Llego a trabajar muy animado. Nadie parece echar de menos a Rigoberto; es solo un compañero que no se presentó a trabajar y que posiblemente aparezca mañana con alguna excusa por su ausencia.
Durante la hora del almuerzo, la señora María me consiente más de lo habitual, y aunque se siente extraño, me agrada. En estos días, siento que estoy recibiendo los cuidados que me fueron negados de joven y por eso estoy tratando de disfrutarlos al máximo.
En medio de la normal algarabía a la hora del almuerzo y las mofas por ser el consentido y yerno de la señora María, aprovecho y hago la pregunta que estoy guardando desde ayer.
—¿Qué pasó con John? No lo he visto ni ayer ni hoy —mi pregunta provoca intercambios de miradas incómodas en unos y señales de que realmente no saben del tema por parte de otros.
—Renunció una semana después de tu incapacidad —dice otro joven a quien también identifico como del área de transporte —cuando faltó la primera vez lo llamé para preguntarle que había pasado y dijo que tenía problemas personales, pero nunca me contó que era.
—Yo hice lo mismo, incluso le pregunté que si necesitaba ayuda y dijo que no —la mirada de disgusto de ese segundo sujeto, me indica que mínimo sospechaba lo que estaba pasando —llevaba días con la cabeza en las nubes y taciturno y todos sabemos que él no es así.
—Hay personas que no deberían volver, pero hay otras que si hacen falta cuando no están —volvió a hablar el primer muchacho.
—John no es un niño, es un hombre —habla Ernesto, un hombre de casi cincuenta años —simplemente tomó sus decisiones y eligió no pelear, eligió el camino fácil.
En parte tiene razón el hombre, pero, por otro lado, es muy fácil opinar cuando el problema no es tuyo. Lo importante aquí es que el chico está bien; no está aquí, pero está bien. Así que conseguí su número y, cuando la noticia sobre Rigoberto se sepa, quiero ser yo quien se la cuente.
Estoy a punto de guardar el celular en el locker cuando veo llamadas perdidas y un mensaje en mi buzón de voz. Le doy reproducir al mensaje y escucho a una mujer, quien se identifica como trabajadora del Instituto de Medicina Legal y me informa que la señora Rosaura Durán Hernández, fue encontrada muerta esta mañana y me pide contactarla para coordinar la entrega del cuerpo.
No siento nada. La mujer acaba de decir que mi madre falleció y nada se mueve dentro de mí. Ningún recuerdo bonito, no hay lágrimas, no me duele el pecho, no hay remordimiento, nada, simplemente es como si hubiera escuchado el nombre de una desconocida. La lógica me dice que es lo que tengo que hacer, socialmente es lo que tengo que hacer, reclamar el cuerpo y organizar el entierro.
Corro hasta el área administrativa y hablo con la jefe de Recursos Humanos para solicitar la tan famosa licencia de luto. La mujer me mira y pese a llevar solo dos días desde mi regreso de la incapacidad labora, legalmente no puede hacer nada. Me dan cuatro días hábiles a partir de mañana para organizar todo y volver a trabajar.
Me encuentro en el camino a la señora María, quien se sorprende por verme en el área administrativa, así que le cuento la noticia.
—Maximiliano, siento escuchar eso, sé que no te llevabas bien con ella, pero aun así era tu madre —me abraza y sé que está convencida de que me duele así sea un poco su muerte.
—Gracias señora María por sus palabras, ya pedí la licencia de luto, así que mañana viajo para el pueblo. Voy a llamar a Juliana, para contarle, pero me deja intranquilo tener que viajar y dejarla sola con ese hombre rondando, estaría más tranquilo si pudiera venir conmigo.
—Yo también estaría más tranquila mi Max, habla con ella, que tal exista forma de que ella te acompañe. La peor diligencia es la que no se hace.
Mi suegra tiene razón, nada pierdo con decirle e internarlo, aunque la verdad, preferiría quedarme con Juliana y cuidarla que ir a enterrar a aquella mujer. Bajo hasta la zona de lockers y me siento en una de las butacas para llamar a Juliana. Al segundo replique del celular escucho la voz azarada de Juliana.
—Hola Max, ¿estás bien? ¿Pasó algo? —Ella sabe que normalmente no tengo tiempo para llamarla en este horario.
—Hola, July, Rosaura murió esta mañana —por un minuto ninguno de los dos habla.
—¿Cómo te sientes? —piensa que aún tengo algún apego a esa mujer.
—Estoy bien, pero debo viajar al pueblo, reclamar su cuerpo y organizar todo para su entierro. Ya me concedieron la licencia de luto, me dieron cuatro días laborales para eso, solo me pidieron traer una copia del acta de defunción y copia de mi registro civil.
—¿Quieres que te acompañe? —su pregunta me sorprende, pues creí que debía ser yo quien le tocara el tema.
—Claro que sí, estaría mucho más tranquilo contigo al lado, además que no tengo idea que hacer con todas sus cosas.
—Bien, hablaré aquí para ver que puedo hacer. No creo que pueda gestionar una licencia de luto por muerte de mi suegra, pero lo intentaré y si no puedo, entonces pediré unos días de vacaciones.
—Juliana, gracias, paso por ti apenas salga para irnos juntos —La llamada termina ahí.
Me siento abrumado y nada tiene que ver el dolor en eso, es por sentir el apoyo de personas que se preocupan de verdad por mí. Es como un sueño y no sé exactamente como debo comportarme ante esas acciones.
Al pasar por Juliana, me abraza como si tratara de reconfortarme.
—Voy contigo, no estarás solo en esto Max.
Llegamos al apartamento y organizamos maleta para partir esta misma noche. Me despido nuevamente de mis planes de tener sexo con Juliana.