Capítulo 9: ¿De nuevo tú, conejito?

2017 Words
Margaret miraba a Kira con desafío, parecía enfurecida, sin decir nada, Kira bebía su té. —¿Me odiarás por siempre? ¡Di algo, madre! —¿Qué puedo decirte? ¡Solo que eres un pedazo de idiota! ¿Cómo has podido tratar así a tu hija? —Pero, ¡¿Qué no has oído?! Mi hija se ha convertido en una ¡Puta! ¿Acaso debo ayudarla después de eso? ¿Fingiré que estoy orgullosa? Margaret se levantó, mirándola con rabia, de pronto le dio una fuerte bofetada, que casi hace que Kira cayera de lado. La mujer la miró tan sorprendida. —¡Madre! —Shirley no es ninguna mujerzuela, puedes decir lo que sea, pero si ella dice que esos hermanos horribles tuvieron que ver, ¡Es así! Esos engendros del demonio solo saben hacer daño, Kira, lo sabes bien, los aceptaste por tonta, ¿Tanto te pesaba estar sin ningún hombre? —¡¿Y qué pretendías?! ¿Qué fuera una madre soltera por siempre? Edwin ha sido mi salvación, él me mantuvo este tiempo, incluso a Shirley, también. —¡A ella no la metas en esto, Kira! Que yo misma le he dado todo para que esté bien, así que, Edwin no hizo nada por ella, ¡Ahora mírate! Si tanto querías a un hombre, ¿Por qué no buscaste al padre de Shirley? —¿Olvidas por qué se fue? Obtuvo de mí lo que quiso, y me abandonó. —No es así, siempre pintas a Cam, como si fuera un desgraciado, sabes que eran jóvenes, que la familia de él intervino, pero, después, pudiste buscarlo, pudimos ir a Edimburgo y a dónde sea, para que conociera a su niña. Pero, tú, te negaste. —¡Odio a ese hombre! No lo menciones más. —Vete, Kira, porque realmente siento que, si te veo más tiempo, te daré con la taza de porcelana en la cabeza, eres una tonta, y no voy a discutirlo. Kira la miró con rabia, tomó sus cosas y se marchó. Cuando Kira llegó a casa, encontró a su esposo a punto de entrar, abrió la puerta y siguieron juntos, escucharon de pronto aquellos sonidos, eran innegables, eran eróticos, se quedaron de piedra. Edwin corrió tanto como pudo a buscar ese sonido, estuvo seguro de que se trataba de Hank, pero al llegar a la puerta de Sally, la empujó con fuerza, entró y lo que vio lo dejó impactado, casi arranca a ese hombre de encima de su hija. —¡Degenerado! Sally gritó, y Kira al entrar cubrió sus ojos para no ver a Clyde en cueros. —¡Te vas a casar con mi hija! Enmendarás el daño, o juro que te mataré. Clyde tomó sus ropas y salió corriendo. —¡Padre, yo lo amo! Edwin la miró con furia, y la abofeteó con todas sus fuerzas, Kira solo giró la mirada, asustada. —Escúchame bien, mujerzuela, más te vale que haya valido la pena coger con ese tipo en tu propia cama, más te vale que se case contigo, o juro que te echaré a la calle, como lo he hecho con Shirley, de ti tampoco tendré consideración —sentenció, Edwin empujó a Kira al salir, y ella miró a Sally, sollozando en el suelo. —¿Es cierto lo que dijo mi hija, Sally? ¿Le tendieron una cruel trampa para quitarla de en medio? —Pero, ¡Qué dices! —¿Qué digo? ¡Ese chico estaba encantado con Shirley, le profesaba amor! Pero, de pronto, se mete a la cama contigo, ahora que ella se fue, no necesito tres dedos de frente para saber que lo que ocurrió te ha convenido bastante. —¡Yo me entregué por amor! En cambio, tu Shirley se entregó por dinero. —Sí, pero, dudo mucho que Clyde te ame, ahora le calientas la cama, pero mañana seguirá pensando en Shirley. Sally la miró con rabia y ella cerró la puerta. Shirley salió a la calle, debía buscar un apartamento, un hombre que trabajaba en el hotel le indicó sobre buscar a una persona, que rentaba pequeños departamentos al sur de la ciudad. Ella caminó y encontró un mercado rodante, preguntó por el hombre. —¿Para qué lo busca? —Me dijeron que saben sobre la renta de un departamento pequeño. —Ah, sí. —dijo el hombre nervioso, y con una alevosía que Shirley no pudo ver—. Enseguida te paso la información, espera. Una mujer que escuchó todo y se acercó a ella, la tomó del brazo. —Camina rápido conmigo, niña. Shirley sintió miedo, al ver los ojos de la mujer obedeció. —¿Qué pasa, señora? —dijo cuando se alejaron por un par de calles. —Ese hombre es un delincuente, lleva niñas para prostituirlas en un bar. Shirley sintió un escalofrío que la congeló. —¡¿Qué?! —Tranquila, ahora estás salva. —Yo… solo quería un lugar para vivir, he estado buscando trabajo, y, me dijeron que él sabía de un trabajo y un departamento. —¿Con qué buscas un empleo? —Shirley la miró recelosa —Ah, no me mires así —exclamó riendo, la mujer sacó su credencial y también un gafete de acceso—. ¿Ves esto? Pues yo trabajo con la familia Granndach, es una de las familias más ricas y respetables del país, así que, no creas que soy una delincuente. Shirley sonrió. —Lo siento, es que he tenido muy malos días. —No te preocupes, mira, yo solo puedo ofrecerte el puesto de mucama, y el sueldo no es malo, pero, el trabajo es de quedada, de lunes a sábado, y solo el domingo libre, ¿Te animas? —Nunca he trabajado de mucama, pero, soy muy buena haciendo quehaceres domésticos, aprendo muy rápido, y soy limpia, si usted me acepta, le juro que no la voy a defraudar. La mujer sonrió. —Bueno, vale, entonces, vamos por tus cosas, y vámonos ya mismo, porque la señora Granndach tiene su genio. Shirley asintió. Greta Granndach miraba a Kendrick con furia. —¿Es que no crees que merezco un nieto? He estado al borde de la muerte por tanto tiempo, hijo, ¿No me darás una dicha? Kendrick rodó los ojos con fastidio. —¡Ya basta! Sabes que no tolero los chantajes, no me importa nada de lo que Ava te dijo, no tendré un hijo con ella, ni muerto. —¡Kendrick! Entonces, ¿Solo te casaste con ella por mí? Dímelo, ¡Acúsame de ser la culpable de tu desgracia! Kendrick la miró con rabia. —¡Me largo! —¡Kendrick! Él no hizo caso y salió de prisa. Respiró profundo al llegar al jardín y encontró a su primo Saint, quien le miró con algo de compasión. Saint tenía veintitrés años, quedó en silla de ruedas, luego de que sus padres y él chocaran contra un tráiler, ellos murieran y él quedó en ese estado, hace casi siete años. —¿De nuevo la exigencia del heredero Granndach? Kendrick hizo un gesto fastidio. —Olvídalo, nunca tendré un hijo con Ava —¡Por favor, no! Pobre bebé, sería como traer al hijo de Chucky al mundo. Kendrick rio de Saint. —¿Qué dijiste, maldito paralitico? —¡Ava! —exclamó Kendrick retándola —¡Él me humilla cada que puede! Y no le dices nada. —No me dice nada, porque sabe que tengo toda la razón, tú eres una víbora, tal vez, yo no pueda caminar nunca, pero, tú, nunca dejarás de arrastrarte por el fango. Ava intentó golpear su rostro, y Kendrick detuvo su mano. —¡No te atrevas! Él es un Granndach, y tú, no eres nada. Ella le miró con rabia. —¡Kalani! —Ava gritó por su asistente y entró en la casa. La joven la siguió. Ava llego a la piscina techada, estaba rabiosa. —¡Maldito inválido! Me tiene harta, debo deshacerme de él, ¡Cuánto antes! ¿Se te ocurre alguna idea? Kalani la miró con miedo, y negó. —¿Y si lo envenenamos, mi señora Granndach? Sería fácil decir que el pobre paralítico es un s*****a —dijo Thomas, el mayordomo y aliado de Ava, ella sonrió feliz, se acercó al hombre y tocó su cabello como una caricia a un cachorro. —Bien pensado, pero, no sé si será fácil hacerlo, no vayan a descubrirnos. —Bueno, Mila traerá a una nueva empleada, si ella es quien le da el veneno, podríamos inculparla a ella. Ava sonrió, y pensó que esa idea era brillante. Cuando Mila y Shirley llegaron a la mansión Granndach, ella se quedó perpleja de ver tal lugar, era hermoso, casi como un castillo de cuentos de hadas. —Parece un palacio, ¿Verdad? —Sí, ¿Y los dueños? ¿Son buenos? —Pues, sí, a veces la señora Granndach es un poco amargada, es buena casi todo el tiempo, y la señora Ava, ella si es desesperante, pero no tenemos mucho trato con ella, porque tiene sus propios sirvientes. Entraron y Mila la llevó hasta la sala de la señora Greta Granndach. —Espera aquí. La mujer entró, Shirley admiró todo el lugar, se sintió temblorosa, y luego escuchó que la dejarían pasar. Al entrar, miró a esa mujer, Greta Granndach tenía unos grandes ojos verdes, que le recordaron algo que quiso negar, tenía el cabello rojizo y la piel blanca, su mirada era dura, casi severa. —Es muy joven, Mila, sal un momento niña. Shirley obedeció y tuvo miedo de que no la dejaran quedarse, cuando salió tomó la medalla de su abuela entre sus manos. «San Patricio, déjame quedarme aquí, necesito un techo sobre mi cabeza, ¡Ten piedad, por favor!» pensó —No me gusta, Mila, es muy joven y… bonita, podría traer líos, ¡Qué digo! Solo es una mucama, ¡Qué se quede! Pero, a prueba, al primer problema se irá —sentenció chasqueando los dedos, luego se fue. Mila sonrió y miró a la ama de llaves, Martha. —¡Me alegro tanto! La pobre niña no tiene donde dormir. —Espero que haga buen trabajo. Más tarde, luego de que Shirley comenzara a trabajar, sirvieron la cena, ella no estuvo presente. A media noche, cuando estaban por ir a dormir, Martha entró en la habitación, intentó levantar a Mila, pero ella estaba dormida, no pudo despertarla. —¿Puedo ayudar en algo, señora Martha? —Bueno… el señor Granndach llegó, y no surtí su whisky, lo olvidé por completo, encima la señora Greta me necesita con urgencia, quiere un masaje, se siente mal, Shirley, debes ir a llevarle una botella de whisky al señor Granndach, o se molestará conmigo. Shirley se levantó al instante, se puso su bata, dispuesta a obedecer. —Lo haré enseguida. —Solo entras, le pides disculpa por no surtir el vino antes, lo pones en la licorera con hielos, y sales enseguida, él no dirá nada. —¿Y no estará ebrio? —¡Oh, no! Niña, él jamás miraría a una mucama, no temas, es un hombre muy respetuoso, anda y ve. Shirley asintió, tomó la botella que la mujer le dio y fue muy rápido, hasta donde Martha le señaló. Entró despacio. Casi sin hacer ruido. —Buenas noches, señor —dijo con voz temblorosa, llevó la botella a la licorera como Martha le dijo. —Sírveme un trago, por favor. Shirley escuchó esa voz, y sintió que alucinó, tragó saliva. «Es solo mi imaginación» pensó, y sirvió el trago. Ella lo miró, él estaba mirando a la ventana, Shirley se acercó. —Aquí tiene. El hombre tomó el vaso, ni siquiera la había mirado, pero un segundo después, se miraron fijamente. Ella abrió ojos tan grandes, casi como si salieran de sus cuencas, su corazón latió como si fuera a explotar, y el vaso que dejó en sus manos se hizo añicos al caer al suelo. —¿De nuevo tú, conejito?
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