—¿Quiénes son?— Intenté liberarme, tomar mi espalda para un segundo intento de matar a esta criatura hirsuta que me causaba tantos problemas, pero no pude. Me quedé ahí sin poder moverme mientras el hombre y la mujer pasaban por la barrera de cristal que ya no era opaca y se inclinaban al lado del uruisg. Ahora los conocía, pero aún no podía asignarle los nombres a sus caras, y grité y maldije mientras me observaban.—¿Está bien?— Preguntó la mujer. —¿Está bien?— Preguntó la mujer.—Lo estará—. El anciano puso una mano en mi frente. —Pon tus dedos en el filo de su espada, mi amigo, y tu, mi señora, pon tu mano en su corazón. —Lo estará—. El anciano puso una mano en mi frente. —Pon tus dedos en el filo de su espada, mi amigo, y tu, mi señora, pon tu mano en su corazón.Así hicieron mientras