Día 9 por la noche
Ver como la luna llena se desplaza por el cielo nocturno fue un espectáculo único, y el aire gélido que pasaba por mi piel me hacía sentir más viva que antes. Deseaba tanto morir y desaparecer porque no tenía a alguien a mi lado, y ahora que lo tengo solo me da miedo pensar en lo que pasará cuando el sol caiga. ¿Volveré a lo mismo?, era la única pregunta que pasaba por mi mente.
Descubrir que podía llorar me hacía sentir vulnerable y aún más por el simple hecho de que en esos momentos quería hacerlo para desahogar el malestar que sentía en mi pecho, pero sabía que lo despertaría y preocuparía así que no lo hice y retuve cada lágrima.
En leves lapsos miraba hacia la cima de la montaña deseando estar lo más rápido posible ahí por el cansancio, pero aún así no me rendí y seguí hasta que al fin comencé a caminar por la nieve. Quise llevarlo en mi espalda hasta la cima pero para darle la sorpresa solo lo dejé a unos cuantos metros de donde iniciaba la nieve, aún dormido lo llevé hacia el pie de un árbol para colocarlo ahí sin hacer mucho movimiento y ruido para no despertarlo.
Ver su rostro tan lleno de tranquilidad me alegraba, pero no podía quedarme ahí solo mirándolo, debía ir por algunas cosas para prepararle una sorpresa para su último día en la tierra. No tenía intensiones de dejarlo ahí solo por lo que había sucedido anteriormente, pero si lo llevaba conmigo no me permitiría hacer nada de lo que estaba planeando.
Pensé por unos momentos mis opciones hasta que recordé lo que Envidia le había dicho a Lujuria.
— La deidad los va a castigar por no cumplir... así que no correrá riesgo de que lo vuelvan a raptar.— suspiré aliviada de tan solo pensar en esa posibilidad.
Antes de irme al pueblo, miré a Elián por unos momentos para contemplar su belleza. Después de unos minutos solo comencé a caminar hacia nuestro lugar de trabajo para comenzar a hacer una búsqueda exhaustiva.
— Si me llevo las cosas como el helado... Elián se molestará por que no cumplo con la ley que tienen los humanos...— suspiré.— me gustaría verlo feliz aunque yo no tengo nada que ofrecerle, es importante para mi y es tan bueno... realmente no merezco estar a su lado.— hablé para mí misma, estaba un poco triste por no saber cómo conseguir las cosas que necesitaba.— es frustrante querer a alguien tanto.... y por eso tengo que ser buena por él.
Seguí caminando por el pueblo hasta que escuché unas voces que provenían de los árboles que se encontraban a cada lado de la calle, pensé que la pelea con mis ahora ex compañeros me había dejado paranoica así que ignoré lo que había a mi alrededor.
— Una vez vi a Elián mirando un pastel y también... ¡ahg!.— despeiné mi cabello.— ¡¿por qué te llama la atención cosas que no puedo conseguir fácilmente?!.— grité mientras veía cada tienda que estaba cerrada por las altas horas de la noche.— ¿qué voy a hacer?.
Estaba por retirarme del lugar para comenzar a idear un plan para conseguir las cosas que necesitaba, pero al escuchar las hojas de un árbol moverse comencé a ver a mi alrededor para asegurarme de que no fuese alguno de mis ex compañeros o tal vez la mismísima deidad, aún que eso era lo menos probable.
— El jefe tenía razón.— habló desde alguno de lo árboles que se encontraban a mis espaldas.
— ¿Quién eres y qué quieres?.— le interrogué.
— Digamos que el jefe nos mandó aquí.— me respondió aún sin salir de su escondite, pero no era la respuesta que buscaba.
— ¿Quién es tu jefe?.— le pregunté.
— Agarrate fuerte de lo que sea porque te vas a sorprender de quien me....
Lo interrumpí.— ¿Es el hombre que me ayudó en la zona de la neblina oscura?.— arque una ceja.
— Oye, más respeto a mi señor, señorita pecado irrespetuoso. Mi señor es el dios de los mismísimos muertos, y el se ha apiadó de ti.
— ¿Y por qué no me quiso ayudar anteriormente?.— me crucé de brazos.— ahg, bueno eso no importa, tengo cosas más importantes que hacer que perder el tiempo con.... no sé que eres pero tengo el tiempo contado así que...
Me interrumpió.— A eso venimos. El dios de los muertos, mi señor... quiere que te ayudemos a ti y a ese arcángel.— Suspiró.— verte esforzándote lo conmovió, y por eso estamos aquí.
Escucharlo hablar solo me hizo reír, ¿apiadarse?, por favor, algo tan anormal como la relación de amistad que se había forjado le ablandó el corazón. Quizá el quería ver que sucedía, tal vez era un experimento extraño que se le había ocurrido cuando escuchó de nosotros, pero aún así decidí aceptar su ayuda para darle el gusto y que viese que hasta alguien oculto en la fría oscuridad necesitaba la calidez de la luz de un ser divino.
— ¿Y qué pueden hacer por mi?. ¿Pueden ayudarme a conseguir unas cosas?.— le. pregunté.
— Mi señor está de acuerdo en conseguir las cosas que necesitas. Pero le gustaría que fueses a visitarlo para agradecerle en persona.— bajó del árbol.
Al salir de su escondite noté que solo era un niño que llevaba una túnica negra puesta, su cabello liso de color azabache hasta los hombros y de sandalias de correas doradas. El pequeño parecía tener 14 años, pero su forma de hablar le hacía parecer alguien muy maduro para la edad que aparentaba.
Verlo frente a mi solo me causó un poco de risa de tan solo pensar que estaba perdiendo mi toque, no me había percatado que un infante me estaba siguiendo, cosa que no le causó gracia al menor que solo frunció el ceño.
— ¿Terminaste de reírte, Pereza?.— se cruzó de brazos.
— No quise reírme, solo que estoy avergonzada de mi misma. Elián me ha hecho cambiar mucho en solo 9 días.— le sonreí levemente.— me ha hecho querer seguir en este mundo pero...— desvíe la mirada.— después de lo que pasé mañana... no creo que esa sensación de felicidad perdure en mi.
— Señorita Pereza, para eso estoy yo... vine para ayudarla a que fuese feliz usted también. La deidad me pidió amablemente que fuese su asistente personal.— hizo una pequeña reverencia.
— Felicidades, es un gran puesto, ser el asistente de un Dios.— le puse una mano en su hombro.— espero que no sea como la deidad...
— No soy el asistente de mi señor...— suspiró para después tomar mi brazo con ambas manos.— soy TÚ asistente, señorita Pereza. La deidad me eligió para asistirla.
— Bueno, si es así ayúdame a no perder el tiempo.— con delicadeza quité sus manos de mi brazo.— no seré muy exigente. Agradece que solo es por lo que queda de este día y mañana.
Sin mirarlo comencé a caminar para pensar más a detalle sobre lo que tenía planeado, pero la risa del pequeño me hizo detener para tirarme a verlo.
— ¿De qué te ríes?. No debemos de perder el tiempo, y aún más si quieres volver al templo de tu señor lo más rápido posible.— le hice una seña para que me siguiera.— vamos.
Comenzó a caminar hacia mi aún riéndose.— Señorita Pereza, jajaja... veo que no me entendió... Seré su asistente de por vida, mi señor la aceptará en su templo.— me dijo mientras dejaba de reír.— él sabe que te quedarás sin nada, por eso me mandó a mi para avisarte que tienes un hogar al cual llegar.
— Mira pequeño. Me vas a ayudar y luego te irás... después iré a darle las gracias al dios y luego me iré...— suspiré.— no quiero nada, y mucho menos si se que estaré sin Elián. Es mejor quedarme aquí y desaparecer poco a poco, ya casi perdí mi pecado. Ya no tengo misión en la tierra.
— ¡No soy un niño!.— me gritó, pero lo ignoré para perderme entre mis pensamientos.
Era algo muy duro y triste para cualquier otro, pero sin un propósito no había nada que hacer y solo esperar a desaparecer. Bueno, no sería tan malo si pasé los días con alguien tan maravilloso como Elián, un arcángel que había llegado a mi vida para llamar mi atención y cambiarme por completo y después de eso irse... algo injusto para alguien como él.
Tal vez lo llamaría karma, por todos los años que eh estado pasando arruinando los días de las personas, por hacer el mal y traer infelicidad a este mundo por casi dos mil años.
Si tan solo hubiese hablado con Elián en otras circunstancias, tal vez un año atrás... ¿habría sucedido esto?, ojalá hubiese sido yo la que llevara ese brazalete o el castigo de la deidad de la luz, eso me haría sentir mejor que ver como se marchita poco a poco la vida de un dulce arcángel.