16. VIVIENDO JUNTOS

1322 Words
—La policía no hace nada, Maximiliano. Solo lo espantan porque él no la ha golpeado, violado ni matado. ¿Te imaginas eso? Prácticamente, debemos esperar a que la lastime para que las autoridades hagan algo. Es absurdo. —Cálmate mamá, estoy bien —dice Juliana, abrazando fuertemente a su madre. Sus palabras intentan transmitir seguridad, pero es evidente en su mirada la angustia que siente. Las palabras de la señora María son una triste realidad en este país. Lo máximo que hacen las autoridades es emitir una orden de restricción, como si un simple papel pudiera evitar que él se acerque o la toque. Es simplemente un documento con una firma que carece de utilidad cuando el daño está hecho. —Mientras todo se calma un poco y buscamos una solución, creo que es mejor que se queden conmigo en el apartamento. No es grande ni lujoso, pero podemos buscar la forma de acomodarnos. —Gracias hijo —responde la señora María saliendo de los brazos de Juliana y tomando mi mano entre las suyas —no soy yo quien está en peligro, además no podemos dejar la casa sola, podrían meterse a robar si la ven sin movimiento, pero si me gustaría que Julianita se quede contigo un tiempo otra vez, así estaré más tranquila de su seguridad. —¿Está segura señora María? Tanteo la firmeza de esas palabras, pues hacer eso es prácticamente vivir con Juliana y hacerlo de una vez con la bendición de su madre. —Claro que si Max, creo que es lo mejor, obviamente si estás de acuerdo —la mirada de la mujer se clava en la mía y está rogando por mi respuesta positiva, pero esa respuesta no solo depende de mí, así que ahora busco la mirada de Juliana. —Juliana, ¿estás de acuerdo? —me confirma que sí con un movimiento de cabeza —¿Necesitas que te ayude a empacar tus cosas? —No te preocupes por eso Maximiliano, yo le ayudo, tú mientras descansa un rato, tienes que madrugar y estoy segura de que te estamos trasnochando. Son las 11:30 pm cuando llega el vehículo pedido por aplicación a recogernos. Cargo las maletas grandes de Juliana hacia el vehículo, ella lleva un morral, más un bolso de mano y es así como si haberlo planeado, terminamos viviendo juntos, supuestamente de manera temporal, pero ahora las condiciones son diferentes a las de la vez pasada. Ya mi movilidad no está reducida y estoy seguro de que la señora María sabe perfectamente que en algún momento de estos días tendremos intimidad. La noche está tan fría que al hablar parece que botamos humo, por lo que la abrazo la mayor parte del recorrido, así no hablemos mucho. En el apartamento, el asunto es diferente; ella misma inicia la conversación diciendo lo apenada que está con la situación, pero la calmo diciéndole que no es su culpa. Es verdad, ella solo era una mujer ilusionada, siguiendo un espejismo, pero en algún momento las ilusiones desaparecen, y con ellas, el espejismo. La ayudo a desempacar y a buscarle un lugar para sus cosas en el armario, aunque obviamente creo que solo sus pertenencias podrían llenar ese mueble y aun así, le faltaría espacio. Muchas de mis cosas salen del armario, y busco la forma de acomodarlas temporalmente mientras consigo una cajonera. Soy hombre, mis pertenencias son menos y más fáciles de acomodar. Puede parecer machismo, pero creo ciegamente en que existe una marcada diferencia entre hombres y mujeres. En ese juego de roles que hay en mi cabeza, considero que una mujer no solo es más débil físicamente, sino que tiene un grado mayor de vanidad y por eso necesita más cosas y espacio. Todo esto para verse y oler bien. En pro de eso, los hombres debemos aprender a desenvolvernos con menos espacio y ser más prácticos, sin ser tan apegados a las cosas. Soy exigente con la limpieza, aunque no soy fanático del orden necesariamente. Puedo tener mis cosas temporalmente en una caja de cartón o dispersas en un espacio, pero siempre limpias. Ella insiste en que puede terminar de organizar sola, y la verdad es que estoy a punto de caerme del sueño. Me ha descubierto cabeceando en un par de ocasiones, así que vuelvo a cambiarme, me meto entre mis cobijas, y no sé nada más hasta la mañana, cuando el sonido de mi despertador es reemplazado por un beso con sabor a menta. Inicialmente, no entiendo lo que acaba de pasar. Me congelo por unos segundos, pero luego los eventos de la noche anterior llegan a mí, y esos labios sobre los míos cobran sentido. —Ve a arreglarte; mientras tanto, yo preparo el desayuno —sus dedos juegan suavemente con mi barba, y la miro incrédulo por haber podido dormir anoche. —Sí, señora —sonrío mirando su rostro. —¿Y esa cara de contento? —Me gusta que estés aquí, me gusta lo que estás haciendo. No alcanzas a dimensionar cuánto —me mira con extrañeza—. No recuerdo haberme sentido tan tranquilo antes, ni tan feliz. La tomo rápidamente entre mis brazos y la deposito en la cama, quedando los dos en posición de arrunchis. —Así es como debimos haber dormido anoche, pero me quedé dormido y no sentí cuando te acostaste —le digo suavemente al oído—. Disculpa. Gira en mis brazos, quedamos uno frente al otro, pone una mano en mi costado y la otra en mi rostro antes de responder. —No deberías preocuparte por eso. Vamos a tener muchas noches y haremos mucho más que solo dormir. Sus palabras son secundadas por un beso que va subiendo de intensidad y espanta por completo el sueño que tenía, siendo reemplazado por otra sensación. Mi mano ya está bajo su camisa, apretando entre mis dedos su pezón duro que ahora solo deseo lamer. Libero sus labios y ahora sustituyo mis dedos por mi boca, succionando y pasando mi lengua de un lado al otro del pezón. —Max, no deberíamos, ah —sus sonidos entrecortados me alientan más, y ahora muerdo con un poco de presión y hallo solo un poco, recibiendo un gemido y sus dedos enredados en mi cabello haciendo algo de presión—. Max, Max, ahora no, ahh, debes ir a trabajar, se te hará tarde. Sus palabras son ciertas, pero aunque sé que en este momento no puedo completar todo tal como me gustaría, tampoco la puedo dejar así. Mi mano se cuela bajo su pantalón de pijama y toca la ropa interior, encontrándola ya húmeda. Sin tapujo, mis dedos buscan bajo sus bragas y delinean aquella deliciosa entrada en la cual planeo estar después, no en este momento, pero indudablemente no falta mucho para eso. Se siente caliente, suave y húmeda, haciendo que mis dedos resbalen fácilmente por ahí. Debo contenerme para no introducirlos, así que en vez de ello, juego con su clítoris haciendo movimientos circulares y pequeños estirones que hacen que mi nombre sea repetido por sus labios en un tono tal que con solo eso logra espantar las imágenes que quedaban de la situación aquella con Rigoberto. La siento tensarse, la siento jadear y tener su primer orgasmo conmigo. Su respiración es agitada, y me mira con una mezcla de tantas cosas en los ojos que con solo eso estoy satisfecho por el momento. —Continuaremos esta noche —le digo, besando nuevamente sus labios y tomando su mano para ponerla en mi entrepierna, para que pueda sentirme, que sepa cómo me tiene. Mi ducha es rápida, y ya no tengo esa sensación de suciedad producto de los labios de Rigoberto. Definitivamente, todo eso es mental. Me siento renovado pese a las nuevas magulladuras por la pelea, pues ahora tengo un objetivo. Desayunamos alegremente y de ahí en adelante, mi día laboral se desenvuelve como de costumbre.
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