Un olor a café, chocolate y batida de frutas consentía las fosas nasales del psiquiatra y todos los clientes de la cafetería. Ordenó para él un café sin azúcar y bastante cargado, disponiéndose a esperar que prepararan el chocolate para Isabell. La blanquecina luz de las alargadas bombillas del techo iluminaba toda el área, dejando a la vista algunos pacientes y familiares que deambulaban por los pasillos; el chocolate chocando con el fondo de la taza plástica y emanando vapor, algunos resúmenes médicos suficientemente explícitos pegados a la pared bajo una protección de cristal, entre otras cosas. Después de recibir el pedido caminó a paso apresurado hacia donde esperaba Isabell, saludando con un breve gesto de cabeza a otros doctores que se encontraba a su paso. Mientras lo