CAPÍTULO CINCO
El Elegido conducía con la ventanilla abierta, respirando los ricos olores del bosque de Nueva Inglaterra. Sentía los ojos y secos por la falta de sueño. Su estómago protestaba por las varias tazas de café que había tomado durante sus breves paradas de descanso mientras conducía por una ruta sinuosa. Sentía las piernas y la parte baja de la espalda agarrotada por haber conducido durante tantas horas. También le empezaba a doler el cuello.
Sin embargo, se sentía satisfecho. Estaba haciendo el trabajo del Señor.
¡Y qué lugar para hacerlo! Desde que salió del Museo Glencairn con el dodecaedro de Gorizia, el Elegido había pasado los dos últimos días conduciendo por algunas de las iglesias más antiguas del país. Se había dirigido al este de Pensilvania, luego al norte y al est
