LARGA NOCHE

2251 Words
LAILA Me instalé en el ático del multimillonario griego. Nunca había esperado que el encuentro con el legendario magnate naviero resquebrajaría mi yo perfectamente amanerado que solía ser la flor y nata de la sociedad siciliana a los dos minutos de conocerle. En el momento en que miré fijamente aquel par de ojos helados, me olvidé de todo y actué como una tonta, tirando por la borda los años de interminable estudio en rígidos protocolos. Ahora, me encontraba cocinando en la espaciosa cocina de Nicholas Petronas. Eran las siete y cuarto; debería llegar a casa en cualquier momento. El ama de llaves, de mediana edad, me había recorrido hacía un rato el piso de soltero del magnate griego y me había ayudado a instalarme en la habitación de invitados. Le informé de que era la prometida de Nicholas Petronas, lo que le valió un chillido de alegría. La puerta se abrió. El corazón me dio un vuelco. Me reprendí a mí misma porque estaba tan emocionada por verle. Me dirigí a la zona de recepción para saludarle como hacía siempre que Patri llegaba a casa. Me dije que era justo dar la bienvenida al dueño de la casa. —Hola—, dije sin aliento, limpiándome las manos en el delantal que llevaba. —Menos mal que estás aquí. La cena está casi hecha—. Nicholas Petronas parecía sorprendido de verme aquí de pie, con un delantal en su casa. —Nos conocimos en tu oficina hace unas horas, ¿recuerdas? Soy tu prometida, Leila. Pareció recuperarse del shock. —¿Qué haces? Me encogí de hombros y fui directa a la cocina. —Cocinando—, le dije alegremente mientras seguía removiendo la sartén. —No te preocupes, no he puesto veneno en la comida que he preparado. Me siguió al interior de su cocina y se quedó atónito ante la variedad de comida preparada sobre la mesa. —Siéntate—, le dije, colocando los platos sobre la mesa. —La cena está casi lista. —¿Dónde está Lily?— preguntó, sentándose en la mesa casi distraídamente. —La he mandado a paseo—, dije con ligereza, colocando un plato principal sobre la mesa. —Espero que no te importe que le haya dado una noche libre. Quiero cocinar para ti a cambio de que me dejes quedarme aquí contigo. Me senté a su lado y le serví una porción de la comida que había cocinado. —¿Qué es esto?—, preguntó mirando fijamente su plato. —Espero que no te importe la comida siciliana de esta noche. Cordero asado con hierbas especiales—, dije con orgullo, —mi especialidad. De mala gana cogió su tenedor para probar mi cocina. —Está...—, dijo después de dar su bocado. —¿Qué?— pregunté cuando puso cara de extrañeza. —¿Qué puedes decir? —¿Qué otro plato has cocinado?— preguntó Nicholas Petronas, limpiándose la boca con la servilleta. Le puse otro plato con salsa de nata en el plato. —Pollo al Marsala. Pollo en salsa de vino Marsala. —Hmm...— Saboreó el pollo con la salsa de nata en su boca —Es... —¿Qué?— pregunté con una leve sonrisa. Me miró fijamente. —¿Quieres una respuesta sincera? ¿Sin palabras azucaradas? —Sí. Suspiró y me dirigió una mirada de disculpa. —Es horrible. —¿En serio?— pregunté con un gemido mientras miraba la comida en la mesa. —¿Qué pasa?—, preguntó cuando me callé de repente. —Lo siento, no debería decir eso. No era tan horrible la realidad. Empezó a coger de nuevo el tenedor, pero se lo impedí. Sacudí la cabeza. —Deja de comer. Sé que sabe horrible, como tú has dicho. Ahora me doy cuenta de que los empleados de nuestra casa deben de sentir lo mismo cuando cocino para ellos. Deben estar obligándose a comer lo que cocino para no herir mis sentimientos. —En realidad no estaba tan mal...—, me tranquilizó, cogiendo de nuevo el tenedor. —Al final te acostumbrarás al sabor. Volví a negar con la cabeza. —Ahora entiendo la comunicación silenciosa que hacen las amas de casa cuando estoy en la cocina cuando cocino en casa. Antes pensaba que se trataba de que Patri las regañaba si me encontraba de nuevo en la cocina, y ahora me di cuenta de que se trataba de que sufrían otra comida horripilante preparada por mí.— —Serás una buena cocinera, Leila, si practicas más—, me dijo, apretándome la mano para tranquilizarme. —Entonces los mejores chefs se sentirán muy amenazados por ti. Le sonreí. —Grazzii, Nicholas. Eres muy amable. Nicholas me levantó la mano y me besó la palma. Vi cómo sus ojos azules se oscurecían. Dio, realmente era un hombre muy peligroso. —De nada, princesa. —Bueno, yo también prometo aprender a cocinar comida griega—, prometí, apartando la mirada de sus magníficos ojos. Esos ojos podían ahogarme en sus profundidades. —No me importa la comida siciliana. Tengo suficiente comida griega para rato—. Me soltó la mano de mala gana. —Eres demasiado amable, Nicholas—. Le rocé brevemente la mandíbula con la mano y se echó hacia atrás como si se quemara. * NICHOLAS Algo me sacudió el corazón y preferí ignorarlo. No fue nada, me dije en silencio. Solo una mano rozándome la mandíbula. Mis anteriores amantes habían hecho lo mismo cientos de veces. Pero a pesar de decir eso, en el fondo de mi corazón sabía que esto era diferente. La cena transcurrió sin contratiempos. Escuché con entusiasmo a mi prometida instantánea -qué raro pensar que la mujer que me hablaba en la mesa era mi futura esposa mientras se sonrojaba mortificada por sus pésimas habilidades culinarias-. Era realmente el tipo de comida que no quieres volver a meterte en la boca. No tiene talento para cocinar. Yo la miraba en silencio, por qué la gente en sus casas no podía decirle en el hecho de que la comida que cocina sabe como algo que no quiere poner en la boca nunca más. Hasta ahora siempre había creído que era bastante buena en la cocina. Dijo que probablemente es la única mujer siciliana que no sabe cocinar. ¿No es humillante? —Te estoy aburriendo mucho, ¿verdad?—, comentó, mirándome casi con timidez al notar que yo permanecía en silencio mientras ella balbuceaba su frustración. —No. Me encanta escuchar a una mujer que siente pasión por la cocina. Aquello fue recompensado con una de sus escasas sonrisas. Me sentí como un rey magnánimo que acababa de complacerla. Nunca en mi vida había querido complacer a una mujer para solo ganar una sonrisa. —Los medios de comunicación no conocen esta faceta tuya. Las sombras se proyectaron en aquellos ojos verdes y ella apartó la mirada. De repente recordé los secretos que había notado antes. Quería conocerlos. Ahora. —Algunas personas no entienden la presión de ser una Flordeliza—, murmuró en voz baja, mirando la comida de su plato que quedó sin tocar. —Muchos solo ven las ventajas de pertenecer a una de las familias más antiguas de Sicilia, la inmensa riqueza y el glamour ligado al apellido. Algunos de los que intentan acercarse a ti son como bestias esperando a abalanzarse sobre ti en cuanto bajes la guardia. Todos ellos, esperando a que caigas del pedestal. —¿Es así como te ves a ti mismo?— pregunté con prontitud. Nunca pensé que la heredera de la dinastía Flordeliza fuera tan moralista. Unos ojos expresivos se encontraron con los míos. La princesa había vuelto. —Es como me ve la gente, Signore. Patri me dijo que me fijara en la gente que se interesaba por mí porque sería una conexión valiosa para ellos en el futuro. —No parecías feliz en la vida que llevas—, comenté con elegancia, dando un sorbo a mi vino. —Sin embargo, según los periódicos, te encanta tu existencia superficial y tu estilo de vida, de fiesta en todas las ciudades importantes del mundo. En sus ojos brilló un fuego desafiante. —No sabe nada de mí, signore Petronas. Esos periódicos que escribieron basura sobre mí nunca conocieron las dificultades de encajar en las expectativas de ser una Flordeliza. No les interesaba escribir bien de la gente rica—, continuó. —Solo les interesaba escribir para dañar la reputación de uno. Enarqué una ceja oscura. —¿Me estás diciendo que esas porquerías que escribieron sobre ti no son reales? Apartó la mirada de mi inquisitiva mirada. —Nunca he dicho eso. ¿Por qué eres tan cruel?—, preguntó, mirando en mi dirección. —Está claro que me tienes en poca estima. ¿Por qué no cancelas este compromiso y seguimos con nuestras vidas? Mis ojos se ensombrecieron; podía sentirlo. —Porque ocultas algo. Puedo verlo en tus ojos. Apartó la mirada. Sus ojos parpadearon a la luz de las velas. —No te oculto nada. Me di cuenta de que realmente me ocultaba algo. Mi conversación con ella lo demostraba. Quería descubrir todos los secretos que escondían sus expresivos ojos verdes. —Tal vez deberíamos llamar a esto una noche—. Se levantó de la silla y empezó a alejarse de la mesa. —Ya se habían dicho muchas cosas esta noche. —¿Ves?— Dije mientras permanecía en la mesa. —Estabas mintiendo hace un momento. Ni siquiera puedes mirarme a los ojos. —¡Te he dicho que no estaba mintiendo!—, explotó, los ojos verdes chisporroteando con fuego mientras se giraba para mirarme. —Entonces cuéntame ese secreto que puedo ver en tus ojos—. Yo también me levanté de la silla, sobresaliendo por encima de ella con mi altura. Pude ver que por fin había llegado a su límite. —¿De verdad quieres saber la verdad? Bien, te contaré mi secreto. En realidad no soy tu prometida. —¿Qué? —Tienes razón—, continuó, tratando de calmar los sentimientos en su interior. —Tu prometida se llama Leila Flordeliza, pero se escapó de casa y no sabemos en qué parte del mundo se encuentra ahora. Yo soy su hermana gemela, Laila. De todas las cosas que esperaba oír de ella, esta no me la esperaba. —¿De qué rayos estás hablando? —Significa que no soy tu prometida, sino que finjo serlo—, respondió con frialdad. —Mi Patri me pidió esta farsa para hacerme pasar por Leila hasta que encuentre a mi hermana gemela. Créame, Signore, no deseo formar parte de nada de esto. Esta era la historia más loca que había oído nunca. ¿No es mi prometida pero sí su hermana gemela? Maldita sea. —Realmente no esperaba que este arreglo funcionara. Por fin puedo dormir con la conciencia tranquila. Discúlpame.— Empezó a caminar, pero la agarré del brazo y la hice girar. —Aún no he terminado de hablar. —Suélteme, Signore—, dijo con frialdad. —He terminado de hablar contigo. No me moví. Me limité a apretar mi agarre. —Gritaré si no me sueltas hasta que me oigan tus vecinos—, amenazó sombríamente. Entonces, ¿qué puedo hacer que callarla de la manera más eficaz que conozco? Besé su boca tentadora que quería devorar desde el momento en que nos conocimos en mi despacho esta mañana. Agarré con fuerza su esbelta muñeca para impedir que forcejeara conmigo. Invadí su boca con mi lengua y la besé tan fuerte y profundamente como pude. Momentos después, dejó de golpearme el pecho y se sometió por fin. Se derritió en mis brazos y empezó a devolverme los besos. Sea quien sea, pensé en silencio. Ahora mismo me da igual. Estaba en mis brazos besándome como una inocente seductora. Un gemido bajo escapó de su garganta. Me empujó hacia atrás y los dos respirábamos con dificultad. Ella todavía compuesta después de nuestro beso acalorado. —Ya basta. Ya has demostrado lo que querías. Me gustaría ir a mi habitación ahora. Con eso, ella no esperó mi respuesta y salió de la cocina. Media hora más tarde. Salió de su habitación con refinada gloria, luciendo cada centímetro de la princesa siciliana que es. Volvía a llevar el traje n***o impoluto que llevaba cuando la conocí en mi despacho. Detrás de ella iba su equipaje. Yo estaba sentado en el sofá bebiendo ouzo con el portátil abierto sobre la mesita. Decidí terminar mi trabajo mientras formulaba lo que le haría a la bomba Leila, quiero decir Laila o como demonios se llame. —¿Adónde crees que vas? —A casa—, respondió brevemente. —Le explicaré a Patri que descubriste accidentalmente que yo no era Leila. No pienso dejar que se escape tan fácilmente. —Siéntate. No te irás a casa hasta que me lo expliques todo. Frunció el ceño. —¿Es necesario? —Sí. Después de un largo suspiro, se movió hacia donde estaba y tomó el sofá opuesto frente a mí. Se sentó como cualquier reina que se sienta en una silla mientras entretiene a su visitante. —¿Por dónde empiezo? —Siempre puedes empezar por el principio—. Bebí mi licor y la miré fijamente. Esta va a ser una larga noche.
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