EL AMANTE

1603 Words
LAILA —... ¿cómo te las apañas en América, Laila? Suspiré al oír la familiar voz de Rafael en la otra línea. Ha pasado una semana desde que llegué a Nueva York y conocí al molesto multimillonario griego, Nicholas Petronas. —Estoy bien, Rafael. No te preocupes por mí. —¿Te trata bien el griego? Miré el dormitorio del hombre en cuestión. Todavía no había salido de su habitación después de que me prohibiera entrar en su cocina mientras su ama de llaves hacía las labores de cocina. —¿Laila...? —Sí, Rafael—, respondí, frotándome la sien. Ya echaba de menos el casco antiguo de Ragusa, en Sicilia. Esta jungla de cemento no me gustaba. —Me trata bien. —No ha sido grosero ni nada, ¿verdad, Laila?—, inquirió mi queridísimo amor desde la otra línea. Cómo me dolía el corazón al oír su voz, pero no podía verle en persona. Siento que lo traicioné cuando dejé que Nicholas Petronas me besara. —No. Es un anfitrión perfecto—. Fruncí ligeramente el ceño. ¿Por qué tengo que mentir por ese arrogante? Me pregunté en silencio. —¿Estás segura, Laila? Fingí una risa falsa para su beneficio. —Por supuesto, Rafael. Estoy segura. ¿Cuándo te he engañado? Le oí suspirar por la otra línea. —De acuerdo, ya te echo muchísimo de menos, cara mía. Ahora estoy trabajando con Cesare para localizar a Leila. Por favor, espera un poco más, querida. Te sacaré de ese infierno en el que te metió tu padre. Se me encogió el corazón con sus palabras. Sentí que él también sentía lo mismo por mí. Pero puede que me esté engañando a mí misma. —Rafael... —Ya tenemos pistas sobre el paradero de Leila—, dijo Rafael en la otra línea con tanta convicción. —La última vez que vieron a su hermana gemela, está en Praga, en el puente de Carlos. Cerré los ojos y suspiré en silencio. ¿Qué diablos hacía Leila en Praga? ¿Se encontraba bien? Ciertamente, espero que lo esté. —¿Dónde estás ahora precisamente, Rafael? —Acabo de llegar de Praga a Sicilia—, respondió cansado. —Hemos vuelto a perder la pista de Leila después de que la fotografiaran en el Puente de Carlos. Vuelve a haber una nueva pista, pero no quiero esperar nada de ella. —¿Dónde está la nueva pista, Rafael? —No te hagas ilusiones, cariño—, dijo desde la otra línea. —Sabemos que tu hermana es muy buena escondiéndose. Es escurridiza como una anguila. Me enderecé de mi asiento en el sofá. —¿Dónde, Rafael? —Laila... —Por favor, Rafael—, le supliqué. Quiero saber sobre el paradero de mi hermana gemela. —¿Dónde está la nueva pista?— Le oí respirar hondo y hacer una pausa antes de responder. Sabía que se debatía entre decirme la verdad o no. —Según los hombres que contrató Cesare, ahora está en algún lugar de España. ¿En España? ¿Leila está en España ahora mismo? Espero que esté realmente bien donde quiera que esté ahora mismo. —... ¿Laila? —Sigo aquí—. Sonreí mientras volvía a centrar mi atención en Rafael en la otra línea. Mi queridísimo amor. Cómo le echo de menos mientras estoy en Sicilia. Desearía estar con él ahora mismo. Quiero volver a casa y estar con él. —Dije que necesito reunirme con tu padre ahora para poder informar sobre lo que pasó en Praga—. Dijo con su voz profunda que hizo que me doliera el corazón en el pecho. —Ah, claro—, le contesté. —Muy bien, adiós. Cuídate mucho, Rafael—. Te echo de menos, Caro. —A ti también, Laila—, dijo con nostalgia. —Te prometo que te visitaré en Nueva York uno de estos días. Primero lo arreglaré todo aquí en Sicilia. —De acuerdo—. Sonreí al pensarlo mientras mi corazón bailaba feliz. —Te estaré esperando—. Siempre. —Espérame, Laila—, dijo antes de desconectar la llamada. —¿Tu amante? Casi salté en mi sitio cuando le oí hablar desde la oscuridad. Mis ojos se volvieron fríamente en su dirección. —¿Está escuchando mi conversación telefónica, Signore? —No—, respondió despreocupadamente Nicholas Petronas antes de salir de las sombras donde se había escondido. —¿Cómo llamas entonces a esconderte junto a las paredes?—. Le pregunté bruscamente mientras me levantaba del sofá. —Es que no quería molestar tu conversación telefónica con tu amante—, me contestó con el mismo tono grosero que yo. Tuvo el valor de enarcar las cejas en mi dirección. ¿Estaba jugando conmigo este multimillonario griego? —¡No le llames así!— le espeté. —¿Así cómo? —¡Amante!— Le dije furiosa. —Él no es así. —¿Ah, sí?—, preguntó en tono enloquecido. Oh, cómo quiero matarlo en este instante, pensé en silencio. Respiré hondo. No le permitiría que se regodeara en mí. —¿Por qué cada conversación contigo se convierte al final en una pelea? Se encogió de hombros despreocupadamente bajo su caro traje de negocios. —No estoy seguro. —Quizá porque te gusta pelearte conmigo en todo momento. Nicholas sonrió satisfecho mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. —¿No has considerado que tal vez sea al revés? —No. —Deberías planteártelo, Laila. Resoplé con fuerza y empecé a salir del salón. Pero él me detuvo. —Espera, Laila. —¿Sí?— Me giré para mirarle. —Toma—, dijo mientras presentaba su tarjeta de crédito negra. Fruncí el ceño al mirar la brillante tarjeta negra que tenía en la mano. —¿Qué voy a hacer con esa tarjeta? —Usarla e ir de compras a la ciudad—, dijo como si eso fuera lo más casual que se puede hacer en este momento. —Me he dado cuenta de que no has salido de casa desde que llegaste hace casi una semana. Puede que te aburras aquí. Cuando guardé silencio, me puso la tarjeta en la mano y sonrió deslumbrantemente. —No te preocupes por el coste. Compra todo lo que quieras. Me quedé boquiabierta. Qué descaro el de este hombre. Sonreí alegremente mientras le lanzaba la tarjeta de crédito. —No necesito eso, Nicholas. Frunció el ceño en mi dirección. —Laila... —No me trates como tratas a tus amantes, Nicholas Petronas—, le dije con dulzura sacarina. —No soy una de ellas. Si quiero ir de compras todo el día, lo haré, pero con mi propio dinero. Tengo mis propias tarjetas de crédito. Así que no me insultes. —No estaba... —¿No?— pregunté en tono aburrido. —Entonces perdóname por mi malentendido. Simplemente, no me gusta que un hombre pague por mis cosas. Ya era bastante malo que viviera bajo tu techo, Nicholas. —Porque la gente sabía que eres mi prometida, Laila—, dijo frustrado. Sus magníficos ojos azul pálido contenían fastidio en el fondo. —Así que es justo que yo pague por las cosas que compras. Respiré hondo. —Ya te lo he dicho... —Está bien, lo entiendo—. Levantó las manos en señal de rendición silenciosa. —No sabía por qué una princesa como tú tiene la moral tan arraigada. —Eso solo demuestra que no me conoces tan bien. Suspiró profundamente. —Puede que tengas razón. Me froté la frente con frustración. ¿Por qué siempre me peleo con él? Preguntó una voz dentro de mi cabeza. ¿No podemos tener una relación amistosa? —¿Estás diciendo que un hombre no puede hacerte un regalo? Le miré irritada. —Pueden regalarme—, respondí apasionadamente, —pero no esas cosas ridículamente caras que les gusta regalar solo para complacerme. Sacudió su oscura cabeza. —Eres imposible. —No, tú eres imposible. —Laila... —¿Podemos dejar esta pelea, Nicholas?— Le pregunté. Esta conversación no iría a ninguna parte. —Estoy cansado de esto. —Tienes razón—, aceptó con una sonrisa cansada en la cara. No es que le culpe. Es temprano y empezamos el día con estilo. —Pero quizá deberías plantearte visitar las boutiques de Manhattan. Lo fulmino con la mirada y él levanta las manos. —Comprar con tus propias tarjetas de crédito y comprarte ropa nueva. Si he oído bien, el Amante visitará Nueva York uno de estos días. Le miré con el ceño fruncido. —Suenas amargado, Nicholas. —¿Por qué iba a estarlo?—, preguntó extrañado. —Pero un consejo, Laila. Creo que es mejor que te pongas otro color que no sea el n***o. Creo que los colores vivos te sentarán bien, prigkipissa mou. —Te he dicho que no me llames 'princesa' Me dedicó una de sus infames sonrisas de infarto. —Ah, mi princesa empezó a aprender griego. —¡Nicholas!— Le advertí. —Me encanta cuando te pones en plan heredera siciliana remilgada—. Se acercó a mí y al instante sumergió la boca para reclamar un beso de mis labios. ¡Dios mío! ¿Por qué dejo que me bese una y otra vez? Intenté empujarle con todas mis fuerzas, pero me atrapó entre sus brazos como un vicio. Por suerte, oímos la tos del ama de llaves. —¡El desayuno está listo, señor!
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