—¡LISA VALE, LEVÁNTATE!— Su voz resuena por toda la casa y me estremezco al escuchar la forma en que dice mi nombre. Primero que nada, mi nombre es Luisa. Se pronuncia Lu-i-Sa . Supuestamente fue un honor a mi padre y a mis raíces italianas. Raíces, si claro. No lo sé muy bien, porque dijo que mi padre se levantó y se fue en el momento en que mi madre se enteró de que estaba embarazada. Una parte de mí se pregunta sobre ellos. En realidad no era mi padre porque realmente no parecía un tipo que valiera una mierda, pero ¿tal vez una abuela? Alguien que pueda enseñarme a hacer pasta o cannolis desde cero o tal vez una tía en su cuarto matrimonio que sepa dónde encontrar el mejor helado y me sirva vino en la cena.
Me siento en la cama, preguntándome sobre ese lado de mi familia quizás por millonésima vez en mi vida. Mi madre dice no saber nada sobre ellos ni siquiera cómo ponerse en contacto con ellos y mi corazón se hunde cada vez que ignora mis sentimientos sobre toda esta parte de mí de la que no sé nada. Tal vez era demasiado doloroso para ella hablar de ello.
Me levanto y me acerco al tocador de mi habitación, sacándome el cabello de las dos trenzas que me hice anoche para que hoy tuviera algunas ondas naturales. Mi madre es negra y mi padre era… bueno… es italiano, así que mi cabello puede ser temperamental, pero afortunadamente hoy no es uno de esos días. Alguien llama a la puerta y vuelvo la mirada hacia el sonido, mirando al hombre que sé que está al otro lado.
—¿Qué?—
Su voz profunda y retumbante se mueve por la habitación y resuena en las paredes. —¿Estas vestida?—
—Si digo que no, ¿te irás?— Me froto debajo de mis ojos color caramelo y me inclino hacia adelante, mirando las bolsas que sé que están debajo de ellos por haber estado hablando por teléfono hasta las dos de la madrugada de la noche anterior. Un chico, por supuesto. Carter James, el capitán del equipo de fútbol. Soy animadora y parece que toda la escuela está decidida a que nos convirtamos en un cliché ambulante. Lo seguí porque, francamente, estoy aburrida y él luce muy bien con ese uniforme.
Pero en realidad sólo estoy buscando algo para matar el tiempo. Estoy tan aburrida de todo. Voy a la escuela, obtengo buenas calificaciones, lo suficientemente buenas como para que me acepten en algunas escuelas de la Ivy League a las que mi madre me hizo postular y en todas las escuelas estatales a las que quería postularme . Afortunadamente, la convencí de que me dejara ir a una universidad local en el otoño porque no tengo muchas ganas de irme, como muchos de mis amigos.
Lo admito, flojeé este semestre después de ingresar a la universidad y la mayoría de mis profesores saben que de todos modos no deben joder a la hijastra del director. Voy a los entrenamientos de porristas y ocasionalmente a un club francés cuando no salgo para drogarme en el sótano de mis amigos.
Estoy entusiasmada con la universidad y el brillante futuro que aún tengo por delante, pero no disfruto el presente en absoluto.
—Vas a llegar tarde a la escuela—, me dice y pongo los ojos en blanco.
—No puedo permitir eso—, murmuro. —Menos mal que mi madre se está tirando al director—, llamo a través de la puerta. —Escríbeme una nota, papá querido—.
Escucho un resoplido y puedo apostar cada centavo que tengo a que está señalando la puerta, agitando el dedo índice como si le diera autoridad . —Me voy de aquí en veinticinco minutos; Será mejor que tu trasero esté en ese asiento—.
Me levanto y camino hacia la puerta, la abro de golpe y me encuentro con sus penetrantes ojos azules. Ya está vestido con su vestimenta habitual: traje n***o, camisa blanca y corbata con un toque de color. Hoy es turquesa y me gustaría poder admirar el hecho de que realmente resalta el color de sus ojos. Aparto la mirada porque ha habido un par de veces en las que me he perdido en esos ojos azules y estoy demasiado molesta para dejar que influyan en mi estado de ánimo actual. —Esto es ridículo. Tengo dieciocho años, tengo una licencia, me graduaré en dos meses y me veo obligada a ir a la escuela contigo . Quiero un coche.
— Cruzo los brazos sobre mi pecho. No es justo. No tengo auto y mi padrastro odia cuando viajo en auto con alguno de mis amigos; la mayoría de nosotros solo tenemos nuestras licencias provisionales y, por lo tanto, no deberíamos viajar con ningún otro menor. Y sin embargo todos los demás lo hacen.
Entrecierra los ojos, se inclina hacia adelante y me señala con el dedo. —Puedes tener un coche cuando tu actitud cambie—.
Aparto su mano inmediatamente y presiono mis manos firmemente contra mis caderas. —Eres el único que piensa que mi actitud es un problema. Soy un deleite encantador para todos los demás en mi vida. Parece que simplemente me lo sacas—.
—Suerte la mía.— Él refunfuña antes de dar un paso atrás y pasar una mano por esa exuberante cabellera. Aunque odio compartir casa con él, puedo admitir que es un placer para la vista. Tiene una cara bonita unida a un cuerpo aún más bonito, con abdominales y esa cintura estrecha que rara vez se ve en el director de una escuela secundaria. Las venas sobresalen de sus brazos cada vez que se flexiona y quizás tenga las piernas más musculosas que jamás haya visto gracias a cuatro años de fútbol universitario. Es lo mejor que le ha pasado a un par de pantalones cortos y admito que incluso recorro su cuerpo con la mirada cuando usa estos pantalones deportivos en particular de color gris.
Quiero decir, puede que me moleste pero tengo ojos.