Capítulo Uno
—No hace tanto
calor; es la humedad.
Si Robbie oía
esa réplica una vez más, acabaría estrangulando a alguien. No es que estuviera
molesto por las intensas temperaturas del verano. Disfrutaba del clima cálido,
y en Michigan, el número de días calurosos de verano eran limitados.
Pero trabajaba
en un supermercado como empleado auxiliar para empaquetar los alimentos.
Llevaba en el trabajo desde los quince años, y después de tres, era un
excelente empaquetador. Su destreza para pasarse los comestibles de la mano
derecha a la izquierda era tan impresionante que los clientes a menudo se
detenían a mirar fijamente, boquiabiertos, como una cadena de artículos zumbaba
en el aire hacia la bolsa. A veces se
acercaban y bajaban la mirada a la bolsa, temiendo que sus alimentos estuvieran
aplastados formando un montón, solo para descubrir que estaban cuidadosamente
apilados, como por arte de magia.
Manejar
alimentos no era la única destreza manual que Robbie tenía. También era un
pianista con talento, y sabía escribir textos mecanografiados y usaba la
calculadora para sumar más rápido que nadie. Siempre había sido así de bueno
con las manos. Era algo más que coordinación táctil-visual, porque en la
mayoría de los casos ni siquiera necesitaba ver lo que estaba haciendo. Podría
mantener una conversación con alguien mientras completaba una tarea que
requiriera de destreza de una manera aparentemente automática.
Robbie era
bueno con las manualidades y sabía hacer punto y ganchillo, a pesar de que
generalmente se guardaba esta información para sí mismo. Descubrió hace mucho
tiempo que tener ciertas habilidades, independientemente de lo impresionantes
que fueran, no se esperaba de los chicos.
Una habilidad
que no tenía, era la comunicación interpersonal. Cuando sus clientes en el
supermercado trataban de dialogar con él, Robbie era educado, asentía con la
cabeza y sonreía, pero rara vez se le ocurría una respuesta adecuada. No
dominaba la réplica rápida. A menudo escuchaba a escondidas a los cajeros,
tratando de averiguar cómo conseguían bromear despreocupadamente entre sí y con
los clientes. Pero no era algo que le resultara fácil.
Cuando el Sr.
Christianson se quejó a Robbie por la humedad, debería haber sabido responder.
El comentario había sido repetido al menos tres docenas de veces por varios
clientes en el transcurso de su turno, y simplemente podía haber imitado las
respuestas de sus compañeros de trabajo. En lugar de eso sonrió y asintió con
la cabeza como siempre lo hacía.
—¿Qué es lo que
te pasa, muchacho? —El alto hombre mayor era uno de los clientes más
intimidantes de Robbie. Era cliente habitual, residía en la zona, y todos los
empleados lo conocían por ser un bullicioso y exigente derrochador. Robbie le
miró, tragó saliva y trató de pensar en algo adecuado que decir—. Cuando
alguien te habla, responde. No sé qué demonios les pasa a los chicos hoy en
día. No hay respeto. Ningún maldito respeto.
Ten cuidado con lo que estás haciendo con mis cosas. Será mejor que no hayas
roto los huevos y que el pan no esté aplastado. No me gusta la forma en que
lanzas toda esa basura en la bolsa sin mirar siquiera.
Los ojos de
Robbie se abrieron como platos cuando sintió sus mejillas entrar en calor.
—Lo siento,
señor. —Miró hacia abajo mientras seguía empaquetando los alimentos, teniendo
especial cuidado en frenar su ritmo y observar cada elemento mientras lo pasaba
de una mano a la otra.
—No te
preocupes por él, cielo —dijo Susan después de que el cliente se hubo marchado—. No es más que un viejo gruñón. Más
mezquino que unos gatos peleando en un saco de arpillera. —Era la compañera de
trabajo preferida de Robbie, una mujer de mediana edad, de baja estatura y
delgada que llevaba el pelo en un recogido. Se había trasladado al norte de
Michigan desde uno de los estados del sur, Mississippi o Alabama o alguna otra
parte. Aún conservaba su acento y llamaba a todos cielo o querido.
—No sé qué hice
—admitió.
—No has hecho
nada cielo, así que no te preocupes por eso en absoluto. Ese Henry Christianson
es solo un gruñón. Eres el mejor empaquetador que se ha visto en esta tienda.
Quédate aquí detrás de mí y no te muevas. —Susan siempre insistía en tener a
Robbie como su empaquetador. Era una cajera rápida y quería un chico que
pudiera seguirle el ritmo.
—Lo siento,
pero me tengo que ir a recoger los carritos del aparcamiento. Mi turno casi ha
terminado.
Susan miró su
reloj.
—Bueno, pero si
son cerca de las nueve ya. Guau, el tiempo vuela cuando te diviertes, supongo.
—Ella se echó a reír—. Ahora ve, y no le hagas caso al viejo Henry.
Seguramente la
mayoría de los chicos de su edad considerarían un lastre trabajar durante todo
el verano como lo hacía él, pero Robbie disfrutaba con ello. Le dijo a su jefe,
el Sr. Wandrie, que aceptaría todas las horas que pudiera. Robbie estaba
ahorrando para un coche, y ya tenía más de dos mil dólares en su cuenta
bancaria. Además de su trabajo en la tienda de comestibles, también cortaba el
césped en el camping de autocaravanas. Los patios eran todos pequeños y solo
tardaba unos pocos minutos en cada uno. Podía sacar diez dólares el metro, lo
que se traducía en un par de cientos en un buen día si trabajaba lo
suficientemente rápido.
El verano era
la única época del año en la que realmente podía ahorrar algo de dinero. Ya se
había inscrito en la universidad de la comunidad y tenía la intención de
comenzar las clases en otoño. Su madre no le había permitido trabajar muchas
horas durante el año escolar, pero ya era un adulto. Se había graduado con
honores y sus notas nunca se habían visto afectadas. Pero bueno, así era su
madre. Se preocupaba por todo y quería que Robbie se centrara principalmente en
la escuela en lugar de las actividades extra-curriculares.
De todos modos,
no le importaba. Ese tipo de cosas no eran de su estilo. No había sido miembro
de ningún club o practicado ningún deporte después del horario escolar. Era
algo así como un solitario y no se sentía cómodo en situaciones en las que
tuviera que hacerse valer. Ni siquiera en el trabajo. Ahora que tenía dieciocho
años, podría haber ascendido al puesto de cajero si realmente lo hubiera
querido, pero el sueldo no era mucho mayor, y tendría que interactuar más con
los clientes. Clientes como el Sr. Christianson.
Empujar los
carritos del supermercado era el aspecto menos deseable del trabajo de Robbie
como empleado auxiliar. No es que realmente le desagradara la tarea, más bien
era demasiado exigente físicamente. Al ser tan bajo y pesar poco más de
cuarenta y cinco kilos, los carritos le resultaban pesados. Y el aparcamiento
estaba un poco en pendiente. Llevar cuatro o cinco carros a la vez no era
demasiado pesado, pero cuando había más, era difícil atravesar el aparcamiento
y llevarlos a la tienda. Lo más inteligente sería hacer más viajes, pero si uno
de los otros empleados auxiliares le viera hacerlo, se burlarían de él y lo
llamarían cobarde.
Robbie estaba
acostumbrado a las burlas. En la escuela a menudo había sido el centro de las
bromas, sobre todo por su tamaño. Aunque no se consideraba a sí mismo una
víctima. No había sido acosado más que la mayoría de los demás chicos. Las
burlas y los insultos eran embarazosos y a veces herían sus sentimientos, pero
rara vez se enfadaba. Sonreía o reía y trataba de manejar estas situaciones con
buen humor.
Había un montón
de carros fuera. A cada empaquetador le tocaba un “servicio en el aparcamiento”
en algún momento de su turno. Un empleado concienzudo se aseguraría de que el
aparcamiento estuviera despejado durante la hora que le había sido asignada,
pero algunos de los compañeros de trabajo de Robbie no eran ambiciosos
precisamente. Si se daban cuenta de que otro de los empaquetadores se iba a
casa al final de su hora, bajaban el ritmo y dejaban un montón de carros.
Dado que el
otro empaquetador de servicio era Jerry, Robbie no se sorprendió al ver tantos
carros. Ese vago no había despejado el aparcamiento en absoluto durante la hora
anterior, a pesar de que había sido la que tenía asignada. No hizo nada más de
lo estrictamente necesario. Aunque Jerry era un año más joven que Robbie, era
un poco más grande y mucho más mandón.
Cuando Robbie
recogió los últimos nueve carros, juntándolos en un tren ridículamente largo,
respiró hondo y echó encima de ellos su peso, empujándolos a través de la
inclinada zona de aparcamiento hacia las puertas de entrada. Estaba jadeando y
resoplando, y por un momento pensó que tendría que parar. Pero se obligó a
seguir adelante, avanzando poco a poco hacia su destino. Cuando por fin dejó los
carros en su lugar, estaba jadeando. Se dio la vuelta, listo para entrar en la
tienda y fichar, cuando se dio cuenta de que otro chico de su edad estaba
parado en el vestíbulo.
—¡Qué locura!,
tío —comentó el extraño de pelo oscuro. Robbie no le reconoció. Estaba seguro
de que el chico no iba a su escuela—. Esa cadena de carros probablemente pesaba
cerca de cinco veces más que tú.
Robbie asintió
y miró al suelo. Una vez más, no estaba seguro de cómo debía responder.
—Sí —se las
arregló para pronunciar.
—¿Qué le pasa a
ese? —El tipo llevaba pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero, tenía un
aspecto más guay de lo que un chico de su edad debería tener. Su ruda
apariencia retro afectó a Robbie. Le gustaba un poco demasiado. Ese magnífico y
juvenil rostro era el de un sexy chico malo. El tipo tenía los ojos oscuros, el
pelo n***o corto y olía divinamente—. ¿Por qué el otro chico no te ayuda?
—Apuntó con el puño el interior de la tienda donde Jerry permanecía ocioso en
una de las cajas.
—No sé —dijo
Robbie. Su voz era tranquila, apenas audible—. Es mi trabajo recoger los
carritos antes de irme a casa.
—Ya veo. Bueno,
me parece que dado que ese culo mantecoso no está haciendo nada, sino estar
allí, debería ayudarte. ¿No te parece?
—Sí,
probablemente.
—Deberías
decírselo.
Robbie sonrió y
se encogió de hombros.
—Tengo que
volver dentro. —Mientras pasaba junto al chico, Robbie experimentó una
sensación extraña. Sintió cómo se erizaba el corto vello de sus brazos, e
incluso después de estar de vuelta en el interior, aún creía percibir la mirada
del apuesto extraño fija en él.
Se sacudió la
sensación de hormigueo y atravesó rápidamente la zona de las cajas hacia las
oficinas de la trastienda. Después de informar a su supervisor que había
completado todas sus obligaciones, estaba por fin libre para fichar e irse a
casa.
Jerry estaba
esperándole en el reloj de control, apoyado contra la pared con la palma de la
mano directamente encima del reloj de registro.
—¿Por qué no te
quedas y trabajas por mí esta última hora?
—Uh, lo siento,
Jerry, pero el Sr. Wandrie ya me dijo que fichara la salida.
—Ve y dile que
me vas a sustituir. No me siento muy bien. Te pagaré otra hora.
Robbie lanzó un
exasperado suspiro.
—Jerry,
deberías habérmelo pedido antes. Ya despejé el aparcamiento y todo...
Jerry se acercó
un poco más. Extendió la mano y agarró la parte delantera de la camisa de
Robbie. Apretando el puño, tiró de Robbie para acercarlo a él aún más.
—Escucha ahora,
maricón. Te dije que no me siento bien, ¡y vas a sustituirme!
El sonido de
una garganta aclarándose asustó a ambos chicos, y Jerry lo soltó rápidamente.
Robbie se dio la vuelta para ver a su jefe, el Sr. Wandrie, de pie a unos
metros de ellos.
—Robbie, sigue
adelante y ficha la salida. Jerry, ven conmigo.
Robbie se quedó
allí, con los bien ojos abiertos, mirando fijamente a su jefe por un momento.
Luego se volvió a Jerry que tenía una mirada de asombro, casi de terror en su
rostro.
—Señor —soltó
Robbie—, estaría encantado de quedarme si Jerry no se siente bien.
El Sr. Wandrie
negó con la cabeza.
—Ficha y vete a
casa, Robbie. Ya has trabajado bastante duro por hoy. —Con un movimiento de
cabeza le indicó a Jerry que lo siguiera, luego se dio la vuelta y se dirigió
por el pasillo hacia su oficina, Jerry avanzando rápidamente detrás de él.
Espero que
no sea despedido. A pesar
de lo idiota que era Jerry con él, Robbie no quería que el chico perdiera su
trabajo. Debería haber aceptado quedarse una hora extra. No era como si no
hubiera disfrutado al recibir un cheque de p**o un poco más cuantioso. No había
nada que pudiera hacer al respecto ahora.
Fichó y se
dirigió pasillo abajo hasta la sala de descanso donde se encontraban las
taquillas de los empleados. Después de abrir su taquilla, Robbie se quitó la
etiqueta con su nombre y la arrojó dentro. Cogió su k****e y la bolsa del
almuerzo y los metió en su mochila antes de sacarla de la taquilla, después
cerró la puerta y volvió a poner el candado.
Al salir, se
detuvo para darle las buenas noches a Susan.
—Creo que
podría haber metido a Jerry en problemas —dijo.
—Oh, lo dudo,
cielo. Jerry parece arreglárselas bastante bien él solo para conseguirlo.
—Bueno, el Sr.
Wandrie lo llamó a su oficina.
—¡Bien! Espero
que le meta el miedo en el cuerpo a ese chico. Alguien debería azuzarle un poco
para que espabile.
Robbie sonrió.
—Solo espero
que no pierda su trabajo.
—Robbie —dijo,
acercándose a él un paso. No había clientes en las cajas. Siempre iba poca
gente a última hora de la noche—. Eres un buen chico. Si Jerry hiciera su
trabajo como se supone que debería hacerlo, no tendría que preocuparse por
meterse en problemas.
—Lo sé —suspiró
Robbie—. Bueno, que tengas una buena noche, Susan.
—Tú también,
cielo.
Cuando Robbie
salió, decidió esperar un par de minutos para ver lo que pasaba con Jerry. Si
realmente fuera despedido, Robbie le vería salir. Se quedó junto a la entrada,
donde seguía teniendo una visión clara de las cajas a través de la ventana.
Unos tres minutos más tarde, vio a Jerry regresar a su zona de trabajo. Comenzó
a correr de acá para allá, reponiendo las bolsas para los suministros en los
pasillos de las cajas. Robbie se sintió aliviado. Al parecer, a Jerry no le
habían echado. Probablemente solo hubiera sido sermoneado y advertido con
severidad por Wandrie.
A la mayoría de
los chicos que trabajaban en la tienda no les gustaba el Sr. Wandrie. Todos se
burlaban de él a sus espaldas, posiblemente solo porque era el jefe. En opinión
de Robbie, el Sr. Wandrie era un tipo bastante decente. Había días en los que
el hombre parecía un poco gruñón, pero eso era así para todos.
Robbie se
preguntó por un momento si el Sr. Wandrie había oído a Jerry llamarle maricón.
Bueno, debió haberlo oído. Eso había avergonzado a Robbie, y esperaba que el
Sr. Wandrie no se formara una idea equivocada sobre él. Así es como los tipos
como Jerry llamaban a los demás, especialmente cuando estaban furiosos. En
realidad no significaba nada. Era como cuando la gente decía que algo era “gay”
solo porque no les gustaba. Era una forma de hablar o algo así.
Para ser
sincero, había herido sus sentimientos. No entendía por qué Jerry había dicho
algo como eso. Era tan obvio que era...
—¿Todavía estás
aquí?
Robbie dio un
salto, sorprendido por la voz detrás de él. Se volvió para enfrentar al chico
que había visto antes, el que tenía la chaqueta de cuero.
—Oh Dios mío,
me has asustado.
—Lo siento,
tío. —El chico de la chaqueta de cuero se rio—. No fue mi intención acercarme a
ti sigilosamente.
—Pensé que
Jerry iba a ser despedido —dijo Robbie—. Le llamaron a la oficina del gerente.
El chico
asintió con la cabeza.
—Bueno. Ya era
hora.
—Oh. Um, yo no
quiero que se meta en problemas ni nada de eso. Definitivamente no quiero que,
ya sabes, pierda su trabajo.
—¿Por qué no?
Es perezoso.
Robbie se
encogió de hombros.
—Dijo que no se
sentía bien.
El chico de la
chaqueta de cuero se rio de nuevo.
—Eres una...
cómo debería decirlo... persona muy confiada, ¿no?
—Uh, no lo sé.
Supongo que sí.
—Bien, Robbie,
creo que deberías tener cuidado. Algunas personas no son muy dignas de
confianza.
Robbie le miró.
Sus ojos eran más oscuros que antes, ahora eran casi negros. Tal vez fuera
debido a la tenue iluminación.
—¿Cómo sabes mi
nombre?
—Llevabas una
tarjeta de identificación. La leí antes, cuando estabas aquí fuera empujando
los carritos.
—Oh.
—Mi nombre es
Colt, por cierto.
—¿En serio?
—Sonrió Robbie, pero se dio cuenta al instante de lo grosero que debió sonar—.
Lo siento, nunca he oído hablar de nadie que se llamara así.
—Abreviatura de
Colton. Es un nombre de familia. Y no lo sientas, es bastante inusual.
—Oh, bueno, me
gusta. —Cuando su nuevo amigo le miró a los ojos, Robbie sintió que se
sonrojaba—. Uh, quiero decir... bueno, es un nombre genial.
Colt se acercó
más a él, invadiendo su espacio personal.
—Así que ¿ya
has terminado tu turno?
Robbie asintió.
—Sí —susurró.
—¿Estás
esperando a que alguien te lleve o algo así?
—Nah. Vivo a un
par de bloques de aquí, en el camping.
—Estupendo.
—Sonrió Colton—. Te acompañaré a casa.
—¡No tienes que
hacerlo! —espetó Robbie—. Uh, quiero decir, es muy amable de tu parte, pero…
—Sé que no tengo
que hacerlo, pero ¿y si quiero hacerlo?
¿Por qué
querría acompañarme a casa? Robbie no estaba muy seguro de qué pasaba con este chico, pero realmente
le gustaba. Tal vez fuera lo sexy que parecía con esa chaqueta de cuero. Tal
vez fueran sus ojos, tan oscuros y misteriosos, o la profunda resonancia de su
voz.
—Está bien. Es
cosa tuya.
Colt se agachó
y recogió la mochila que Robbie había colocado a su lado en la acera.
—Muéstrame el
camino.
Robbie se echó
a reír.
—No tienes que
llevarla, ¿sabes? Puedo arreglármelas.
—Quiero
llevarla —dijo Colt, su voz firme y confiada—. Ya no me cabe duda, realmente
eres una buena persona, alguien a quien me gustaría tener como amigo.
—Gracias.
—Robbie no podía creer que este chico estuviera siendo tan agradable, tales
atenciones le hacían sentirse un poco abrumado. Era sexy y encantador, casi
demasiado bueno para ser verdad—. Pero en realidad no sabes nada de mí. Por lo
que sabes, podría ser un asesino o algo parecido.
Colt se echó a
reír con un poco más de entusiasmo del que Robbie esperaba.
—Esa sí que es
buena. —Palmeó a Robbie en el hombro, y luego le dio un cariñoso apretón.
Robbie sintió que sus mejillas ardían.
Caminaron
juntos un trecho, con Robbie a la cabeza. Robbie no estaba seguro de qué
decirle a su nuevo amigo, cómo seguir la conversación.
—Supongo que
estás diciendo que no parezco muy peligroso.
—Bueno, tío,
para ser sincero, no, no lo pareces. Tienes el aspecto de ser un hombre tan
bueno que la gente se aprovecha de ti en ocasiones.
Colt estaba
empezando a sonar igual que su madre.
—Tal vez
—asintió—. Pero creo que prefiero que la gente me considere demasiado bueno y
no demasiado mezquino.
—Es cierto.
Pero tienes que tener cuidado. Ser bueno no es lo mismo que ser crédulo. Aun
con todo, tienes que defenderte y no dejar que la gente te utilice.
—Como Jerry.
—Robbie sabía que lo que Colt decía era verdad, pero simplemente no estaba en
su naturaleza discutir con la gente.
—Sí, como ese
idiota. Era evidente que no estaba enfermo. Solo estaba tratando de acosarte
para que trabajaras un tiempo extra para así poder irse a casa.
Robbie asintió
y bajó la cabeza.
—Oye, ¿cómo
sabes que Jerry dijo que estaba enfermo?
—Me lo dijiste
cuando estábamos en la tienda.
—¿Te lo dije?
—Robbie no lo recordaba—. ¿Eres nuevo aquí? ¿Vives también en el camping?
—No, no vivo en
el camping, pero soy nuevo en Boyne. Me mudé la semana pasada.
—Oh, guau. Así
que ¿irás al instituto o estás en la universidad?
Colt negó con
la cabeza.
—No voy al
instituto, ni a la universidad. Ya me gradué.
—Oh, pensé que
tenías mi edad. Me gradué el mes pasado.
—Estudié en
casa —dijo Colt—. A mis padres no les gustaban las escuelas públicas. ¿Qué edad
crees que aparento?
—No lo sé. —No
quería responder por miedo a equivocarse—. Diecisiete tal vez.
Colt se echó a
reír.
—Te equivocas.
—Lo siento, no
soy bueno adivinando la edad de la gente.
—Tengo bastante
más de diecisiete años —dijo Colt, sin dejar de sonreír—. Bastante más.
¿Me creerías si te dijera que tengo ciento sesenta y siete?
Robbie se echó
a reír.
—Guau, tienes
buen aspecto para tu edad. Debes tener una dieta fantástica y un gran régimen
de ejercicios.
—Oh, sí. —Le
guiñó un ojo y luego pasó un brazo sobre el hombro de Robbie—. Principalmente
una dieta líquida.
Robbie se
volvió hacia él, inhalando cuando lo hizo, y de inmediato se dio cuenta de cuán
tentador era el olor de Colt. Llevaba algún tipo de perfume de sándalo. Paró de
caminar y miró a los ojos de su amigo. Parecían mucho más oscuros que antes,
pero tal vez se debiera a la luz tenue de las farolas a su alrededor.
—¿Cuántos años
tienes realmente? —susurró Robbie.
—Tenía
diecisiete la última vez que lo comprobé. —La voz de Colt era ahora más suave y
sensual.
Robbie estaba
empezando a sentirse nervioso. Jamás había estado tan cerca de otro chico, al
menos no de esta forma. Parecía tan íntimo. Estaban completamente solos en la
calle, el pequeño pueblo ya se había preparado para pasar la noche. Cualquiera
de sus vecinos podía mirar por su ventana y verlo con su nuevo amigo. La casa
de Robbie estaba a menos de un bloque de distancia. Cuando Colt se inclinó
hacia él, Robbie sintió que su corazón latía más rápido.
—Esa de allí es
mi casa —espetó Robbie, señalando calle abajo.
Colt se apartó,
pero no se volvió para ver dónde estaba señalando Robbie.
—Realmente no
quiero mirar tu casa ahora mismo —susurró—. Prefiero mirarte a ti.
Robbie se
odiaba a sí mismo por reírse, pero fue una respuesta automática. Los nervios.
En realidad ni siquiera conocía a este chico. No sabía nada de Colt, solo hacía
unos minutos que lo conocía.
—Yo, eh...
Debería entrar. Mamá me está esperando.
—Tal vez
podamos salir alguna vez.
—Um, sí, claro.
¿Quieres mi número?
—Todavía no
tengo móvil, pero puedo venir mañana si quieres.
—Oh, por
supuesto, eso sería genial. —Robbie tenía el día libre, no tenía que ir a
trabajar—. Pero lo más probable es que vaya a cortar el césped por la mañana.
Si quieres hacer un poco de dinero, quizá podrías ayudarme. Dividiré el…
Colt negó con
la cabeza.
—Yo no soy una
persona madrugadora. ¿Qué tal si me paso mañana por la noche, digamos a eso de
las nueve, nueve y media?
—Claro. —Robbie
le sonrió—. Eso sería genial.
Colt le entregó
la mochila que llevaba.
—Es una cita
entonces. —Dio un paso atrás, le guiñó un ojo, una vez más, y comenzó a
alejarse. Regresó por donde habían venido.
—Una cita —dijo
Robbie riendo a carcajadas, repitió, más para sí que para su nuevo amigo—. Guau,
una cita de verdad.
—¡Adiós! —gritó
Robbie.
Colt se volvió,
levantando una mano.
—Nos vemos
mañana.
~~~~~
Robbie comenzó
a recibir clases de piano cuando tenía nueve años de edad. Su madre tenía un
viejo piano vertical espineta que había heredado de su madre. Como Robbie y su
madre vivían en una casa remolque de doble anchura, cualquier cosa más grande
que eso nunca encajaría. De hecho, incluso el pequeño piano vertical apenas
había pasado sin tocar el marco de la puerta cuando se instalaron.
Robbie no podía
recordar haber vivido nunca en otro lugar que no fuera el camping de
autocaravanas en la ciudad de Boyne. Cuando era niño, sus padres tenían un
apartamento, pero para cuando Robbie comenzó la guardería, se habían mudado al
camping. Sus padres se habían divorciado cuando Robbie tenía seis años, y no
había visto mucho a su padre desde entonces.
Cuando se hizo
evidente que Robbie tenía talento musical, su madre insistió en que practicara
todos los días. Esta apenas era una carga para Robbie porque hacer música era
su pasatiempo favorito. En sexto grado, su repertorio musical incluía una
mezcla ecléctica de animadas canciones contemporáneas, así como todos los temas
clásicos. Incluso tocaba melodías tradicionales y música orquestal, del tipo
que a su abuela le gustaba.
Cuando comenzó
a aprender a tocar el piano, su atención se centraba en leer las partituras.
Finalmente llegó a un punto en el que rara vez dependía de la partitura. Podía
aprender la mayoría de las melodías con solo escucharlas. Por su decimotercer
cumpleaños, sus abuelos le regalaron un piano digital, que era la cosa más guay
que nunca le habían obsequiado. Lo guardaba en su dormitorio, y rápidamente se
convirtió en su instrumento preferido.
Tan pronto como
Robbie abrió la puerta y entró en su sala de estar esa noche, su madre lo
saludó como de costumbre y le informó de que le había guardado la cena.
—Oh genial
—dijo con una gran sonrisa en su rostro.
—¿Por qué estás
tan contento?
Se encogió de
hombros, tratando lo mejor que pudo de mantener una actitud despreocupada.
Desprendió el papel de aluminio del plato e inhaló el delicioso aroma de su
comida favorita.
—Mm, huele
bien.
—¿Quién era ese
chico? —preguntó.
—¿Eh? —Miró
hacia ella. Estaba sentada en la mesa de la cocina, junto a la ventana. Debió
haberles visto a Colt y a él hablando—. Oh, bueno, es solo un chico que conocí.
Se acaba de mudar aquí. Vamos a salir juntos mañana.
—¿Ese chico
tiene nombre?
—Sí. —Cogió un
muslo y lo mordió.
—Trae eso a la
mesa y siéntate a comer —dijo ella—. Llenarás de migas todo el piso.
Robbie levantó
el plato mientras ponía los ojos en blanco, luego fue a la mesa y se sentó.
—Su nombre es
Colt —dijo después de tragar el primer bocado.
—Parece mucho
mayor que tú.
—Sí, tiene
ciento sesenta y tantos años de edad. —Robbie se echó a reír.
—¿Qué?
—Eso es lo que
dijo. En realidad, tiene diecisiete años, un año más joven que yo, pero es más
alto. Aunque todo el mundo es más alto que yo.
—Deberías
haberle invitado a entrar. Si vas a pasar tiempo con ese chico, quiero
conocerlo.
—Lo acabo de
conocer, mamá. No sé si voy a pasar tiempo con él o no. Estaba en la tienda
y... bueno... solo empezamos a hablar y todo eso. Así que me acompañó a casa.
—¿Es gay?
—Bueno, es un
amigo. Nos acabamos de conocer, y no tengo ni idea de si es gay o no. —Eso no
era totalmente cierto. Robbie sentía que Colt estaba interesado en tener algo más que una amistad. La forma en
que se había inclinado hacia él cuando estaban juntos en la calle le había
parecido muy íntima, e incluso había pensado que Colt iba a besarlo. Él lo
había deseado. Lo había querido más que nada, pero estaba asustado. A Robbie
nunca antes le había besado un chico.
Fue fácil para
Robbie averiguar que era gay. Bien, en cierto modo siempre lo había sabido.
Incluso cuando era muy pequeño y no sabía el significado de la orientación
sexual, Robbie se había dado cuenta de que era diferente. A medida que crecía y
entraba en la pubertad, comenzó a darse cuenta de que se sentía atraído por
otros chicos, y de alguna manera todo encajó. Las piezas del rompecabezas se
ensamblaron, y de repente entendió por qué no se sentía cómodo con las cosas
típicas de chicos. Nunca le habían gustado los deportes, nunca había jugado con
el tipo de juguete diseñado para los chicos y siempre había sido más artístico
y creativo. La mayoría de sus amigos de la infancia habían sido niñas.
Su madre fue la
primera persona a la que se lo había dicho. Siempre había creído que a ella le
gustaba la gente gay, además era bastante elocuente en su defensa de los
derechos de los homosexuales, por lo que pensó que no tendría muchos problemas
al respecto. En realidad no le había dicho nada que ella no hubiera descubierto
ya. Ella le había apoyado. No se había puesto rara con él. Robbie tenía la
impresión de que estaba casi emocionada por tener un hijo gay. Ni siquiera
había cumplido quince años aún cuando lo declaró, y en su mayor parte, no
supuso grandes cambios en su vida. El
principal cambio fue que finalmente dejó de fingir ser como los demás chicos.
Ya no tenía que decir que pensaba que ciertas chicas parecían atractivas, y no
tenía que ocultar el hecho de que le gustaban los chicos.
Robbie nunca lo
había declarado en el instituto. No era como si Boyne estuviera repleto de
homosexuales y orgulloso de ello. Tenía un par de amigas heterosexuales con las
que había salido, y ambas sabían que era gay, pero en general, mantenía en
secreto su identidad. Una de estas amigas, Lisa, fue su pareja en el baile.
Incluso si hubiera conocido a un chico en el que estuviera interesado, la
ciudad de Boyne no era el lugar más fácil del mundo para ser un adolescente
gay. Realmente no conocía a ningún otro chico en la escuela que fuera gay,
bueno, no a nadie con el que quisiera citarse.
A veces Robbie
asistía a un grupo juvenil de la iglesia, y había estado en la banda. Estas
actividades, combinadas con su horario de trabajo, lo habían mantenido muy
ocupado durante el año escolar. En el verano, su objetivo era ganar tanto
dinero como le fuera posible, y esperaba que fueran tres meses muy rentables.
Quería su propio coche antes de que el semestre de la universidad comenzara en
otoño. Eso no dejaba mucho tiempo para citas, grupos de jóvenes, música, o
cualquier otra cosa. Puede que su madre estuviera preocupada por que pasara
tanto tiempo centrado en el trabajo y no fuera a disfrutar de su último verano.
Parecía estar constantemente animándole a hacer otras cosas, hacer nuevos
amigos y disfrutar de su juventud antes de que se le escapara por completo.
—Robbie, una
vez que te introduzcas en el mundo laboral a tiempo completo, quedarás atrapado
—le había dicho su madre—. Trabajarás toda tu vida. No quiero que tengas prisa.
Solo tienes dieciocho años, y te acabas de graduar. Disfruta de tu último
verano y haz algunas de las cosas que los demás jóvenes de dieciocho años
hacen. Diviértete; vive un poco.
Robbie no lo
veía de esa manera. Le gustaba trabajar y ganar dinero, y su objetivo de
conseguir su propio coche era solo el primer paso. No tenía ninguna intención
de ir por la vida trabajando como un burro en un trabajo sin futuro como su
madre. Planeaba ir a la universidad en su momento y obtener un título. Quería
escapar de este pueblo de mala muerte. La ciudad de Boyne estaba muy bien, en
lo que a ciudades pequeñas se refería, pero no había futuro para él aquí.
—Parece
agradable —dijo Robbie—. Solo vamos a pasar el rato.
—Bueno, dile
que venga y me lo presentas.
—¡Mamá!
A solas en su
habitación, Robbie se puso los auriculares y se tumbó en su cama. Eran más de
las diez, y su madre se había retirado a dormir. Cerró los ojos, escuchando la
música, mientras pensaba en su paseo a casa con Colt.
Había algo en
él, algo misterioso. Incluso su voz, más profunda que la de la mayoría de los
chicos de su edad, era sexy y tranquilizadora. Cuando Colt hablaba, Robbie
sentía calor dentro de su pecho. Era una sensación extraña, muy calmante. Y
esos ojos oscuros. Mirar fijamente en ellos había hecho que Robbie se sintiera
casi paralizado, como si estuviera en estado de hipnosis o algo así.
Tal vez eso era
lo que sucedía cuando conocías a un chico como Colt. Tal vez todo fuera parte
de la atracción física. Cualquiera que fuera el caso, a Robbie le gustaba. Era
emocionante y daba un poco de miedo, pero cuando pensaba en su nuevo amigo de
pelo oscuro y chaqueta de cuero, los latidos de su corazón se aceleraban. Deseó
no haberse alejado cuando Colt se había inclinado hacia él. Deseó haberle
besado.
Tal vez tuviera
otra oportunidad. Mañana.