Después de casi ocho horas de viaje llegamos a uno de los hoteles del pueblo. La Herradura es un pueblo pequeño, los hoteles no son ni grandes ni lujosos. No tengo llaves de aquella casa, así que no podemos llegar directo ahí.
Mientras Juliana se da un baño, inicio con la tarea para tratar de desocuparme lo antes posible y poder disfrutar algo de estos días junto a ella. Hago varias llamadas, pero tal parece que es muy temprano para que me constesten en esos lugares, así que debo esperar a que den las ocho de la mañana.
Me dejo caer boca abajo en la cama y cierro los ojos. El sonido del agua de la ducha me genera imágenes que me encantaría confirmar; pero este no es el momento. No he podido tener intimidad con Juliana ni ver su cuerpo. Sé que tiene buen cuerpo, la he tocado, la he sentido, pero no lo he podido ver en todo su explendor, así que muerdo mis labios de solo imaginarlo y una punzada en mi m*****o me indica que debo pensar en otra cosa.
Puedo forzar las situaciones con ella, pero no quiero hacerlo, quiero que las cosas fluyan, quiero hacerlo todo bien. Tengo temor a embarrarla y perder lo que tenemos en este momento. La puerta del baño se abre y una Juliana con el cabello humedo sale de el.
—Es tu turno Max.
Me siento en la cama y busco con la vista la otra toalla que nos entregó el hotel. Sobre la toalla hay un jabón pequeño, tan característico de este tipo de lugares. No estoy seguro de si me gusta o no el olor concentrado que tienen, pero aun así lo usaré porque lo principal es estar limpio.
Desayunamos en uno de los tantos restaurantes de barrio y llegamos a medicina legal. El trámite en ese lugar es rápido. Solo debí entrar, confirmar que era ella, firmar toda la documentación que me pasaron y verificar como es el asunto para la entrega del cuerpo para los servicios funerarios.
Desde mi época como soldado profesional p**o sagradamente un plan excequial, así que cuando supe que ella estaba enferma y sería yo quien debía correr con los gastos, la incluí ahí, al fin de cuentas, no me cobraban más y si me ahorraría esa plata y las molestias futuras.
Todo se cuadra más fácil y rápido de lo que había considerado. Elegí que la cremen y una iglesia para las exequias y listo. Supongo que algunas personas llegaran mañana a la funeraría y que aunque no las conozco, me ofreceran sus condolencias. Juliana está a mi lado siempre y aunque no dice mucho, sé que algunas de mis actitudes ocasionan que tenga interrogantes.
Aquella vieja casa es lo único que deja esa mujer. El cerrajero desmonta la chapa para que pueda entrar. No sé que tipo de cara estoy haciendo, pero Juliana me abraza con fuerza.
—Recuerda que estoy contigo Max, no estás solo —le devuelvo el abrazo y aspiro el olor de su piel, no se que crema para el cuerpo usa, pero me agrada el suave olor.
Esta es quizás la última vez que pise este lugar y estoy contento de que así sea, pero debo definir que hacer.
—Debería prenderle fuego al lugar —digo sin gana y recorriendo el largo pasillo hasta el patio, sin soltar su mano.
—No digas tonterías Max, incendiarías todo el barrio —es cierto, no lo había pensado y quedo mirando fijamente las cuidadas plantas —es evidente que no quieres este lugar, regala todas las cosas y vende esta casa.
¿Tanto así se nota? La miro con algo de verguenza, pues eso quiere decir que mi debilidad es evidente
—¿Algún día me contarás? ¿Algún día te abrirás a mi?
La miro de manera interrogante tratando de pensar en el motivo de esas palabras.
—Max, he dormido contigo y algunas noches tienes el sueño intranquilo, no duermes bien, te quejas, lloras, te sientas y luego vuelves a acostarte. No necesito ser psicóloga ni una mujer muy detallista o sensible para saber que algo está mal, para saber que algo o alguien te lastimó.
Estaba seguro que desde que estoy con Juliana, no había tenído episodios, pero tal parece que los tengo de forma suave y no era consciente de eso. Vuelvo y la abrazo tratando de esconderle de esa forma mi rostro.
—No imaginas cuánto odio este lugar. Estas paredes esconden los recuerdos de las peores experiencias de mi vida, y esa mujer nunca hizo nada para ayudarme cuando aquel hombre me hacía todo lo que me hacía.
Mis palabras no son específicas, pero por la tensión en la espalda de Juliana, sé que entiende lo que digo. Nunca imaginé hablar de esto con alguien; es doloroso, humillante, degradante, pero quiero desnudar en parte mi alma con esta mujer. Necesito sentir que alguien me conoce y me acepta.
Juliana no dimensiona lo importante que se está volviendo para mí; se está convirtiendo en mi centro, en mi nuevo mundo, representando mi futuro soñado, algo que hasta hace poco consideraba imposible.
—Entonces terminemos pronto con esto y larguémonos de aquí.
Se que tiene razón, nada gano mirando con disgusto el lugar, pero no tengo ganas de hacer nada, bueno si, quizás sentarme a tomar hasta perder la conciencia, pero dudo que eso esté en los planes de Juliana.
—Busquémos las llaves de esta casa, vamos por bolsas de basura y las cajas que podamos encontrar. Toda la ropa y tendidos que encontremos serán para la iglesia o quizás el hospital del pueblo. Yo me encargo de la ropa, tu revisa toda la casa para ver si encuentras alguna cosa de valor o algún recuerdo que sí quieras conservar.
La observo con asombro al percatarne de que se apropió de la situación y así como si nada, me está dando órdenes. Después, sonrío al darme cuenta de que eso me agrada. Creo firmemente en que el orden y las finanzas en una casa la debe liderar la mujer; ellas deben ser el corazón de un hogar, ese es su santuario.
Puede ser que Juliana solo lo haga al darse cuenta de que no tengo disposición para esto, pero también me hace pensar en lo que pueda hacer en un lugar al que orgullosamente podamos llamar nuestro. Con eso en mente me ciño a su plan, solo agregando media canasta de cerveza fría, la cual guardo en la nevera para mantener su estado. Le entrego una a Juliana e iniciamos cada uno nuestras tareas.
Me alegro haber dejado ese baño limpio antes de irme. Aparentemente Juliana no tiene mucha resistencia a las bebidas, pues con la segunda cerveza ya está visitando el baño. No encuentro nada digno de rescatar fuera de las escrituras de la casa y unos cuantos muebles de madera, pero llevarlos a Bogotá sería tan engorroso y costoso, que con eso mejor compro unos nuevos.
—¿Quieres que te ayude con ese lugar? —Las palabras de Juliana me sacan del letargo en el que no sabía que estaba —llevas rato mirando hacia adentro y no has siquiera tocado el marco de la puerta.
Vuelvo nuevamente mi mirada a lo que fue mi antigua habitación. La vieja cama de madera y el armario se ve tal cual lo conservan mis recuerdos y siento que no puedo entrar. Fueron tantas las veces en que fui abusado en ese lugar que siento que se me revuelve todo.
—Ya tengo las bolsas con la ropa —no me había dado cuenta, pero ahora estoy en cuclillas mirando el lugar —Vamonos, dejemos este lugar así.
Es extraño, no me duele su partida, pero me siento mentalmente agotado. No sé que habría hecho si Juliana no me hubiera acompañado. El entierro pasa rápido y temprano al tercer día ya estamos de nuevo en el apartamento en Bogotá.