15. UN MEJOR ENTORNO

1432 Words
—Ya te atraparon, Max. Es una lástima que no haya sido mi hija. Las palabras de la mujer son simplemente sonidos de fondo para mí. Respondo cualquier cosa y como lentamente los alimentos, esperando que pase el tiempo. Necesito una ducha y encontrar una forma de amortiguar la nueva escena grabada en mi mente: aquel hombre haciéndome una felación. Cada vez estoy más convencido de que lo que hice, fue lo mejor. Habrá revuelo por su muerte por unos días, se generarán chismes y quizás palabras hipócritas en la fábrica y, obviamente, en el velorio diciendo lo buen muchacho que era, aun cuando todos sabíamos que era basura. Mejorará el ambiente laboral y de paso, John y quién sabe qué otro montón de personas dormirán mucho más tranquilos sabiendo que Rigoberto no está suelto asechando en alguna esquina. Ahora en el bus, miro por la ventana y como cada noche, observo grupos de drogadictos en las calles, jóvenes en motos pasando despacio para ver a qué incauto encuentran para robar y pienso que, aunque no lo voy a tomar por mi cuenta, alguien sí debería hacerse cargo de ello. Reviso en mi celular el historial de mensajes, sorprendiéndome de lo constante que me comunico con Juliana. Es normal, supongo, ya que nunca había tenido una relación de verdad. Aun así, ver la cantidad de mensajes intercambiados y las cursilerías que enviamos en ellos me ayuda a escapar, por el momento, a la imagen aquella. Desde antes de formalizar mi relación con Juliana, nos estamos escribiendo todos los días. Al principio, me resultaba extraño que me preguntara cómo amanecí, cómo fue mi día, si me gustó la comida y ese tipo de cosas. Ahora me niego a volverme a recluir en mi soledad. Quiero una vida como la de todos, pero parece que soy un imán para los problemas. ¿Qué otra explicación podría existir para que, entre tantas personas, otro maldito se fijara en mí? Me deben quedar unos quince minutos de recorrido en el transporte público, así que no me aguanto las ganas y marco al número de Juliana. Escucho el sonido del timbre al otro lado de la línea, pero nadie contesta, miles de razones para no hacerlo se cuelan en mi cabeza, así que solo le envío un mensaje al w******p. «Tenía ganas de escuchar otra vez tu voz, pero parece que tendré que contenerlas hasta mañana. Dulces sueños mi Juli». Miro el mensaje y me parece increíble que eso saliera de mí, pero así es. De alguna forma Juliana representa para mí un nuevo inicio y estoy tratando de hacer las cosas bien en la relación. En algún momento dejé de pensar en ella como una “bonita distracción” y ahora la veo como mi futuro, mi nueva tabla de salvación. Todo en ella me parece perfecto, no solo me atrae físicamente, sino que he comprobado que es una mujer juiciosa, tierna y sin mañas extrañas o rabietas de diva. Ya imagino un futuro a su lado y aunque sea yo el que haga el aseo, no me importa, pues ya nos imagino apoyándonos el uno en el otro en la vida, como una familia de verdad. Ella quiere estudiar, no soy rico, obviamente, pero puedo apoyarla y pienso hacerlo. De mi tiempo como soldado profesional tengo dinero ahorrado, esa sería una buena forma de usarlo. Me bajo en el paradero de siempre e ingreso al conjunto, abro la maleta y en el shut de la basura dejo la correa que tomé de Rigoberto. Al dejarla ahí, algún reciclador indudablemente se la llevará mañana y dejará de ser un problema para mí. Una vez en el apartamento, continúo con mi itinerario y me baño como tres veces. La sensación de suciedad no desaparece, pero sé que eso ya es algo mental, pues no puedo seguir restregando mi cuerpo, menos mi m*****o sin lastimarme. Abro la ventana y enciendo un cigarrillo para tratar de distraerme. El humo es llevado rápidamente por el viento y no me deja verlo por mucho tiempo, parece que pronto va a llover. Se escucha el sonido de una campanita anunciando el ingreso de un mensaje de w******p. Apago la colilla contra el marco metálico de la ventana y lo lanzo por ella antes de ir a mirar el mensaje. Son cerca de las 9:30 pm, así que supongo que es Juliana respondiendo mi mensaje y diciéndome que aún no estaba acostada. Tomo el celular y me sorprendo al encontrar un mensaje de voz de la señora María: «Maximiliano, qué pena contigo es que ya no sé qué más hacer. Por favor ven por Juliana, ese hombre está otra vez aquí y está discutiendo otra vez con ella, no la deja entrar a la casa, estoy desesperada». Se puede sentir la preocupación en el tono de su voz y de fondo creo escuchar los reclamos que le hace el hombre a Juliana. La cabeza vuelve y se me calienta, así que sin dudarlo, contesto el mensaje de mi suegra: «Ya estoy en camino». No necesito decir nada más, cambio de inmediato mi ropa de cama por un jean y me pongo las botas, una chaqueta y tomo el primer taxi que encuentro, no tengo tiempo para buscar aplicaciones ni de regatear tarifas, además, en este momento yo soy más peligroso que la pobre alma que me intente robar ahora. Afortunadamente, vivimos cerca y el taxi llega en cinco minutos. El tal Jeferson es un hombre alto, caribonito y lleno de tatuajes que parado en el marco de la puerta de la casa, no deja que Juliana ingrese, ni que la señora María salga. —Estoy cansada de repetírtelo, tú y yo no somos nada ya, vete —Me gusta el tono en que Juliana le está hablando y claro que me voy a meter, con todo gusto. —Yo también estoy cansado de repetirte que ella no significa nada para mí, tú eres la mujer que me interesa… Interrumpo las palabras del hombre. —Pues salado, Juliana está ahora conmigo, así que ya es momento que de que la dejes en paz —me mira incrédulo y luego se carcajea. —No me importa quién eres, ella es mía, siempre será así, yo fui el primero —toma su pecho de manera sonora mostrando el orgullo que eso le genera. Juliana está llorando y es por culpa de esa basura. El enfrentamiento es brutal. Ambos rodamos por el suelo, los gritos de Juliana y su madre llenan el aire. Jeferson golpea duro, pero he recibido peores golpes en la vida. Algunos vecinos finalmente se asoman y, ante las súplicas de las mujeres, intervienen para separarnos. —¡Vete! —le grita Juliana, con lágrimas en los ojos—. Ya te lo dije. Estoy con Maximiliano. Jeferson se limpia la sangre de la boca, señalando a Juliana con un dedo. —Volverás a saber de mí, Juliana. Esto no ha terminado. Amago con lanzarme de nuevo, pero huye como un cobarde. —Vamos adentro —dice la señora María, abrazando a su hija. Dentro de la casa, Juliana me aplica una bolsa de arvejas congeladas sobre la cara mientras balbucea disculpas. Algo sobre lo bochornoso que es todo esto, pero no es lo que quiero oír. —¿Cuántas veces ha pasado esto antes? —pregunto, mis ojos fijos en los suyos. Juliana baja la mirada. —Es la cuarta vez. Llamar a la policía no sirve de nada. Siempre vuelve —responde la señora María. —¿Ha hecho algo más? —insisto, levantando suavemente el mentón de Juliana para obligarla a mirarme. Sus ojos se llenan de lágrimas, y ahí lo sé. Hay algo más. La señora María nos mira con preocupación, pero parece ajena a lo que está ocurriendo. —Hace unos días lo vi en la fábrica. Intenté escabullirme entre la gente, pero… ahora me manda amenazas, ya no pide disculpas. —¿Por qué no me habías dicho nada? —interviene la señora María, asustada. —No quería preocuparte más, mamita. Tú me advertiste sobre él, y no te escuché. La abrazo, y cuando la señora María va a la cocina a preparar algo caliente, le susurro: —¿Algo más que quieras contarme? Juliana vacila, pero finalmente habla. —Me citó en una cafetería. Quería "aclarar las cosas". Pero intentó llevarme a la fuerza. Si no fuera porque dos hombres intervinieron… no sé qué habría pasado. La rabia me consume de nuevo. Rigoberto se fue, pero ahora tengo a Jeferson. Y este asunto no se quedará así.
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