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Eternamente Joven--Spanish Version

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Blurb

En menos de un verano, el tímido e introvertido Robbie Myers pasa de tener dieciocho años y no haber sido besado nunca a la apasionada intensidad del primer amor que podría durar eternamente. Literalmente...

Robbie Myers de dieciocho años de edad tiene dificultades para hablar con la gente. No solo es tímido, sino que parece decir algo equivocado cada vez que abre la boca, sobre todo al apuesto desconocido y misterioso que se presenta en su trabajo del supermercado, lo defiende de un compañero agresivo y luego le pide una cita. No puede creer que un atractivo y mundano chico malo de diecisiete años de edad, Colt Abernathy esté realmente interesado. Sin embargo, no puede negar que el fervor ardiente en los ojos oscuros de Colt es solo por él. En cuestión de un instante, Robbie es apartado de su plan de asistir a un colegio comunitario mientras que vive en casa con su madre y ahorra para un coche, hasta la tierna y ya apasionada exploración de un intenso primer amor. Poco sabe Robbie...

Convertido durante el apogeo de la Guerra Civil, Colt ha quedado atrapado en el cuerpo de un solitario chico de diecisiete años de edad. Cuando ve al joven delgado, de pelo rubio, y ojos azules, empujando una fila de carros de la compra al otro lado de un aparcamiento, Colt sabe al instante que están destinados el uno para el otro. Solo hay un problema mayor: si sobrevive a la batalla inminente entre los vampiros y los Matarianos –un ejército de brutales cazadores de vampiros– va a vivir para siempre. Robbie no es...

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Capítulo Uno
Capítulo Uno —No hace tanto calor; es la humedad. Si Robbie oía esa réplica una vez más, acabaría estrangulando a alguien. No es que estuviera molesto por las intensas temperaturas del verano. Disfrutaba del clima cálido, y en Michigan, el número de días calurosos de verano eran limitados. Pero trabajaba en un supermercado como empleado auxiliar para empaquetar los alimentos. Llevaba en el trabajo desde los quince años, y después de tres, era un excelente empaquetador. Su destreza para pasarse los comestibles de la mano derecha a la izquierda era tan impresionante que los clientes a menudo se detenían a mirar fijamente, boquiabiertos, como una cadena de artículos zumbaba en el aire hacia la bolsa. A veces se acercaban y bajaban la mirada a la bolsa, temiendo que sus alimentos estuvieran aplastados formando un montón, solo para descubrir que estaban cuidadosamente apilados, como por arte de magia. Manejar alimentos no era la única destreza manual que Robbie tenía. También era un pianista con talento, y sabía escribir textos mecanografiados y usaba la calculadora para sumar más rápido que nadie. Siempre había sido así de bueno con las manos. Era algo más que coordinación táctil-visual, porque en la mayoría de los casos ni siquiera necesitaba ver lo que estaba haciendo. Podría mantener una conversación con alguien mientras completaba una tarea que requiriera de destreza de una manera aparentemente automática. Robbie era bueno con las manualidades y sabía hacer punto y ganchillo, a pesar de que generalmente se guardaba esta información para sí mismo. Descubrió hace mucho tiempo que tener ciertas habilidades, independientemente de lo impresionantes que fueran, no se esperaba de los chicos. Una habilidad que no tenía, era la comunicación interpersonal. Cuando sus clientes en el supermercado trataban de dialogar con él, Robbie era educado, asentía con la cabeza y sonreía, pero rara vez se le ocurría una respuesta adecuada. No dominaba la réplica rápida. A menudo escuchaba a escondidas a los cajeros, tratando de averiguar cómo conseguían bromear despreocupadamente entre sí y con los clientes. Pero no era algo que le resultara fácil. Cuando el Sr. Christianson se quejó a Robbie por la humedad, debería haber sabido responder. El comentario había sido repetido al menos tres docenas de veces por varios clientes en el transcurso de su turno, y simplemente podía haber imitado las respuestas de sus compañeros de trabajo. En lugar de eso sonrió y asintió con la cabeza como siempre lo hacía. —¿Qué es lo que te pasa, muchacho? —El alto hombre mayor era uno de los clientes más intimidantes de Robbie. Era cliente habitual, residía en la zona, y todos los empleados lo conocían por ser un bullicioso y exigente derrochador. Robbie le miró, tragó saliva y trató de pensar en algo adecuado que decir—. Cuando alguien te habla, responde. No sé qué demonios les pasa a los chicos hoy en día. No hay respeto. Ningún maldito respeto. Ten cuidado con lo que estás haciendo con mis cosas. Será mejor que no hayas roto los huevos y que el pan no esté aplastado. No me gusta la forma en que lanzas toda esa basura en la bolsa sin mirar siquiera. Los ojos de Robbie se abrieron como platos cuando sintió sus mejillas entrar en calor. —Lo siento, señor. —Miró hacia abajo mientras seguía empaquetando los alimentos, teniendo especial cuidado en frenar su ritmo y observar cada elemento mientras lo pasaba de una mano a la otra. —No te preocupes por él, cielo —dijo Susan después de que el cliente se hubo marchado—. No es más que un viejo gruñón. Más mezquino que unos gatos peleando en un saco de arpillera. —Era la compañera de trabajo preferida de Robbie, una mujer de mediana edad, de baja estatura y delgada que llevaba el pelo en un recogido. Se había trasladado al norte de Michigan desde uno de los estados del sur, Mississippi o Alabama o alguna otra parte. Aún conservaba su acento y llamaba a todos cielo o querido. —No sé qué hice —admitió. —No has hecho nada cielo, así que no te preocupes por eso en absoluto. Ese Henry Christianson es solo un gruñón. Eres el mejor empaquetador que se ha visto en esta tienda. Quédate aquí detrás de mí y no te muevas. —Susan siempre insistía en tener a Robbie como su empaquetador. Era una cajera rápida y quería un chico que pudiera seguirle el ritmo. —Lo siento, pero me tengo que ir a recoger los carritos del aparcamiento. Mi turno casi ha terminado. Susan miró su reloj. —Bueno, pero si son cerca de las nueve ya. Guau, el tiempo vuela cuando te diviertes, supongo. —Ella se echó a reír—. Ahora ve, y no le hagas caso al viejo Henry. Seguramente la mayoría de los chicos de su edad considerarían un lastre trabajar durante todo el verano como lo hacía él, pero Robbie disfrutaba con ello. Le dijo a su jefe, el Sr. Wandrie, que aceptaría todas las horas que pudiera. Robbie estaba ahorrando para un coche, y ya tenía más de dos mil dólares en su cuenta bancaria. Además de su trabajo en la tienda de comestibles, también cortaba el césped en el camping de autocaravanas. Los patios eran todos pequeños y solo tardaba unos pocos minutos en cada uno. Podía sacar diez dólares el metro, lo que se traducía en un par de cientos en un buen día si trabajaba lo suficientemente rápido. El verano era la única época del año en la que realmente podía ahorrar algo de dinero. Ya se había inscrito en la universidad de la comunidad y tenía la intención de comenzar las clases en otoño. Su madre no le había permitido trabajar muchas horas durante el año escolar, pero ya era un adulto. Se había graduado con honores y sus notas nunca se habían visto afectadas. Pero bueno, así era su madre. Se preocupaba por todo y quería que Robbie se centrara principalmente en la escuela en lugar de las actividades extra-curriculares. De todos modos, no le importaba. Ese tipo de cosas no eran de su estilo. No había sido miembro de ningún club o practicado ningún deporte después del horario escolar. Era algo así como un solitario y no se sentía cómodo en situaciones en las que tuviera que hacerse valer. Ni siquiera en el trabajo. Ahora que tenía dieciocho años, podría haber ascendido al puesto de cajero si realmente lo hubiera querido, pero el sueldo no era mucho mayor, y tendría que interactuar más con los clientes. Clientes como el Sr. Christianson. Empujar los carritos del supermercado era el aspecto menos deseable del trabajo de Robbie como empleado auxiliar. No es que realmente le desagradara la tarea, más bien era demasiado exigente físicamente. Al ser tan bajo y pesar poco más de cuarenta y cinco kilos, los carritos le resultaban pesados. Y el aparcamiento estaba un poco en pendiente. Llevar cuatro o cinco carros a la vez no era demasiado pesado, pero cuando había más, era difícil atravesar el aparcamiento y llevarlos a la tienda. Lo más inteligente sería hacer más viajes, pero si uno de los otros empleados auxiliares le viera hacerlo, se burlarían de él y lo llamarían cobarde. Robbie estaba acostumbrado a las burlas. En la escuela a menudo había sido el centro de las bromas, sobre todo por su tamaño. Aunque no se consideraba a sí mismo una víctima. No había sido acosado más que la mayoría de los demás chicos. Las burlas y los insultos eran embarazosos y a veces herían sus sentimientos, pero rara vez se enfadaba. Sonreía o reía y trataba de manejar estas situaciones con buen humor. Había un montón de carros fuera. A cada empaquetador le tocaba un “servicio en el aparcamiento” en algún momento de su turno. Un empleado concienzudo se aseguraría de que el aparcamiento estuviera despejado durante la hora que le había sido asignada, pero algunos de los compañeros de trabajo de Robbie no eran ambiciosos precisamente. Si se daban cuenta de que otro de los empaquetadores se iba a casa al final de su hora, bajaban el ritmo y dejaban un montón de carros. Dado que el otro empaquetador de servicio era Jerry, Robbie no se sorprendió al ver tantos carros. Ese vago no había despejado el aparcamiento en absoluto durante la hora anterior, a pesar de que había sido la que tenía asignada. No hizo nada más de lo estrictamente necesario. Aunque Jerry era un año más joven que Robbie, era un poco más grande y mucho más mandón. Cuando Robbie recogió los últimos nueve carros, juntándolos en un tren ridículamente largo, respiró hondo y echó encima de ellos su peso, empujándolos a través de la inclinada zona de aparcamiento hacia las puertas de entrada. Estaba jadeando y resoplando, y por un momento pensó que tendría que parar. Pero se obligó a seguir adelante, avanzando poco a poco hacia su destino. Cuando por fin dejó los carros en su lugar, estaba jadeando. Se dio la vuelta, listo para entrar en la tienda y fichar, cuando se dio cuenta de que otro chico de su edad estaba parado en el vestíbulo. —¡Qué locura!, tío —comentó el extraño de pelo oscuro. Robbie no le reconoció. Estaba seguro de que el chico no iba a su escuela—. Esa cadena de carros probablemente pesaba cerca de cinco veces más que tú. Robbie asintió y miró al suelo. Una vez más, no estaba seguro de cómo debía responder. —Sí —se las arregló para pronunciar. —¿Qué le pasa a ese? —El tipo llevaba pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero, tenía un aspecto más guay de lo que un chico de su edad debería tener. Su ruda apariencia retro afectó a Robbie. Le gustaba un poco demasiado. Ese magnífico y juvenil rostro era el de un sexy chico malo. El tipo tenía los ojos oscuros, el pelo n***o corto y olía divinamente—. ¿Por qué el otro chico no te ayuda? —Apuntó con el puño el interior de la tienda donde Jerry permanecía ocioso en una de las cajas. —No sé —dijo Robbie. Su voz era tranquila, apenas audible—. Es mi trabajo recoger los carritos antes de irme a casa. —Ya veo. Bueno, me parece que dado que ese culo mantecoso no está haciendo nada, sino estar allí, debería ayudarte. ¿No te parece? —Sí, probablemente. —Deberías decírselo. Robbie sonrió y se encogió de hombros. —Tengo que volver dentro. —Mientras pasaba junto al chico, Robbie experimentó una sensación extraña. Sintió cómo se erizaba el corto vello de sus brazos, e incluso después de estar de vuelta en el interior, aún creía percibir la mirada del apuesto extraño fija en él. Se sacudió la sensación de hormigueo y atravesó rápidamente la zona de las cajas hacia las oficinas de la trastienda. Después de informar a su supervisor que había completado todas sus obligaciones, estaba por fin libre para fichar e irse a casa. Jerry estaba esperándole en el reloj de control, apoyado contra la pared con la palma de la mano directamente encima del reloj de registro. —¿Por qué no te quedas y trabajas por mí esta última hora? —Uh, lo siento, Jerry, pero el Sr. Wandrie ya me dijo que fichara la salida. —Ve y dile que me vas a sustituir. No me siento muy bien. Te pagaré otra hora. Robbie lanzó un exasperado suspiro. —Jerry, deberías habérmelo pedido antes. Ya despejé el aparcamiento y todo... Jerry se acercó un poco más. Extendió la mano y agarró la parte delantera de la camisa de Robbie. Apretando el puño, tiró de Robbie para acercarlo a él aún más. —Escucha ahora, maricón. Te dije que no me siento bien, ¡y vas a sustituirme! El sonido de una garganta aclarándose asustó a ambos chicos, y Jerry lo soltó rápidamente. Robbie se dio la vuelta para ver a su jefe, el Sr. Wandrie, de pie a unos metros de ellos. —Robbie, sigue adelante y ficha la salida. Jerry, ven conmigo. Robbie se quedó allí, con los bien ojos abiertos, mirando fijamente a su jefe por un momento. Luego se volvió a Jerry que tenía una mirada de asombro, casi de terror en su rostro. —Señor —soltó Robbie—, estaría encantado de quedarme si Jerry no se siente bien. El Sr. Wandrie negó con la cabeza. —Ficha y vete a casa, Robbie. Ya has trabajado bastante duro por hoy. —Con un movimiento de cabeza le indicó a Jerry que lo siguiera, luego se dio la vuelta y se dirigió por el pasillo hacia su oficina, Jerry avanzando rápidamente detrás de él. Espero que no sea despedido. A pesar de lo idiota que era Jerry con él, Robbie no quería que el chico perdiera su trabajo. Debería haber aceptado quedarse una hora extra. No era como si no hubiera disfrutado al recibir un cheque de p**o un poco más cuantioso. No había nada que pudiera hacer al respecto ahora. Fichó y se dirigió pasillo abajo hasta la sala de descanso donde se encontraban las taquillas de los empleados. Después de abrir su taquilla, Robbie se quitó la etiqueta con su nombre y la arrojó dentro. Cogió su k****e y la bolsa del almuerzo y los metió en su mochila antes de sacarla de la taquilla, después cerró la puerta y volvió a poner el candado. Al salir, se detuvo para darle las buenas noches a Susan. —Creo que podría haber metido a Jerry en problemas —dijo. —Oh, lo dudo, cielo. Jerry parece arreglárselas bastante bien él solo para conseguirlo. —Bueno, el Sr. Wandrie lo llamó a su oficina. —¡Bien! Espero que le meta el miedo en el cuerpo a ese chico. Alguien debería azuzarle un poco para que espabile. Robbie sonrió. —Solo espero que no pierda su trabajo. —Robbie —dijo, acercándose a él un paso. No había clientes en las cajas. Siempre iba poca gente a última hora de la noche—. Eres un buen chico. Si Jerry hiciera su trabajo como se supone que debería hacerlo, no tendría que preocuparse por meterse en problemas. —Lo sé —suspiró Robbie—. Bueno, que tengas una buena noche, Susan. —Tú también, cielo. Cuando Robbie salió, decidió esperar un par de minutos para ver lo que pasaba con Jerry. Si realmente fuera despedido, Robbie le vería salir. Se quedó junto a la entrada, donde seguía teniendo una visión clara de las cajas a través de la ventana. Unos tres minutos más tarde, vio a Jerry regresar a su zona de trabajo. Comenzó a correr de acá para allá, reponiendo las bolsas para los suministros en los pasillos de las cajas. Robbie se sintió aliviado. Al parecer, a Jerry no le habían echado. Probablemente solo hubiera sido sermoneado y advertido con severidad por Wandrie. A la mayoría de los chicos que trabajaban en la tienda no les gustaba el Sr. Wandrie. Todos se burlaban de él a sus espaldas, posiblemente solo porque era el jefe. En opinión de Robbie, el Sr. Wandrie era un tipo bastante decente. Había días en los que el hombre parecía un poco gruñón, pero eso era así para todos. Robbie se preguntó por un momento si el Sr. Wandrie había oído a Jerry llamarle maricón. Bueno, debió haberlo oído. Eso había avergonzado a Robbie, y esperaba que el Sr. Wandrie no se formara una idea equivocada sobre él. Así es como los tipos como Jerry llamaban a los demás, especialmente cuando estaban furiosos. En realidad no significaba nada. Era como cuando la gente decía que algo era “gay” solo porque no les gustaba. Era una forma de hablar o algo así. Para ser sincero, había herido sus sentimientos. No entendía por qué Jerry había dicho algo como eso. Era tan obvio que era... —¿Todavía estás aquí? Robbie dio un salto, sorprendido por la voz detrás de él. Se volvió para enfrentar al chico que había visto antes, el que tenía la chaqueta de cuero. —Oh Dios mío, me has asustado. —Lo siento, tío. —El chico de la chaqueta de cuero se rio—. No fue mi intención acercarme a ti sigilosamente. —Pensé que Jerry iba a ser despedido —dijo Robbie—. Le llamaron a la oficina del gerente. El chico asintió con la cabeza. —Bueno. Ya era hora. —Oh. Um, yo no quiero que se meta en problemas ni nada de eso. Definitivamente no quiero que, ya sabes, pierda su trabajo. —¿Por qué no? Es perezoso. Robbie se encogió de hombros. —Dijo que no se sentía bien. El chico de la chaqueta de cuero se rio de nuevo. —Eres una... cómo debería decirlo... persona muy confiada, ¿no? —Uh, no lo sé. Supongo que sí. —Bien, Robbie, creo que deberías tener cuidado. Algunas personas no son muy dignas de confianza. Robbie le miró. Sus ojos eran más oscuros que antes, ahora eran casi negros. Tal vez fuera debido a la tenue iluminación. —¿Cómo sabes mi nombre? —Llevabas una tarjeta de identificación. La leí antes, cuando estabas aquí fuera empujando los carritos. —Oh. —Mi nombre es Colt, por cierto. —¿En serio? —Sonrió Robbie, pero se dio cuenta al instante de lo grosero que debió sonar—. Lo siento, nunca he oído hablar de nadie que se llamara así. —Abreviatura de Colton. Es un nombre de familia. Y no lo sientas, es bastante inusual. —Oh, bueno, me gusta. —Cuando su nuevo amigo le miró a los ojos, Robbie sintió que se sonrojaba—. Uh, quiero decir... bueno, es un nombre genial. Colt se acercó más a él, invadiendo su espacio personal. —Así que ¿ya has terminado tu turno? Robbie asintió. —Sí —susurró. —¿Estás esperando a que alguien te lleve o algo así? —Nah. Vivo a un par de bloques de aquí, en el camping. —Estupendo. —Sonrió Colton—. Te acompañaré a casa. —¡No tienes que hacerlo! —espetó Robbie—. Uh, quiero decir, es muy amable de tu parte, pero… —Sé que no tengo que hacerlo, pero ¿y si quiero hacerlo? ¿Por qué querría acompañarme a casa? Robbie no estaba muy seguro de qué pasaba con este chico, pero realmente le gustaba. Tal vez fuera lo sexy que parecía con esa chaqueta de cuero. Tal vez fueran sus ojos, tan oscuros y misteriosos, o la profunda resonancia de su voz. —Está bien. Es cosa tuya. Colt se agachó y recogió la mochila que Robbie había colocado a su lado en la acera. —Muéstrame el camino. Robbie se echó a reír. —No tienes que llevarla, ¿sabes? Puedo arreglármelas. —Quiero llevarla —dijo Colt, su voz firme y confiada—. Ya no me cabe duda, realmente eres una buena persona, alguien a quien me gustaría tener como amigo. —Gracias. —Robbie no podía creer que este chico estuviera siendo tan agradable, tales atenciones le hacían sentirse un poco abrumado. Era sexy y encantador, casi demasiado bueno para ser verdad—. Pero en realidad no sabes nada de mí. Por lo que sabes, podría ser un asesino o algo parecido. Colt se echó a reír con un poco más de entusiasmo del que Robbie esperaba. —Esa sí que es buena. —Palmeó a Robbie en el hombro, y luego le dio un cariñoso apretón. Robbie sintió que sus mejillas ardían. Caminaron juntos un trecho, con Robbie a la cabeza. Robbie no estaba seguro de qué decirle a su nuevo amigo, cómo seguir la conversación. —Supongo que estás diciendo que no parezco muy peligroso. —Bueno, tío, para ser sincero, no, no lo pareces. Tienes el aspecto de ser un hombre tan bueno que la gente se aprovecha de ti en ocasiones. Colt estaba empezando a sonar igual que su madre. —Tal vez —asintió—. Pero creo que prefiero que la gente me considere demasiado bueno y no demasiado mezquino. —Es cierto. Pero tienes que tener cuidado. Ser bueno no es lo mismo que ser crédulo. Aun con todo, tienes que defenderte y no dejar que la gente te utilice. —Como Jerry. —Robbie sabía que lo que Colt decía era verdad, pero simplemente no estaba en su naturaleza discutir con la gente. —Sí, como ese idiota. Era evidente que no estaba enfermo. Solo estaba tratando de acosarte para que trabajaras un tiempo extra para así poder irse a casa. Robbie asintió y bajó la cabeza. —Oye, ¿cómo sabes que Jerry dijo que estaba enfermo? —Me lo dijiste cuando estábamos en la tienda. —¿Te lo dije? —Robbie no lo recordaba—. ¿Eres nuevo aquí? ¿Vives también en el camping? —No, no vivo en el camping, pero soy nuevo en Boyne. Me mudé la semana pasada. —Oh, guau. Así que ¿irás al instituto o estás en la universidad? Colt negó con la cabeza. —No voy al instituto, ni a la universidad. Ya me gradué. —Oh, pensé que tenías mi edad. Me gradué el mes pasado. —Estudié en casa —dijo Colt—. A mis padres no les gustaban las escuelas públicas. ¿Qué edad crees que aparento? —No lo sé. —No quería responder por miedo a equivocarse—. Diecisiete tal vez. Colt se echó a reír. —Te equivocas. —Lo siento, no soy bueno adivinando la edad de la gente. —Tengo bastante más de diecisiete años —dijo Colt, sin dejar de sonreír—. Bastante más. ¿Me creerías si te dijera que tengo ciento sesenta y siete? Robbie se echó a reír. —Guau, tienes buen aspecto para tu edad. Debes tener una dieta fantástica y un gran régimen de ejercicios. —Oh, sí. —Le guiñó un ojo y luego pasó un brazo sobre el hombro de Robbie—. Principalmente una dieta líquida. Robbie se volvió hacia él, inhalando cuando lo hizo, y de inmediato se dio cuenta de cuán tentador era el olor de Colt. Llevaba algún tipo de perfume de sándalo. Paró de caminar y miró a los ojos de su amigo. Parecían mucho más oscuros que antes, pero tal vez se debiera a la luz tenue de las farolas a su alrededor. —¿Cuántos años tienes realmente? —susurró Robbie. —Tenía diecisiete la última vez que lo comprobé. —La voz de Colt era ahora más suave y sensual. Robbie estaba empezando a sentirse nervioso. Jamás había estado tan cerca de otro chico, al menos no de esta forma. Parecía tan íntimo. Estaban completamente solos en la calle, el pequeño pueblo ya se había preparado para pasar la noche. Cualquiera de sus vecinos podía mirar por su ventana y verlo con su nuevo amigo. La casa de Robbie estaba a menos de un bloque de distancia. Cuando Colt se inclinó hacia él, Robbie sintió que su corazón latía más rápido. —Esa de allí es mi casa —espetó Robbie, señalando calle abajo. Colt se apartó, pero no se volvió para ver dónde estaba señalando Robbie. —Realmente no quiero mirar tu casa ahora mismo —susurró—. Prefiero mirarte a ti. Robbie se odiaba a sí mismo por reírse, pero fue una respuesta automática. Los nervios. En realidad ni siquiera conocía a este chico. No sabía nada de Colt, solo hacía unos minutos que lo conocía. —Yo, eh... Debería entrar. Mamá me está esperando. —Tal vez podamos salir alguna vez. —Um, sí, claro. ¿Quieres mi número? —Todavía no tengo móvil, pero puedo venir mañana si quieres. —Oh, por supuesto, eso sería genial. —Robbie tenía el día libre, no tenía que ir a trabajar—. Pero lo más probable es que vaya a cortar el césped por la mañana. Si quieres hacer un poco de dinero, quizá podrías ayudarme. Dividiré el… Colt negó con la cabeza. —Yo no soy una persona madrugadora. ¿Qué tal si me paso mañana por la noche, digamos a eso de las nueve, nueve y media? —Claro. —Robbie le sonrió—. Eso sería genial. Colt le entregó la mochila que llevaba. —Es una cita entonces. —Dio un paso atrás, le guiñó un ojo, una vez más, y comenzó a alejarse. Regresó por donde habían venido. —Una cita —dijo Robbie riendo a carcajadas, repitió, más para sí que para su nuevo amigo—. Guau, una cita de verdad. —¡Adiós! —gritó Robbie. Colt se volvió, levantando una mano. —Nos vemos mañana. ~~~~~ Robbie comenzó a recibir clases de piano cuando tenía nueve años de edad. Su madre tenía un viejo piano vertical espineta que había heredado de su madre. Como Robbie y su madre vivían en una casa remolque de doble anchura, cualquier cosa más grande que eso nunca encajaría. De hecho, incluso el pequeño piano vertical apenas había pasado sin tocar el marco de la puerta cuando se instalaron. Robbie no podía recordar haber vivido nunca en otro lugar que no fuera el camping de autocaravanas en la ciudad de Boyne. Cuando era niño, sus padres tenían un apartamento, pero para cuando Robbie comenzó la guardería, se habían mudado al camping. Sus padres se habían divorciado cuando Robbie tenía seis años, y no había visto mucho a su padre desde entonces. Cuando se hizo evidente que Robbie tenía talento musical, su madre insistió en que practicara todos los días. Esta apenas era una carga para Robbie porque hacer música era su pasatiempo favorito. En sexto grado, su repertorio musical incluía una mezcla ecléctica de animadas canciones contemporáneas, así como todos los temas clásicos. Incluso tocaba melodías tradicionales y música orquestal, del tipo que a su abuela le gustaba. Cuando comenzó a aprender a tocar el piano, su atención se centraba en leer las partituras. Finalmente llegó a un punto en el que rara vez dependía de la partitura. Podía aprender la mayoría de las melodías con solo escucharlas. Por su decimotercer cumpleaños, sus abuelos le regalaron un piano digital, que era la cosa más guay que nunca le habían obsequiado. Lo guardaba en su dormitorio, y rápidamente se convirtió en su instrumento preferido. Tan pronto como Robbie abrió la puerta y entró en su sala de estar esa noche, su madre lo saludó como de costumbre y le informó de que le había guardado la cena. —Oh genial —dijo con una gran sonrisa en su rostro. —¿Por qué estás tan contento? Se encogió de hombros, tratando lo mejor que pudo de mantener una actitud despreocupada. Desprendió el papel de aluminio del plato e inhaló el delicioso aroma de su comida favorita. —Mm, huele bien. —¿Quién era ese chico? —preguntó. —¿Eh? —Miró hacia ella. Estaba sentada en la mesa de la cocina, junto a la ventana. Debió haberles visto a Colt y a él hablando—. Oh, bueno, es solo un chico que conocí. Se acaba de mudar aquí. Vamos a salir juntos mañana. —¿Ese chico tiene nombre? —Sí. —Cogió un muslo y lo mordió. —Trae eso a la mesa y siéntate a comer —dijo ella—. Llenarás de migas todo el piso. Robbie levantó el plato mientras ponía los ojos en blanco, luego fue a la mesa y se sentó. —Su nombre es Colt —dijo después de tragar el primer bocado. —Parece mucho mayor que tú. —Sí, tiene ciento sesenta y tantos años de edad. —Robbie se echó a reír. —¿Qué? —Eso es lo que dijo. En realidad, tiene diecisiete años, un año más joven que yo, pero es más alto. Aunque todo el mundo es más alto que yo. —Deberías haberle invitado a entrar. Si vas a pasar tiempo con ese chico, quiero conocerlo. —Lo acabo de conocer, mamá. No sé si voy a pasar tiempo con él o no. Estaba en la tienda y... bueno... solo empezamos a hablar y todo eso. Así que me acompañó a casa. —¿Es gay? —Bueno, es un amigo. Nos acabamos de conocer, y no tengo ni idea de si es gay o no. —Eso no era totalmente cierto. Robbie sentía que Colt estaba interesado en tener algo más que una amistad. La forma en que se había inclinado hacia él cuando estaban juntos en la calle le había parecido muy íntima, e incluso había pensado que Colt iba a besarlo. Él lo había deseado. Lo había querido más que nada, pero estaba asustado. A Robbie nunca antes le había besado un chico. Fue fácil para Robbie averiguar que era gay. Bien, en cierto modo siempre lo había sabido. Incluso cuando era muy pequeño y no sabía el significado de la orientación sexual, Robbie se había dado cuenta de que era diferente. A medida que crecía y entraba en la pubertad, comenzó a darse cuenta de que se sentía atraído por otros chicos, y de alguna manera todo encajó. Las piezas del rompecabezas se ensamblaron, y de repente entendió por qué no se sentía cómodo con las cosas típicas de chicos. Nunca le habían gustado los deportes, nunca había jugado con el tipo de juguete diseñado para los chicos y siempre había sido más artístico y creativo. La mayoría de sus amigos de la infancia habían sido niñas. Su madre fue la primera persona a la que se lo había dicho. Siempre había creído que a ella le gustaba la gente gay, además era bastante elocuente en su defensa de los derechos de los homosexuales, por lo que pensó que no tendría muchos problemas al respecto. En realidad no le había dicho nada que ella no hubiera descubierto ya. Ella le había apoyado. No se había puesto rara con él. Robbie tenía la impresión de que estaba casi emocionada por tener un hijo gay. Ni siquiera había cumplido quince años aún cuando lo declaró, y en su mayor parte, no supuso grandes cambios en su vida. El principal cambio fue que finalmente dejó de fingir ser como los demás chicos. Ya no tenía que decir que pensaba que ciertas chicas parecían atractivas, y no tenía que ocultar el hecho de que le gustaban los chicos. Robbie nunca lo había declarado en el instituto. No era como si Boyne estuviera repleto de homosexuales y orgulloso de ello. Tenía un par de amigas heterosexuales con las que había salido, y ambas sabían que era gay, pero en general, mantenía en secreto su identidad. Una de estas amigas, Lisa, fue su pareja en el baile. Incluso si hubiera conocido a un chico en el que estuviera interesado, la ciudad de Boyne no era el lugar más fácil del mundo para ser un adolescente gay. Realmente no conocía a ningún otro chico en la escuela que fuera gay, bueno, no a nadie con el que quisiera citarse. A veces Robbie asistía a un grupo juvenil de la iglesia, y había estado en la banda. Estas actividades, combinadas con su horario de trabajo, lo habían mantenido muy ocupado durante el año escolar. En el verano, su objetivo era ganar tanto dinero como le fuera posible, y esperaba que fueran tres meses muy rentables. Quería su propio coche antes de que el semestre de la universidad comenzara en otoño. Eso no dejaba mucho tiempo para citas, grupos de jóvenes, música, o cualquier otra cosa. Puede que su madre estuviera preocupada por que pasara tanto tiempo centrado en el trabajo y no fuera a disfrutar de su último verano. Parecía estar constantemente animándole a hacer otras cosas, hacer nuevos amigos y disfrutar de su juventud antes de que se le escapara por completo. —Robbie, una vez que te introduzcas en el mundo laboral a tiempo completo, quedarás atrapado —le había dicho su madre—. Trabajarás toda tu vida. No quiero que tengas prisa. Solo tienes dieciocho años, y te acabas de graduar. Disfruta de tu último verano y haz algunas de las cosas que los demás jóvenes de dieciocho años hacen. Diviértete; vive un poco. Robbie no lo veía de esa manera. Le gustaba trabajar y ganar dinero, y su objetivo de conseguir su propio coche era solo el primer paso. No tenía ninguna intención de ir por la vida trabajando como un burro en un trabajo sin futuro como su madre. Planeaba ir a la universidad en su momento y obtener un título. Quería escapar de este pueblo de mala muerte. La ciudad de Boyne estaba muy bien, en lo que a ciudades pequeñas se refería, pero no había futuro para él aquí. —Parece agradable —dijo Robbie—. Solo vamos a pasar el rato. —Bueno, dile que venga y me lo presentas. —¡Mamá! A solas en su habitación, Robbie se puso los auriculares y se tumbó en su cama. Eran más de las diez, y su madre se había retirado a dormir. Cerró los ojos, escuchando la música, mientras pensaba en su paseo a casa con Colt. Había algo en él, algo misterioso. Incluso su voz, más profunda que la de la mayoría de los chicos de su edad, era sexy y tranquilizadora. Cuando Colt hablaba, Robbie sentía calor dentro de su pecho. Era una sensación extraña, muy calmante. Y esos ojos oscuros. Mirar fijamente en ellos había hecho que Robbie se sintiera casi paralizado, como si estuviera en estado de hipnosis o algo así. Tal vez eso era lo que sucedía cuando conocías a un chico como Colt. Tal vez todo fuera parte de la atracción física. Cualquiera que fuera el caso, a Robbie le gustaba. Era emocionante y daba un poco de miedo, pero cuando pensaba en su nuevo amigo de pelo oscuro y chaqueta de cuero, los latidos de su corazón se aceleraban. Deseó no haberse alejado cuando Colt se había inclinado hacia él. Deseó haberle besado. Tal vez tuviera otra oportunidad. Mañana.

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