No es ningún secreto que todas las chicas quieren quedarse en mi casa, muriendo por la oportunidad de ver al atractivo director fuera de la escuela. Debería empezar a cobrarles a algunas de estas perras sedientas. —Te preparé algo de desayuno—.
Miro hacia la escalera que está justo al lado de mi habitación, preguntándome qué posiblemente hizo para mí. —¿Lo envenenaste?—
Una mirada de dolor cruza su rostro, y mentalmente me doy una palmadita en la espalda por haber podido desarmarlo temporalmente en la batalla de ingenio de hoy. —¿Qué razón tendría para envenenarte?—
Me apoyo contra el marco de la puerta y lo miro fijamente. Es alto, al menos treinta centímetros más alto que yo, y tengo que estirar el cuello la mayor parte del tiempo cuando quiero mirarlo. —No lo sé, ¿venganza?—
—¿Venganza por qué?—
Me encojo de hombros, sin comprometerme antes de mirar mis uñas. —Sacar tu auto y rayarlo—.
Sus ojos se abren y se oscurecen hasta alcanzar un tono azul casi pecaminoso y sé que es sólo cuestión de tiempo antes de que explote. Siempre es lo mismo, y sé hasta dónde puedo empujarlo para que se rompa. Pero él da lo mejor que recibe. —SABÍA que eras tú—.
Pongo los ojos en blanco y me acerco al baño. —Vivirás—.
—Ese auto es nuevo, Luisa Rae—.
Me doy la vuelta y lo miro en estado de shock. —Ah, entonces sabes mi nombre—.
Da un paso más hacia mí. —No cambies de tema—.
Tomo uno también, haciendo que estemos casi cara a cara y, como de costumbre, tengo que estirar el cuello para mirarlo. —No me digas qué hacer, no eres mi padre—.
—Dios, eres exasperante y malcriada—.
—Y tú lo sabes, hombre—. Sonrío y cito una de mis películas favoritas mientras le hago un signo de la paz a mis espaldas. —Estaré lista en una hora—.
—VEINTICINCO…— comienza justo cuando cierro la puerta del baño.
Dejé escapar un suspiro, con ganas de gritar. Mi padrastro, el objeto soñador de mi afecto durante la mayor parte de mi décimo año de vida, se convirtió en mi pesadilla apenas unos años después. Conoció a mi madre durante la Noche de Regreso a la Escuela al comienzo del quinto grado y se llevaron bien. Intenté todo para sabotear las cosas esa noche, sabiendo que mi madre se enamoró rápida y duramente y mi tonto cerebro de diez años todavía estaba convencido de que eventualmente se enamoraría de mí .
Entrante: Dominic Callahan, el viudo vulnerable y afligido con penetrantes ojos azules y un corazón de oro.
Las chispas volaron tan rápido que me sorprendió que la escuela no se incendiara esa noche. Un año después, a pesar de rogarle que no lo hiciera, mi madre se casó con la persona que me gustaba, rompiéndome el corazón por completo y obligándome a seguir adelante porque ¿quién tendría un enamorado de padrastro? Dah, nadie que conozca.
Era demasiado pornográfico y extraño. Sin mencionar que las gafas de color rosa se desvanecieron rápidamente cuando me di cuenta de que era un verdadero dolor de cabeza. Sobreprotector, un poco neurótico y preocupado por todo. Supongo que eso viene con todo el asunto de la esposa muerta, pero Dios mío, relájate, pueden creer que hasta se queja por el largo de las faldas .
Han pasado siete años y, aunque he aprendido a vivir con ello, no puedo decir que no haya sido un desafío a lo largo del camino.
Alguien llama a la puerta, justo cuando termino de aplicar pasta de dientes a mi cepillo. —¿Qué?— Pregunto, esperando a Dominic y no a la dulce voz que flota.
—Cara de ángel, soy mamá—. Abro la puerta inmediatamente, sorprendida de que esté en casa y no en el hospital donde trabaja como oncóloga residente. Son casi las siete y media y me sorprende que no se haya ido ya para las rondas de las ocho.
Ojos que combinan con los míos, delineados con delineador y no menos de tres capas de rímel parpadean con una sonrisa brillante. —Cariño.— Toca con cautela las puntas abiertas de mi cabello que rozan ligeramente la parte superior de mis senos. —Debes hacerte un corte—.
—Uf—, me burlo. —Lo sé. ¿Me llevarás mañana?
—No cuando te oigo a ti y a D pelear así—. Dice usando su apodo para mi padrastro.
—Pero mamá... él está siendo... bueno, ya sabes—.
Cierra la puerta detrás de ella y se sienta al lado de mi bañera, frente a mí. —Sabes que está loco por ti—.
—No, simplemente está loco—, le digo mientras me recojo el cabello en un moño para prepararme para la ducha, asegurándome de no desvestirme demasiado cerca de mi madre para no revelar la tinta en mi costado o el anillo en mi pezón.
Sí, no había manera de que estuviera lista en veinticinco minutos.
—Míralo. Sobreprotector y sabes por qué—. Ella me lanza su típica mirada de mamá y resisto la tentación de poner los ojos en blanco. Ella también debe saberlo porque levanta una ceja como diciendo: pruébame.
Me giro hacia ella y suspiro. —Mamá, ¿puedes hablar con él sobre el auto? Además, ¿no puedes simplemente conseguirme un coche? ¡Ganas más dinero que él!
—No se trata de dinero, cariño. Es tu actitud—.
—¡No tengo actitud!— Escucho el gemido en mi voz, que rara vez funciona con mi madre, pero a veces tengo una oportunidad. —Dominic simplemente... me irrita—.
—¿Te molesta? Luisa Rae, si alguna vez hubiera dicho eso sobre mi padrastro, mi madre me habría puesto sobre sus rodillas. Demonios, si lo dijera ahora , me pondría sobre sus rodillas.
—Eso es diferente, el abuelo es lo mejor que les ha pasado a la abuela y a ti—.
—No, eres lo mejor que me ha pasado—. Ella se levanta y me da un beso en la frente. —Trabajaré en D sobre el auto, si trabajas en tu actitud y no te saltas el club francés—. Ella me señala antes de extender su meñique para que nos unamos como siempre lo hacemos. Lo hago, envolviendo mi meñique alrededor y besamos nuestros puños. —Ten un maravilloso día en la escuela; Te veré más tarde.—
—No si te veo primero—, respondo con mi respuesta habitual.
Mi madre tenía apenas veinte años cuando me tuvo. Ella era una madre joven; y aprendió la dura lección de que asistir a la universidad y luego a la escuela de medicina no fue tarea fácil. Pero mis abuelos son verdaderos santos y mi madre trabajó duro, con dos trabajos diurnos y clases nocturnas. Dicen que se necesita un pueblo, y ella ciertamente tenía alguien que la apoyaba y la apoyaba, y nueve largos años después, se graduó como la mejor de su clase. Todavía recuerdo estar sentada en su graduación de la facultad de medicina, aplaudiéndola mientras caminaba por el escenario. Yo era su fan número uno y, desde que tengo uso de razón, ella era mía.