CAPÍTULO DIECISÉIS
—Ilse, ¿estás bien?
El grito se apagó en sus labios, dejó paso a un suave sollozo y a continuación una bocanada de aire desesperada. Su agotamiento le estaba jugando una mala pasada. Su visión todavía temblaba, al igual que sus dedos. Las llaves le oprimían las costillas en el lugar donde había retrocedido asustada, y podía sentir el metal rígido que sobresalía de la cerradura presionando contra ella como un cuchillo.
«Solo son las llaves», pensó para sí misma. No es un cuchillo. Ninguna amenaza. Solo llaves.
Observó como su antiguo mentor salía de su Prius y la miraba extrañado bajo sus pobladas cejas. El extremo de su larga barba blanca rozaba la parte superior de su traje, mientras mantenía esa postura perfecta que siempre portaba.
Ilse inspiró, espiró, hinchando
