A la mañana siguiente Sofía se levantó sin recordar siquiera como era su nombre, con un fuerte dolor de cabeza y de espalda por dormir en ese horrible sofá.
—¿En qué momento llegué a casa? —preguntó mirando a todos lado sin esperar respuesta alguna
Como siempre su rommie no estaba en casa, Sofía buscó su cartera, estaba en la mesa al lado de la entrada al departamento y junto a esta se encontraban las llaves del departamento, reviso que estuvieran todas sus pertenencias y miró con asombro la hora en su celular.
—¡Tarde otra vez! —exclamó corriendo a la ducha.
Vio con espanto como todo su maquillaje estaba corrido, parecía un payaso a punto de dar una función, se quejó en voz alta mientras dejaba correr el agua caliente. El dolor de cabeza se lo tenía que aguantar, pero caminaba un poco encorvada debido al fuerte dolor de espalda.
No recordaba más que haber llegado a la discoteca y haber visto a su jefe, luego haberse llenado de margaritas y después ¿Qué?
Maldito hueco en la cabeza. Siempre decía que nunca tomaría alcohol de nuevo, pero apenas tenía una copa delante olvidaba aquella promesa y se bebía hasta el agua del florero.
—Soy una alcohólica que necesita ayuda urgente.
Se sorprendió un poco de que Camila no estuviera allí con ella, siempre que salían juntas terminaban durmiendo en alguno de los dos departamentos, era muy raro que no estuviera con ella, pero quizás había dormido allí e ido temprano a su departamento teniendo en cuenta que Sofía llegaba bastante tarde a su trabajo.
Ya se imaginaba la bronca que le echaría su nuevo jefe, él la había visto en el bar y sabía que su llegada tarde se debía a la noche anterior, ¿Cómo se le ocurrió ser tan irresponsable?
Salió de la ducha buscando ropa con rapidez, y se vistió con lo primero que fue tomando del cajón, no era día para planear un buen outfit, eso lo dejaría para después si celebraba que siguiera con trabajo.
En menos de diez minutos estuvo lista y un taxi ya se encontraba esperándola en la calle.
—Al edificio Clark, por favor —avisó al conductor mientras miraba la hora con nerviosismo.
Trevor la iba a matar. Estaba segura.
Cerró los ojos esperando que de esa forma el tiempo se pausara mientras ella llegaba a la empresa, el ruido de los claxon sonando y de los insultos entre conductores estaba molestando la paz que quería crear en su cabeza.
—¡Hijos de puta, muévanse de una vez! —gritó el taxista asustando a Sofía.
—¿Qué sucede? —preguntó con nerviosismo mirando la larga fila de autos estacionados sin poder moverse ni un metro.
—Hubo un choque —Sofía se llevó el dorso de su mano a la sudorosa frente.
—Déjeme acá —le dejó un billete que cubría más de lo que había costado el viaje y se bajó corriendo.
El choque había sido en una intersección, no bajaban ni subían autos, ya no podía tomar un taxi porque estos no iban a pasar por allí así que la única opción que le quedaba era correr.
Trevor golpeó con fuerza el volante, ya era la tercera o cuarta vez que lo hacía en esa misma mañana y en menos de diez minutos. Aficionados que sacaban su licencia de conducción en una escuela de garaje, eso era lo que había sucedido. Dos personas que no sabían esperar en un puto semáforo habían decidido que el día de hoy era genial para jugar a los carritos chocones.
Maldijo a esos dos tipos con todas sus fuerzas, pero también tenía que admitir que, si no se hubiera dormido casi a las cuatro de la mañana por estar pensando en cierta mujer, se habría despertado a tiempo y esto jamás hubiera pasado.
Pero ahí estaba, llegando tarde al segundo día de trabajo. Odiaba la impuntualidad tanto como odiaba las mentiras.
Pensarán sus empleados que él es un irresponsable y por el día de hoy estaban en todo su derecho a pensar aquello, había querido llegar temprano para ver a Sofía… Algo en esa mujer lo cautivaba, desde que lo había besado en su departamento no había podido sacar de su mente esa sensación.
¿Se acordara ella de eso?
Esperaba que, si porque tenían que hablar de eso, se imaginaba a una Sofía sonrojada mirándole a la cara pidiendo disculpas y también se imaginaba a él empotrándola contra la pared y devolviéndole el beso como se debía. Anoche había sido patético, tanto había sido el shock de verla contra él que no había reaccionado bien, pero tenía que redimir su estupidez y besarla como debía.
Olvidando con sus besos todas las huellas de su hermano.
—¿Pero qué mierda estoy pensando? —preguntó en voz alta mientras dejaba caer su cabeza contra el cabecero del asiento del auto.
Esa mujer no era suya, estaba con el que lastimosamente era su hermano y no podía ser tan hijo de puta como para meterse con una mujer comprometida, eso sí que no.
Haría de cuenta que anoche no había pasado absolutamente nada, no sintió que sus cuerpos encajaban a la perfección, ni la corriente que sentía al tenerla tan cerca, ni esas ganas de tocarla y muchos menos besarla.
Metía esos pensamientos en una pequeña cajita en su mente, le ponía doble llave y esperaba no tener que sacarla nunca más de ahí.
Media hora después los autos por fin comenzaban a moverse y Trevor pudo respirar con tranquilidad, llegaba casi hora y media tarde, pero al menos llegaba, eso era lo importante.
Parqueó el auto en su lugar designado y tomó el ascensor privado directo a su piso. Al bajar el olor a pino lo recibió, su padre siempre olía a ese tipo de cosas, tenía que admitir que realmente no le molestaba aquel olor, pero no le traía buenos recuerdos.
—Buenos días —saludaron varias mujeres que había en el piso con la camisa que las identificaba como trabajadoras de la empresa, Trevor les saludó con un gesto de cabeza.
Eso había sido mas de lo que hubieran esperado.
Frunció el ceño cuando vio que el escritorio de Sofía estaba vacío, ella no estaba por ningún lado. No podía ser posible que aun no hubiera llegado al trabajo.
—Señor Clark —, escuchó su voz tras él, giró su cuerpo para quedar frente a ella.
Sofía tenía la cabeza inclinada hacia un lado y los hombros un poco más adelante haciendo verla un poco encorvada, aparte de eso estaba más hermosa que anoche. ¿Cómo podía ser eso posible?
«¡Deja de pensar ya en ella de esa forma, j***r!»
—¿Si? —preguntó él entrecerrando sus ojos, si recordaba lo de anoche definitivamente sabía fingir muy bien.
—Lo están esperando en la sala de juntas, tenía una reunión muy importante —le recordó. Trevor chasqueó la lengua con fastidio.
—Había un choque y… —dejó de hablar, no tenía porque darle explicaciones a su asistente —. Dígales que ya voy.
—Si señor —. Dio una vuelta y se dirigió a la sala de reuniones.
Trevor caminó hasta su oficina, la encontró muy organizada, las pertenencias de su padre ya no estaban en el lugar y lo único que llamaba la atención era la carpeta en medio del escritorio. El informe de Sofía.
Lo ojeó por encima y frunció los labios en una pequeña línea, era un muy buen informe.
Dejó su saco del traje, su maletín, tomó su portátil y se dirigió a la sala de juntas en donde ya lo esperaban, se disculpó por el retraso y comenzó la reunión de la forma más profesional que Sofía había visto nunca.
Ese hombre era muy inteligente, no había podido dejar de verlo desde que había abierto la boca para comenzar la reunión, tenia una forma maravillosa de desenvolverse delante de las personas hablando de negocios. Sus fuertes brazos se tensaban bajo la camisa ajustada cada vez que levantaba los brazos para mostrar algo en la pantalla.
De vez en cuando sus ojos la buscaban, parecían querer decirle algo, pero luego fruncía el ceño y seguía con su presentación.
Había sido un alivio para Sofía que su jefe hubiera llegado tarde, cuando entró a la oficina agitada por haber corrido y no lo vio, pudo respirar con tranquilidad, ella no había sido la única irresponsable la noche anterior. Al parecer su jefe también se había pasado de copas y quien sabrá con que mujer o con cuantas habrá pasado entretenido la noche.
Sacudió la cabeza alejando esos pensamientos, no tenía porque importarle eso. ¿Qué más daba? Solo era su jefe y lo odiaba.
Al terminar la reunión, se quedó de pie junto a la puerta despidiendo a los clientes con una amable sonrisa, tal y como debía hacer.
—¿En donde está tu anillo? —. Trevor llegó a su lado, le lanzó esa pregunta y comenzó a despedirse también de los invitados como si nada.
—¿Disculpe? ¿Qué anillo? —preguntó desconcertada. No entendía a qué se refería su jefe.
—El anillo de compromiso, ¿Porqué no lo tienes puesto? —. Sofía tenía el entrecejo fruncido, abrió y cerro varias veces su boca para entender a qué se refería su jefe, pero no lograba hallarle una buena explicación.
Antes de poder pedir una explicación más detallada, uno de los clientes se acercó a ellos.
—Sofía, preciosa —. Saludó el señor Cavill, un viejo de unos sesenta años, pero muy mal tratados, tenía que caminar con ayuda de un bastón y estaba más arrugado que una uva pasa —. Siempre es un placer verla.
—Muchas gracias, señor Cavill, el placer es todo mío —. Le sonrió con simpatía.
Trevor se acercó más por detrás a ella y carraspeo su garganta llamando la atención del señor Cavill y pidiéndole unos minutos para hablar otro tema importante.
Cuando los vio alejarse un poco, pensó en que tenía que haber una parte de la noche anterior que no recordaba, porque en su mente no estaba ningún anillo. ¿Se había casado anoche con alguien? ¿Se había casado anoche con su jefe y por eso él le estaba reclamando el no tener un anillo puesto?
Ay dios.
Comenzó a hiperventilar con fuerza mientras intentaba recordar los sucesos de la noche anterior, ¿Qué hizo ayer?
Para evitar pensar en cosas raras, Sofía terminó de organizar la sala de juntas dejando todo tal cual estaba antes, cuando salió de allí se dirigió a su mesa, el señor Clark ya no estaba por ningún lado y vio a lo lejos como el señor Cavill le lanzaba un beso.
Le sonrió y cuando él no la vio hizo una mueca de horror, ese hombre era muy pervertido, pero siempre mantenía sus distancias y al fin de cuentas lo trataba como a un cliente más solo con la excusa de que estaba chiflado.
Pero no tanto como su jefe, Trevor Clark.