—¡Te vimos y tu rostro estuvo rojizo todo el maldito día!—la acusó Valeria, mientras ella, Alma y Matias bebían una malteada. —¿Han quedado en algo?—le preguntó Matias. —Nop, pero me hubiese gustado que sí.—se lamentó Alma, dándole un sorbo a su malteada. —Creo que deberías decirle lo que sientes.—comentó Valeria. —¿No es muy apresurado?—soltó Matias, algo consternado por el consejo de su amiga. —Ñeee, mientras más pronto mejor. —¿Y si me rechaza de nuevo?—temió ella. —No lo creo. Qué quieres apostar que está colado por ti. —¡No le digas cosas que pueden ilusionarla, Valeria! —Pero Matias, ¿has visto cómo la mira?—señaló su amiga, insistente— Es obvio que se gustan. Mierda. Ve, buscalo y dile lo que sientes. Fin —Lo dices como si fuera fácil.—resopló Alma. —Es que lo es—recalcó