NICHOLAS
Me froté la frente con frustración después de escuchar la voz de mi padre al teléfono durante varios minutos. Había cancelado mi reunión mensual de la junta en el último minuto cuando mi padre llamó y empezó a balbucear cosas que no quería oír.
—¿Nicholas? ¿Sigues ahí?—, preguntó mi padre desde la otra línea.
—Sí, padre—, respondí tenso.
—Está de camino a Nueva York mientras hablamos...
... y la mando de vuelta de su vuelo de trece horas a Sicilia.
—... ya le he dicho a tu ama de llaves que prepare la habitación de invitados de tu ático para su llegada.
Apuesto a que lo hiciste.
—Papá—. Respiré hondo, diciéndome que me calmara. Puedo encontrar una solución a este dilema. Siempre lo he hecho. —Recuérdame otra vez por qué adquirí una novia instantánea.
Oí el suspiro de mi padre desde Grecia.
—Ella no es tu 'novia instantánea' como tú dices. Su padre y yo hicimos este arreglo hace mucho tiempo para unir a nuestras familias.
Por décima vez, miré la foto de Leila Flordeliza en la pantalla de mi ordenador y contemplé a la rebelde princesa fiestera de la dinastía Flordeliza.
Una morena de llamativos ojos verdes que a menudo se describían como esmeraldas; unos ojos verdes que pueden ser tan cálidos como las hojas de primavera y tan fríos como la escarcha glacial, dirían algunos.
—Cena con ella esta noche en uno de los mejores restaurantes de Nueva York. Recuerda que es una princesa, hijo, a pesar de los escándalos que acompañan su nombre. Te aseguro que la mayoría no son ciertos—, me recordó mi padre con severidad.
Cierto. Pertenecía a los Flordeliza, una de las familias más antiguas y poderosas de Sicilia.
¿Qué otra cosa puedo hacer que estar de acuerdo? Aunque lo último que quería era que me endilgaran a la princesa mimada de los aristocráticos Flordeliza. Y pensar que es mi prometida iba más allá de la locura.
—De acuerdo.
Colgué el teléfono en cuanto mi padre terminó de enumerar lo que debía hacer para complacer a la princesa rebelde. De mala gana, estudié a la sonriente belleza en la pantalla de mi ordenador.
Es guapa, más que la media de las mujeres del mundo. Una princesa, pensé sombríamente. Apuesto a que es una princesa superficial que pensaba que nadie puede estar a la altura de su poderoso linaje.
Bueno, se va a llevar una gran sorpresa, sonreí para mis adentros, mientras estudiaba su fotografía. Espera y verás, princesa.
*
Una hora más tarde, la puerta de mi despacho chocó contra la pared con un enorme estruendo que me sobresaltó. Casi hizo añicos el cuadro enmarcado que colgaba de la pared.
—Lo siento, señor—, se disculpó rápidamente mi secretaria mientras intentaba apartar a la mujer que acababa de irrumpir en mi despacho.
—Intenté detenerla pero...
—¿Es usted el signore Nicholas Petronas?—, preguntó la mujer en perfecto español, con los ojos verdes centelleando fríamente en mi dirección. —Soy la signorina Flordeliza, su prometida.
No sabía quién estaba más sorprendido por el anuncio de latón, si yo o mi atónita secretaria, que seguía a la mujer que acababa de entrar en mi despacho. Como si no supiera quién es en cuanto la miré fijamente a sus ojos esmeralda.
—Déjenos—, le dije secamente a mi secretaria, que hacía todo lo posible por no mirarnos boquiabierta. Una vez que la puerta se cerró tras nosotros, me levanté de la silla y la estudié con detenimiento. Frunzo el ceño al fijarme en su ropa. —¿Está de luto? ¿Acaba de morir un m*****o de tu familia?
Ella frunció el ceño en mi dirección. Echó un vistazo a su primoroso vestido y a sus caras botas hasta la rodilla.
—No, señor. Así es como me visto normalmente.
¿Suele vestir así? Sí, ¡qué risa! Por lo que veo en Internet, le gustan los colores llamativos en la ropa. Muy bien, ella quiere jugar a esta heredera fresca y primitiva, ¿no? Jugaré a su juego.
—Perdóneme por mi malentendido, Signorina.— Extendí la mano e intenté imitar el acento italiano.
Unos fríos ojos verdes me miraron a la cara con venganza e ignoraron mi mano ofrecida.
—¿Me has hecho esperar en la terminal del aeropuerto durante horas y ahora me haces cumplidos como si nada? Espero que llegue al JFK a buscarme, Signore.
Me quedé perplejo ante su arrebato. ¿De qué rayos estaba hablando?
—No me consta que deba ir a buscarla al aeropuerto, princesa Flordeliza—, le informé. —De hecho, no he sabido de su existencia hasta hace unas horas.
Su mirada hizo bajar la temperatura de mi despacho en un instante. Murmuró algo que supongo que era una maldición en su idioma y atravesó mi despacho como si fuera la dueña del lugar y se dirigió a la ventana, mirando la ciudad desde abajo.
Ahora que miraba la concurrida autopista, tuve la oportunidad de estudiarla a fondo sin que se diera cuenta. Me di cuenta de que era más guapa que en las fotos que encontré hace tiempo. Las fotos no hacían justicia a su belleza. Había algo en ella que hablaba como una reina regia. Y, sin embargo, según los artículos de Internet, es una fiestera que creció como una princesa mimada en Sicilia.
Hasta ahora no podía ver a la fiestera que tenía delante, sino más bien a una reina de hielo que fue criada para ser la hija perfecta. Era toda una contradicción y estaba segura de que me ocultaba algo que yo descubriría. Pronto.
Entonces, ¿quién es la verdadera Leila Flordeliza? ¿La mujer mimada de los periodicos o esta mujer guay de mi oficina?
—Mi padre me dijo que mi prometido me recogería en el aeropuerto, pero he estado como una idiota esperando a que llegaras—, volvió a hablar por fin, sonando como si fuera culpa mía que se hubiera retrasado en la terminal del aeropuerto.
Suspiré. No era culpa suya que su padre la hubiera informado mal, ¿no?
—Mis disculpas si has esperado mucho tiempo en el aeropuerto, Leila. ¿Puedo llamarte Leila?
Una breve vulnerabilidad brilló en aquellos expresivos ojos antes de que ella parpadeara. Luego, dijo regiamente como lo habría hecho cualquier reina.
—Sí. Puedes llamarme Leila.
—Por supuesto—, me burlé de su comportamiento mojigato. —Entonces, debes llamarme Nicholas. Ya que ahora somos oficialmente una pareja comprometida.
Si oyó la burla en mi voz, la dejó pasar. Pero nunca me perdí su mirada que decía más alto, Nací en la mansión y tú eres solo un campesino, que me hizo rechinar los dientes.
Esta princesa altiva empezaba a molestarme sobremanera. Ahora me preguntaba cómo sería ver esos fríos ojos verdes ardiendo con fuego en ellos cuando estuviéramos en mi cama y ella estuviera sollozando mi nombre.
Vaya. ¿De dónde demonios había salido ese pensamiento? Reflexioné en silencio.
No debería codiciar a la mujer que me miraba con desprecio solo porque tiene un linaje que se remonta cien años atrás. Pero ahora que mi caprichoso cerebro empezaba a captar las imágenes y se negaba a eliminar las huellas de ella debajo de mí, desnuda en mi cama. Las imágenes eróticas bailaban en mi cabeza, excitándome.
—... entonces—, dijo, sacándome de mi ensoñación. —¿Me estás escuchando, Nicholas?
—¿Cómo dices?— Es hora de volver a la realidad.
Me miró como si me hubiera vuelto loco. No tenía ni idea, pensé en silencio. Pero me gustó cómo dijo mi nombre de pila. Muchas de mis anteriores amantes se esforzaban por poner un acento bonito al pronunciar mi nombre. Sin embargo, la princesa lo había deslizado en su lengua con un sonido sensual.
Me gusta oírlo cuando está en mi cama.
Maldita sea, pronto voy a acampar en mi oficina. Una erección no deseada no era un buen accesorio con el traje de Armani, sobre todo cuando se trataba de la princesa Leila Flordeliza. De repente, me miró como si hubiera olvidado algo muy importante.
—¿Le apetece una taza de café?
Arrugó la nariz de una forma que me resulta realmente atractiva.
—No. Gracias. Pero tengo que irme. Creo que has hecho una reserva para que me quede mientras estoy aquí.
Curioso, musité en silencio. Cuando mi padre anunció que había dado instrucciones a mi ama de llaves para que limpiara la habitación de invitados de mi ático, me sentí molesto por querer enviar a mi prometida instantánea de vuelta a Sicilia lo antes posible. Yo valoraba mucho mi intimidad. Por eso ninguna mujer había dormido nunca en mi ático.
Ahora, la orgullosa princesa esperaba que yo dispusiera un lugar aparte para ella mientras estuviera aquí. Ahora me llena de placer decirle a esta princesa siciliana engreída que se quedará conmigo, es decir, en mi ático.
¿Qué manera más eficaz de descubrir sus secretos que tenerla cerca? Había un viejo adagio que decía: Mantén a tu amigo cerca y a tu enemigo aún más cerca.
Intenté parecer inocente.
—Lo siento, princesa. Pero puede que a tu padre también se le olvidara decirte que te quedarías conmigo en mi casa.
La sorpresa en su cara no tenía precio. De repente me entraron ganas de reír. Estaba claro que prefería dormir en las frías calles de Nueva York que compartir alojamiento conmigo.
—Tienes que estar de broma—, me dijo rígida. —Mi patri nunca me contó este tipo de arreglos. Y nunca lo permitirá.
—Eres mi prometida, como has dicho antes. Así que la gente no se escandalizará si te quedas conmigo—. Una sonrisa diabólica de mi parte probablemente bailaba en sus ojos en este momento, pero no me importa.
—Pero...
—Esto es Nueva York, princesa—, razoné, avanzando hacia ella. —Puede que en Sicilia la novia se quede con su familia hasta el día de la boda, pero Nueva York es diferente. Moderna.
Dio un paso atrás, su defensa empezaba a desmoronarse. Bien.
—Pero-pero las cosas no tienen por qué ser así, ¿verdad? Yo... quiero decir...
Disfruté de este poder que tengo sobre ella más de lo que debería. Continué caminando hacia ella como un depredador acorralando a su presa.
—¿Qué quieres decir, princesa?
Tragó saliva.
—Tal vez llame a mi patri para que me prepare una casa. No tenemos que vivir juntos, ¿verdad?
Sonaba tan esperanzada al pensar que podría arreglar una casa para ella sola. Fue muy insultante: las mujeres luchan por tener la oportunidad de vivir conmigo y, sin embargo, esta princesa, esta siciliana remilgada, prefiere llamar a su padre para que le compre una casa aquí.
Es un puto insulto, pensé furioso.
—Siento decepcionarla, princesa Leila—. Intenté dosificar mi furia. Le dediqué una sonrisa tranquilizadora.
—Pero en el momento en que pises suelo neoyorquino, ya estarás bajo mi protección. Y no me gustará que estés sola. Nueva York puede ser peligrosa.
Un respeto reticente apareció en sus ojos. Mi ira empezó a acumularse de nuevo. Como si, en la última hora que ella estuvo conmigo, nunca hubiera demostrado que soy un caballero. Sin embargo, la idea de desnudarla y embelesarla en mi mesa...
—Muy bien,— dijo ella regiamente, aunque sus ojos todavía tenían su desafío en el fondo. —Quizá sea una buena oportunidad para conocernos muy bien.
Intenté contener la sonrisa, pero sentí que se me crispaba la boca.
—¿Cómo puedo llegar a tu casa, Nicholas?
Era la segunda vez que pronunciaba mi nombre. Fruncí el ceño. ¿Era bueno que siguiera contándolo?
—Le diré a mi chófer que te lleve a mi ático.
Ella asintió como dando permiso a su criado. Se adelantó mientras yo me disponía a descolgar el teléfono y me ofreció la mano.
—Encantado de conocerte, Nicholas Petronas.
Me quedé estupefacto por el gesto, pero acepté la mano que me ofrecía y sentí una descarga eléctrica. La miré a los ojos y estaba seguro de que ella sentía lo mismo.
—El placer es mío, signorina Leila Flordeliza.
Ella retiró la mano como si le quemara tocarla. No podía culparla, yo sentía lo mismo. Empezó a cruzar la puerta con sus botas de tacón asesino.
—¿Una cosa más, Signore?
—¿Sí?
—¿Estás actualmente unida a alguien más o saliendo con alguien?
Debería haberme esperado esa pregunta antes. Sonreí y respondí con sinceridad.
—No. No por el momento. ¿Y tú?
—No.
Con eso, la princesa caminó sin mirar atrás y me dejó mirando detrás de ella.