Prólogo

663 Words
Sentía su piel arder, su sangre hervir como si fuera lava, sabor metálico en la boca, pecho oprimido y garganta seca; taladrando sus oídos disfrutaba hacerla sufrir un pitido similar al que deja el fuerte impacto de una granada al reventar, así que mantuvo los ojos cerrados con fuerza durante segundos mientras se tapaba los oídos con las manos, hasta que un ligero estremecimiento del suelo bajo sus pies la hizo regresar al presente. Isabell abrió los ojos, observando esta vez a personas caminantes que iban en dirección contraria a la suya, un ejército de personas presentes en cuerpo y ausentes en alma, como seres insomnes. No eran zombis, no estaban vestidos con harapos, no eran agresivos y lo más escalofriante para ella era que ninguno le hablaba, era como si nadie pudiera verla, o como si a nadie le importara que estuviera entre ellos, con cara de desconcierto y temor. Isabell alzó la vista hacia el cielo color plomo, clara amenaza de una tormenta que se avecinaba, luego miró hacia un lado, reparando en una inmensa rueda de la fortuna que permanecía erigida a pocos metros, apuntando al cielo y hacia las direcciones que su estructura física le permitiera. Volteó a mirar después hacia otro lado, mientras una fría briza le revolvía el cabello, en otras circunstancias hubiera apreciado el gran conjunto de edificios blancos, pero ahora no hacía más que sentir vértigo al notar lo oscuro y vacío que se miraban los interiores de esas viviendas a través de sus ventanas aún abiertas y destinadas a permanecer así para una posteridad de cientos o miles de años. Isabell volteó a mirar hacia atrás, hacia donde caminaban aquellas personas que evacuaban la ciudad contaminada y descubrió que frente a ella se mostraba silencioso y sepulcral un espeso bosque poblado de gigantescos pinos cuyo verde ahora pasaba a ser rojizo. Sabía perfectamente dónde estaba, pero a pesar de la fuerte y asfixiante sensación de estar buscando algo desesperadamente, no lograba recordar qué era. De pronto sintió el tacto de una mano fría y pesada sobre su hombro, eso le congeló la columna, provocando que se volteara rápidamente para enterarse de quién estaba a su espalda. —Gracias por venir a buscarme —expresó claramente aquel maloliente ser llagado—, ya me has encontrado. Isabell sintió que su corazón se detenía para luego recuperar marcha a una velocidad galopante, ese despojo de mujer frente a ella tenía la piel gris y resquebrajada, su ojo derecho podrido, el labio superior estaba ausente, lo cual dejaba sus dientes amarillos al descubierto. Vestía un sucio uniforme NBQ color verde y su cabeza apenas tenía una que otra pegajosa hebra de cabello rojo. Isabell retrocedió otro paso como gesto preventivo. —Soy yo, no temas —pidió el ser medio muerto que tenía en frente. Por supuesto que ella sabía de quién se trataba, pero por alguna razón esta vez su aspecto no le transmitía confianza, entonces su entorno se estremeció imaginariamente cuando la mujer de mal aspecto dio un paso hacia ella, luego otro y otro más, hasta atravesar el cuerpo de Isabell como si fuera un fantasma. Isabell despertó sobre su cama, incorporándose, llevando una mano hacia su pecho y exteriorizando los síntomas de un paro respiratorio, sintió que su sien palpitaba, que su cabeza retumbaba y que por sus fosas nasales entraba el aire más frío que nunca antes había inhalado, pero que se quedaba a medio tráfico, accidentado en su garganta y después, como por benevolencia del universo mismo o solo de las cuatro paredes que le rodeaban, logró llevar aire a sus pulmones y tosió fuertemente, sintiendo arcadas insoportables. Luego que logró establecerse dobló las rodillas y abrazó sus piernas, sentada y aturdida a mitad de una lluviosa madrugada; sabía que después de allí no volvería a conciliar el sueño, no si la voz femenina ya conocida la llamaba desde el baño, reflejando un cuerpo ajeno al suyo a través del espejo.
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