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El sonido de mi nombre por el altavoz hace que se me erice el vello de la nuca. Un escalofrío recorre mi espalda al instante mientras un ceño fruncido aparece en mi rostro. Reconocí la voz como la secretaria de la escuela; una voz que suele ser alegre y llena de entusiasmo que hace que una clase llena de adolescentes apáticos ponga los ojos en blanco. A diferencia de todas esas otras veces, su voz es taciturna y sombría, lo que me hace preguntarme brevemente quién murió.
Empaco mis cosas rápidamente, evitando las miradas de todos mis compañeros mientras salgo del tercer período de Química. No he dado más de diez pasos cuando mi teléfono suena alertándome de un mensaje de texto.
Kate : Escuché que te besaste con Chem .
Pongo los ojos en blanco al pensar que la voz se corre más rápido que la pólvora en esta escuela. Le envío un mensaje de texto a mi entrometida mejor amiga haciéndole saber que no estoy segura, pero la mantendré informada. Miro hacia abajo, sin prestar atención cuando camino hacia algo duro y firme. Unas manos agarran mis bíceps, forzando mi mirada hacia arriba y lejos de mi teléfono y directamente a los ojos de mi padrastro.
—Oh, oye...— Empiezo hasta que sus ojos lo delatan todo. Algo esta mal. —¿Qué... qué pasa?—
—Luisa…— Su voz se quiebra y si no lo supiera mejor, diría que estaba a punto de derrumbarse por completo.
Me abraza en el pasillo, frotando su mano por mi espalda tan lentamente y en círculos lentos que me envía un rayo de hormigueo. Acurruco mi cara contra su pecho, amando la sensación de sus fuertes manos a mi alrededor. Un pensamiento tabú flota en mi mente, preguntándome cómo se sentiría rozar mi garganta con mis labios y saborear la piel allí.
Mierda.
Sacudo la cabeza y doy un paso atrás, alejándome del abrazo de mi padrastro y me muerdo los labios con nerviosismo. Bien,
eso era nuevo.
Toma mi mejilla y la frota con su pulgar mientras me da una sonrisa triste. —Vamos, Luisa.— Frunzo el ceño, preguntándome por qué nos vamos a mitad del día escolar y, más importante aún, por qué es tan solemne, pero tengo demasiado miedo para preguntar.
Minutos después, estamos en su auto y todavía no me ha dicho qué está pasando.
—Dominic, me estás asustando. ¿Qué está sucediendo?—
—Luisa...— Su voz se quiebra y sacude la cabeza lentamente.
Escuchar la emoción en su voz es como un puñetazo en el estómago y me encuentro luchando por respirar. No estoy segura de cómo se siente un ataque de pánico, pero creo que la forma en que se me cierra la garganta y se acelera el corazón se acerca bastante a lo que se siente. Me desabrocho el cinturón de seguridad, desesperada por no sentir el peso del cinturón contra mi pecho ni un segundo más. La tensión en el coche es tan intensa que es casi insoportable y, a pesar de la lluvia que cae en este día de abril particularmente frío, bajo un poco la ventanilla.
—¿A dónde vamos?— Me las arreglo para respirar profundamente.
—Dentro y fuera, cariño—. Mis ojos se dirigen a él, escuchando el término cariñoso que no había usado en años. Aparto mi mirada de su rostro hacia el volante, notando su firme agarre que hace que sus nudillos se pongan blancos.
—Dominic—, repito su nombre, —no estoy bromeando. Me sacaste de la escuela sin decir una palabra en medio del día escolar. ¿Qué carajo?
Sus ojos se alejan de la carretera por no más de un segundo para castigarme por mi lenguaje, estoy segura. No lo hace, pero veo la breve mirada de regaño en sus ojos antes de que regrese a la carretera. Tiene el ceño fruncido como si estuviera enojado, pero puedo ver la devastación en sus ojos y tiene la postura de un hombre que parece tener el peso del mundo sobre sus hombros. Deprimido y derrotado y muy diferente a cómo se comporta habitualmente. Cada pocos segundos su nuez se mueve, como si estuviera luchando por tragar y de repente la necesidad de consolarlo me abruma como una ola que amenaza con hundirme.
—Te lo diré tan pronto como lleguemos allí. Estoy preocupado…— Traga. —Me preocupa que una vez que lo diga, voy a perder el control. Y tú…— Deja escapar un profundo suspiro. —Definitivamente lo vas a perder—.
No digo nada en respuesta al siniestro comentario de Dominic. En lugar de eso, dejé que mi mente se volviera loca con todos los escenarios posibles. Noto que no vamos a mi casa, sino que tomamos el camino familiar hacia donde trabaja mi madre. Sentimientos de temor se acumulan en mi estómago con la esperanza de que simplemente vayamos a visitar a mi madre y no que alguien que conocemos esté en el hospital. Esos sentimientos de pavor se convierten en terror cuando ingresa al estacionamiento de la Sala de Emergencias, que no es la entrada que usaríamos si fuera solo una visita amistosa.
Dominic apaga el auto y apoya la frente contra el volante antes de que un profundo suspiro salga de su boca.
—Luisa... lo siento mucho—.
—¿Por qué?—
—Por lo que voy a decirte...— Las lágrimas se acumulan en sus ojos, pero se disipan cuando se aclara la garganta. —Tu mamá…— se ahoga.
Y al instante mi peor miedo cobra vida.
Mi madre ha muerto.
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El funeral cae en el día más frío y lluvioso de abril. Mis dientes castañetean mientras nos sentamos debajo de la tienda de campaña junto a la tumba y me castigo por no usar un abrigo más grueso como me recomendó mi abuela. Me ajusto más la chaqueta negra a mi alrededor y hago saltar las piernas tanto por los nervios como para calentarme las piernas desnudas. Escucho sollozos a mi alrededor cada pocos momentos y Dominic aprieta mi mano con más fuerza como si dijera que estoy aquí. Puedo decir que está tratando de mantener la calma por mí, pero aún no he llorado y sus ojos no dejan de llorar.
—No puedo… no puedo arreglarlo. Lo siento mucho.— Dice esto una y otra vez en voz baja.
Todavía no lloro a pesar de escuchar la emoción en su voz. No sé por qué no tengo esa reacción cuando amaba a mi madre más que a nadie en el mundo. Pero las lágrimas no salen. Ni siquiera siento el familiar cosquilleo. Me siento entumecida. Hueca. Como si estuviera en un sueño donde los sentimientos y las sensaciones no existen. Solté las manos de Dominic y me pellizco por centésima vez en la última semana. Dios, ¿Estás seguro de que no estoy soñando?
Ha pasado una semana desde que murió mi madre y no he derramado una lágrima. Yo tampoco he hablado mucho. Dominic casi me ha rogado que vea a alguien, porque cree que estoy interiorizando mis sentimientos, pero cada vez que le digo que no, no quiero ver a nadie. Cuando esté lista para hablar, lo haré y no estoy lista para hablar a pesar de que la noticia se difundió rápidamente en mi escuela y todos estaban tratando de estar ahí para mí .
La esposa del director y madre de un estudiante, muerta en un accidente automovilístico, cuenta con el apoyo de todos. Mi teléfono todavía no ha dejado de sonar y sé que si me doy la vuelta, habrá varios estudiantes y profesores parados justo detrás de la tienda, todos haciendo todo lo posible para darnos fuerza y apoyo a mí y a mi padrastro.
Miro al hombre que ha pasado por esto una vez antes. Un hombre que con sólo cuarenta años ya ha enviudado dos veces. Mi corazón duele por él tanto como por mí.
Puede que yo haya tenido a mi madre durante casi dieciocho años, pero él sólo la ha tenido durante siete. Ninguno de los dos parecía justo.
Mis ojos se apartan de mi padrastro cuando algo justo a la izquierda de la tienda llama mi atención. Bueno, alguien . Está vestido con pantalones negros y un abrigo gris sobre un jersey de cuello alto. Tiene gafas sobre la nariz y su cabello castaño está completamente peinado hacia atrás. Parece alguien de la mafia que ha caído en un catálogo de Ralph Lauren. Todo en él grita, 'mantente alejado' y aún así, no puedo evitar que mi mirada vuelva a él. Hay casi una familiaridad en él, pero no puedo identificarlo.
—Dominic—, le susurro y sus ojos se fijan en los míos al instante a pesar de que el predicador nos pide que inclinemos la cabeza en oración. Probablemente Dominic esté en shock porque es una de las pocas veces que hablé durante la semana pasada. Asiento hacia el hombre misterioso. —¿Sabes quien es?—
Sus tristes ojos azules recorren mi rostro por un segundo antes de apartar su mirada de mí casi de mala gana y mirar hacia el hombre. —Hijo de puta—, murmura. Se inclina hacia adelante, apoya los antebrazos sobre los muslos y apoya la cabeza entre las manos. Su padre, sentado a su izquierda, apoya su mano en su espalda, supuestamente tratando de consolarlo. Desde la perspectiva de un extraño, estoy seguro de que parece que está pasando por un momento de debilidad. Como si estuviera derrumbándose por haber perdido al amor de su vida, pero puedo sentir la tensión irradiando de él en oleadas.
Está enojado.