Capítulo 6

1760 Words
Nicola Estaba sentado en mi habitación, frente a las computadoras, la luz de las pantallas iluminaba mi rostro en la penumbra. El sonido constante de los ventiladores de las máquinas llenaba el aire, un zumbido casi hipnótico que solía calmarme, pero no hoy. No cuando cada fibra de mi ser estaba alerta, cada músculo en mi cuerpo tenso como un resorte a punto de soltarse. Desde que Bianca me había dicho que traería a una amiga a pasar el fin de semana, mis alertas se dispararon en todos los sentidos. Tenía su expediente delante de mí, uno de esos informes detallados que mis contactos podían conseguir con un simple pedido. Valentina Rinaldi, italiana de veinte años, hija única de un empresario en ascenso y una ama de casa. Estaba estudiando Relaciones Internacionales en la universidad de Palermo. Era una ficha limpia, al menos en la superficie, sin conexiones visibles a nada que pudiera representar una amenaza para mi familia. Y sin embargo, no podía evitar el impulso de saber más. De conocer cada detalle, cada movimiento de su vida, como si de alguna manera eso me diera control sobre esta situación que ya empezaba a desbordarme. Pasé mis dedos por la pantalla, deteniéndome en una de las imágenes que había conseguido de ella. Era hermosa. Tenía ese tipo de belleza que atrapaba sin esfuerzo. Había algo en su mirada, en la forma en que sus labios se curvaban en una sonrisa, que me hacía sentir cosas que hacía mucho tiempo no sentía. Por no decir nunca. Ahora, en las pantallas, las veía entrar a la casa. Mi mirada seguía cada uno de sus movimientos, cada paso que daba por el pasillo, observando cómo sus ojos se abrían con sorpresa al ver la magnitud del lugar. Estaba claro que Bianca no le había contado nada sobre nosotros, sobre nuestra familia. Era mejor así, supongo. Mejor mantener las apariencias por ahora, dejar que Valentina creyera que estaba entrando en una casa como cualquier otra, y no en el corazón de algo mucho más oscuro y peligroso. Las cámaras las siguieron hasta que desaparecieron en la habitación de mi hermana. Allí no había cámaras. Era una regla que había impuesto yo mismo. Mi hermana merecía respeto, un espacio donde no estuviera bajo la constante vigilancia que el resto de nosotros soportábamos. Pero en ese momento, maldije esa regla. No porque no confiara en Bianca, sino porque no podía soportar la idea de perder de vista a Valentina, ni por un segundo. Me apoyé en el respaldo de mi silla, soltando un suspiro pesado mientras intentaba calmar la tensión en mi cuerpo. Entonces, las vi salir de la habitación, riendo, hablando en voz baja, y la imagen ante mis ojos hizo que toda la sangre de mi cuerpo descendiera de golpe, dirigiéndose a un lugar que no debía. Valentina llevaba tan poca ropa que era casi un insulto a mi autocontrol. Un bikini dorado ajustándose a su piel de una manera que me hizo apretar los dientes. El vestido de playa entretejido que no hacía nada para ocultar las curvas de su cuerpo, sino que las resaltaba con una especie de elegancia despreocupada que me volvió loco. Mis ojos no podían apartarse de la pantalla. El deseo me golpeó con la fuerza de una ola, inesperado y abrumador. No. No podía dejar que esto pasara. No con ella. No con la mejor amiga de mi hermana, que no tenía ni idea de dónde se había metido. Pero mi cuerpo no escuchaba razones, y sentí el calor aumentar en mi entrepierna. Me alejé de las pantallas, pasándome una mano por el cabello con frustración. Necesitaba aire, necesitaba espacio, necesitaba... cualquier cosa que no fuera estar aquí, viendo cómo Valentina y Bianca disfrutaban del sol en la piscina, mientras yo me retorcía en mi propia piel, luchando contra un deseo que no tenía cabida en mi vida. Entonces, hice algo que hace años no hacía. Salí de mi habitación, dejando atrás las pantallas y bajé las escaleras casi corriendo. Los pasillos de la mansión eran amplios, y las pocas personas que me cruzaba en el camino me miraban con una mezcla de sorpresa y desconcierto, como si estuvieran viendo a un fantasma. Y en cierto modo, lo era. Había pasado tanto tiempo encerrado en mi propio mundo que, para ellos, yo no era más que una sombra en la casa. Pero ahora, algo dentro de mí me empujaba a salir de ese aislamiento autoimpuesto. No sabía si era la curiosidad o el deseo, o quizás una combinación peligrosa de ambos. Lo único que sabía era que necesitaba moverme, hacer algo antes de que esa sensación de calor insoportable dentro de mí me consumiera por completo. Llegué a la cocina y, sin detenerme, abrí el refrigerador de golpe. El aire frío que se escapaba del interior me golpeó en el rostro, dándome un alivio que agradecí. Me incliné hacia adelante, buscando algo que pudiera distraerme de las imágenes de Valentina que seguían grabadas en mi mente, cada curva de su cuerpo, ese brillo en sus ojos, sus labios carnosos sonriendo... Maldición. Sacudí la cabeza, intentando alejar esos pensamientos, y agarré una botella de agua, apretando el plástico entre mis dedos, casi como si quisiera exprimir el calor que me abrasaba por dentro. Levanté la botella hacia mis labios, pero antes de que pudiera beber, una voz suave rompió el silencio de la cocina. —¿Puedo? Mi cuerpo se congeló en el acto, y por un momento, todo el aire pareció desaparecer de mis pulmones. Mi corazón se saltó un latido, y la botella tembló ligeramente en mi mano mientras lentamente me giraba hacia la fuente de aquella voz. Allí estaba ella, de pie frente a mí, vestida solo con el bikini dorado que había visto antes por las cámaras. Las gotas de agua caían de su cabello oscuro, deslizándose por su cuello y bajando por su pecho hasta perderse en el borde del traje de baño. Me miró con una sonrisa despreocupada, como si no se diera cuenta del efecto que tenía sobre mí. Dio un paso adelante, y el espacio entre nosotros se redujo a unos pocos centímetros. Antes de que pudiera decir nada, estiró la mano e intentó agarrar la botella de agua directamente de la mía. Levanté el brazo, alejando la botella de su alcance lo que la hizo fruncir el ceño, haciendo que sus dedos tocaran mi muñeca. El contacto fue como una chispa eléctrica que recorrió mi brazo, encendiendo algo que no podía apagar. Ella se dio la vuelta, lista para irse, pero algo en mi interior se rompió. No podía dejarla ir así, no después de lo que acababa de sentir, de lo que acababa de experimentar con solo un simple roce. Mi mano se movió antes de que mi cerebro pudiera detenerla, y la agarré por la cintura, parando su avance en seco. Sentí cómo su cuerpo se tensaba por la sorpresa, pero no se resistió. La atraje hacia mí, acercando su cuerpo al mío hasta que el calor de su piel se mezcló con el mío, y me incliné hacia adelante, mis labios rozando su cuello. Inhalé el aroma de su piel llenando mis pulmones de una manera que me hizo sentir que podría perderme en ella para siempre. Era dulce, tentador, con una mezcla de cloro y algo natural, algo que era puramente suyo. Cerré los ojos por un segundo, disfrutando de la sensación, dejando que ese momento se apoderara de mí. Intentó apartarse, girando un poco su cuerpo para escapar de mi agarre, pero lo hizo con una sonrisa en los labios, como si todo esto fuera solo un juego para ella. Apreté más mi brazo alrededor de su cintura, sintiendo como un escalofrío recorría su cuerpo, y el suave jadeo que salió de sus labios me atravesó como una bala. No estaba seguro de dónde terminaba el deseo y empezaba algo más oscuro, algo más primitivo, pero en ese momento, no me importaba. Llevé la botella de agua de nuevo a mis labios, tomando un sorbo lento, dejando que el líquido frío llenara mi boca mientras mis ojos seguían clavados en ella. Entonces, sin pensarlo dos veces, me incliné hacia adelante y, llevé mi boca sobre la suya, dándole el agua directamente. Ella jadeó contra mis labios, sorprendida, pero no se apartó. Sentí cómo el agua se mezclaba con el calor de su aliento, una mezcla de frío y calor que me hizo perder cualquier rastro de control que me quedaba. Después de un segundo que se sintió eterno, me separé apenas un poco, lamiendo los restos de agua de sus labios con un movimiento lento, deliberado. Sentí como temblaba por mi toque, y su respiración se hizo más pesada, más irregular. Me miró, sus ojos reflejaban una mezcla de deseo y confusión, y sus labios, aún húmedos por el agua y mi lengua, se movieron con dificultad cuando habló. —Esto no es apropiado, —murmuró mientras intentaba recuperar el aliento. —No puedo meterme con un empleado de mi amiga. No sería correcto... ¿Empleado? Ella no tenía idea de quién era yo, de lo que realmente significaba en esta casa, en esta familia o en este mundo. Lo único que podía pensar era en llevarla a mi habitación, lejos de cualquier interrupción. Solo quería tenerla, perderme en ella hasta consumirla por completo, hasta saciarme y apagar este fuego que me estaba matando en vida. Apreté su cintura con más fuerza, mi cuerpo reaccionando de una manera que no podía controlar, y vi cómo sus ojos se abrían un poco más al sentir lo duro que me tenía. Un jadeo suave escapó de sus labios, y pude ver el conflicto en su mirada, el mismo conflicto que yo estaba sintiendo: la necesidad de perdernos en este deseo prohibido y la conciencia de que esto estaba mal en tantos niveles. Pero esa conciencia no era suficiente para detenerme. No ahora. No cuando estaba tan cerca de ella, cuando ya había saboreado sus labios, decidido a probar cada parte de su cuerpo. Mis dedos se deslizaron por su espalda, subiendo lentamente hasta su nuca, inclinádola para que nuestros labios estuvieran alineados, mi respiración chocando contra la suya. Justo cuando iba a apoderarme de sus labios, a borrar por completo cualquier distancia entre nosotros, la puerta de la cocina se abrió de golpe, rompiendo la burbuja que nos había envuelto. —¡Nicola! El grito de Renata me golpeó como un balde de agua fría.
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