, entré en la habitación de invitados del ático de Nicholas Petronas.
Idiota, me dije mientras me desplomaba en la cama. ¿Cómo iba a soltarle la verdad como la imbécil que era?
¿Qué le iba a decir ahora a mi Patri?
Ciao, Patri. Llevo bien mi primer día en Nueva York. Por cierto, ya le he soltado a Nicholas Petronas que yo no era Leila.
Me encogí ante la reacción que imaginé que tendría mi padre cuando le contara mi mala noticia. La mejor manera de hacerlo era cara a cara con mi padre. Lo hice la última vez, cuando llegué a casa con la noticia de que Mario Ortega había decidido casarse, no conmigo, sino con la mujer que estaba con él cuando fueron al Palazzo di Flordeliza.
Así es. Esta noche volveré a Sicilia y le explicaré a mi padre lo que ha pasado hoy cuando he conocido al prometido de mi hermana. No me importa si el avión disponible en clase turista solo mientras me transporta de vuelta a la tierra siciliana. Sabía que este arreglo nunca habría funcionado. Si Patri me hubiera escuchado, nunca me habría visto en esta situación.
Estaba preparado para la ira que desataría mi padre en cuanto llegara a casa con otra mala noticia para él. Podía soportar su furia. Lo que no podía soportar eran los ojos acusadores que el multimillonario griego había lanzado en mi dirección cuando le miré.
Dios mío, ¿qué locura había poseído a mi Patri para casar a mi hermana gemela con aquel desalmado? Ahora estaba bastante seguro de que la decisión de Leila de huir de casa había sido acertada. Su vida solo sería miserable si se casaba con aquel horrible hombre de la cocina.
Instintivamente, me toqué los labios. Que se vaya al infierno, pensé con furia. El prometido de Leila me robó mi primer beso. ¿Cómo ha podido hacer eso? Esperaba que mi primer beso fuera con el hombre del que estoy enamorada. Y estoy pensando que ese hombre será Rafael. ¡Él no!
Sentí que había traicionado mi amor por Rafael al devolverle el beso hace un rato. Eso no debería haber pasado. Estaba segura de que ese beso no significaba nada para él. Yo haría lo mismo.
Me levanté de la cama y empecé a recoger mis cosas de nuevo. Curioso, pensé con ligera diversión. Me había pasado horas deshaciendo mis cosas y ahora las estaba metiendo otra vez en la maleta.
Media hora más tarde, por fin había terminado. Salí de mi dormitorio con la dignidad de la centenaria familia Flordeliza. Me puse de nuevo el vestido de abrigo n***o de aquel amor, mientras sujetaba mi equipaje.
Lo vi en el sofá, bebiendo licor con el portátil abierto sobre la mesita. Como si estuviera terminando unos trabajos. Resoplé en silencio. Qué adicto al trabajo.
—¿Adónde crees que vas?—, preguntó con severidad.
—A casa—, respondí bruscamente. Ahora mismo, lo único que quería era irme a casa y no volver a ver su atractivo rostro. Echo tanto de menos a Rafael. —Le explicaré a Patri que descubriste accidentalmente que yo no era Leila.
Sus ojos ardían.
—Siéntate. No te irás a casa hasta que me expliques todo.
Dio, ¿aún no hemos terminado de hablarnos?
—¿Es necesario?
—Sí.
Después de un largo suspiro, tomé el sofá opuesto frente a él. No creo que pudiera mantener una conversación adecuada con él cuando me temblaban mucho las rodillas. Me senté en el sofá como hacía siempre que recibía visitas de mi padre en su frío palacio.
—¿Por dónde empiezo?
—Siempre puedes empezar por el principio—. Bebió su licor y me miró fijamente. Por la expresión de su cara, me di cuenta de que quería saberlo todo.
Esta va a ser una noche larga, pensé con resignación.
—¿Y bien?—, preguntó cuando el silencio llenó su magnífico salón.
Respiré hondo y miré fijamente sus extraños ojos azul pálido.
—¿Por dónde quieres que empiece?
—Puedes empezar por decirme tu nombre—, dijo mientras se retiraba del sofá y me estudiaba con tal intensidad que casi me retuerzo con su mirada.
—Me llamo Laila Flordeliza.
Un ceño fruncido marcó sus fuertes cejas.
—¿Cómo es que no sabía que existías hasta ahora? ¿Estás jugando conmigo?
—¿Por qué iba a jugar con usted, Signore?—. Solté un chasquido, pero recordé que este tipo de situaciones había que manejarlas con elegancia, siempre. Saqué algo del bolso y lo arrojé sin miramientos sobre la mesita.
—Echa un vistazo.
De mala gana, cogió mi pasaporte y lo abrió.
—¿Dime otra vez por qué cambiaste de lugar con tu hermana gemela? ¿Para burlarte de mí?
—¿Para burlarme de ti?— repetí con un bufido. —¿Por qué voy a molestarme en hacer eso? Tengo un millón de cosas que hacer en Sicilia que perder el tiempo en tu horripilante compañía.
Sus ojos se entrecerraron como rendijas.
—Tienes facilidad de palabra, princesa.
—Lo tomaré como un cumplido.
Los ojos de Nicholas Petronas se volvieron oscuros y peligrosos.
—No era un cumplido, princesa.
Sonreí fríamente en su dirección.
—Pero me lo tomaré así.
Me sorprendió cuando sacudió su oscura cabeza, divertido y cauteloso.
—Eres realmente increíble, Laila Flordeliza.
—Como he dicho...
—Dime, ¿cómo es que tú y yo nos hemos unido de repente a esta obra siciliana orquestada por tu padre?—, preguntó. Yo también hice la misma pregunta en mi vuelo aquí a Estados Unidos para obtener la respuesta a esa pregunta. No sé qué conseguirá mi padre con esto.
—Hace dos días—, empecé con un profundo suspiro, recordando el suceso que ocurrió en nuestra casa aquel fatídico día, —mi Patri le dijo a mi hermana gemela, Leila, que tenía que volar aquí a Estados Unidos para conocerte y probablemente planear vuestra boda juntos.
Resopló mientras daba un sorbo a su licor. Le miré fijamente, pero guardó silencio.
—Conociendo a mi hermana, hizo lo más lógico que creyó correcto—. Sonreí ante la valentía de Leila. Desafiar los deseos de nuestro tirano padre, la admiro por eso.
—¿Huir?— preguntó Nicholas Petronas, sacándome de mi ensoñación.
—Sí—. Sonreí con pesar a sus intensos ojos azul pálido.
—Está claro que quieres mucho a tu hermana—, comentó el griego. —¿Pero siente ella lo mismo por ti?
—¡Por supuesto!
Resopló, intentando parecer relajado en su sitio.
—Si lo hace, ¿por qué te abandonó y dejó que tu amado padre te enviara aquí, a Nueva York, para estar a mi merced?
—Ella no sabe que mi padre haría tal cosa—. Sonreí alegremente en su dirección. No creo que me guste el brillo misterioso de sus ojos en este momento. Volví a coger el pasaporte de la mesita y lo guardé en el bolso. Me levanto del sofá. —De todos modos, ahora las cosas cambian. Accidentalmente, te has enterado de que en realidad no soy Leila, tu prometida. Tengo que ir a casa y explicárselo todo a Patri.
Sus dedos se dispararon como un torno hacia mi muñeca. Jadeé ante la fuerza repentina.
—¿Adónde crees que vas? Si no recuerdo mal, aún no te he dado permiso para irte a casa.
—¿Permiso?— pregunté bruscamente, tratando de ignorar el repentino galope de mi corazón. Es demasiado para mi tranquilidad. —¿Por qué necesito su permiso para hacer lo que quiera, signore Petronas?
—Es Nicholas—, susurró seductoramente. Ahora también se levantó del sofá. —Dilo. Me gusta oírte decir mi nombre otra vez.
—Nicholas...— Le obedecí un poco sin aliento. —Suéltame.
—No.— Se acercó a donde yo estaba. Podía oler su perfume y el almizcle de su aftershave. El aroma empezó a nublarme el cerebro.
—¿Qué quieres decir?
—Significa que no vas a volver a casa, princesa—, murmuró, volviendo a inclinar la cabeza hacia la mía. Instintivamente, cerré los ojos, esperando la embestida. ¡Va a besarme otra vez! Pero entonces le oí reír suavemente. —Vas a quedarte aquí y fingir que eres tu hermana gemela hasta que ella resurja de la faz de la tierra.
—Pero...
Enderezó su figura y se alejó de mí. Exhalé la pesada respiración que no sabía que estaba conteniendo.
—Seguro que no quieres que tu querido papá se desilusione contigo, ¿verdad?
Examiné su rostro con detenimiento. Es tan arrogante como pensaba. Nicholas Petronas era como mi padre; pensaba que el mundo se movería según sus órdenes. Cómo me gustaría decirle que...
—Puedes contármelo, ¿sabes?—, dijo con una risa silenciosa en su voz profunda. —Sé que quieres decirme algo. Oigámoslo.
Aparté la mirada de su mirada cómplice.
—No sé de qué me estás hablando.
—¿Lo sabes?
—Sí—. Suspiré y le hice una pregunta muy seria, aunque su sugerencia funcionó muy bien conmigo. No necesito enfrentarme a la ira de Patri por mi segundo error a sus órdenes este mes. —¿Qué conseguirás con seguir fingiendo que no sabes que soy tu verdadera prometida, Nicholas?
—Dos cosas, princesa—, dijo, sus ojos brillando como zafiros. —Una, por lo que a mí respecta, no estoy prometida a nadie. Así que no te refieras a tu rebelde hermana gemela como mi futura esposa. Si no recuerdo mal, no le propuse matrimonio.
—¿Qué es lo segundo?
—Lo segundo es—, continuó Nicholas, —que te quedarás aquí y fingirás ser tu hermana gemela mientras encuentro una solución a este dilema. Espero que no te enamores estúpidamente en el proceso, porque déjame ser sincero contigo, Laila. Yo no hago el amor.
Me reí de todo corazón. Si eso es lo que le preocupa, me encantaría informarle de algo.
—Déjame contarte un secreto, Nicholas—, le dije con la misma arrogancia que siempre oigo en la voz de mi padre. —No me enamoraré de ti. No tengo corazón para darte más. Le di mi corazón a otra persona hace mucho tiempo, así que no tienes que preocuparte por eso. Ya estoy enamorada de alguien—. Sonreí alegremente ante su cara de estupefacción. —Buenas noches, cuñado. Hasta mañana.