—Maltrato —la interrumpió su padre, con la cara tan blanca como un papel y los ojos irritados—. Te han hecho daño —musitó para sí mismo con enojo contenido. Isabell resopló una muy corta risa débil, todavía de espaldas sobre la cama. —¿Cómo es que no te has dado cuenta? —preguntó en cambio, con voz neutral—. El maldito Terry va a… —no había terminado la frase cuando Jeremy salía a toda prisa de la habitación. Subió las escaleras hasta el piso dos y de golpe abrió la puerta de la habitación en donde antes había estado su hija, resoplando con furia y aquellas venas en la sien que lo caracterizaban cuando estaba sumido en una fuerte emoción. No esperó a más para arremeter contra Terry. Mientras tanto, el oftalmólogo y el psiquiatra continuaban en el lu