Así parece pasar el día junto con mis suegros, mis consuegros y mi querido esposo, no olvidemos claro a Henry, quien parecía ser el único que sentía empatía por la situación en la que estaba. Afortunadamente, y por la edad que tienen los abuelos de mi esposo, estos habían pedido descansar. Fue un verdadero alivio para mi saber que, por unas cuantas horas, aquellos dos ancianos —y lo decía sin ánimos de ofender— me dejarían en paz con sus frecuentes preguntas, pero, claro que no podía dejar de lado la presencia de mis suegros quienes creían a ciegas que tenía una vida de maravilla con su hijo Caleb. Al menos, era el pensamiento de mi suegra, Leonardo, el padre de Caleb y Henry sabe bien todo esto. El colmo llego una vez me di cuenta de que, para la hora de la noche, no dormiría en mi hab