—Le aseguro dar lo mejor de mí, señora Brown —prometió Isabell tras un asentimiento solemne y atento, casi a lo japonés. Minutos después, Isabell se retiró de la oficina de su jefa, pero al cruzar el umbral que dividía este espacio del pasillo casi choca de frente con una rubia de ojos vivaces que la miró de hito en hito, con asco y decepción. —Perdón —musitó Isabell, prefiriendo ser educada aunque Victoria Bellucci no lo mereciera del todo. —¿Creciste acaso en una pradera? —inquirió la rubia colega en frente—. Andas como si fueses una cabra. ¿Qué hubiera pasado si me hubieras tumbado? —No te toqué, Victoria —contestó neutral Isabell, mirando a su oponente y meneando la cabeza—. Ya deja se hacerte la mártir. O al menos no la tomes conmigo. Tanto me abordas siempre que