Capítulo 10

1326 Words
Nicola Cuando salí de la mansión, un auto oscuro ya me esperaba en la entrada, su motor ronroneaba suavemente, preparado para llevarme directo al infierno, si era necesario. Mi respiración aún pesada, efectos de lo que había sucedido en la habitación de Valentina que seguían retumbando en mi mente y picando en mi piel. Cada paso que daba era un esfuerzo consciente por apartar esos pensamientos, por mantenerme enfocado en lo que tenía que hacer ahora y no volver corriendo a su lado. Mi deseo por ella seguía palpitando bajo mi piel, pero había otras prioridades, otras urgencias que no podían esperar. Este era mi mundo, donde un solo error podía costarte la vida. Ya no había tiempo para distracciones. Cuando abrí la puerta del auto y me acomodé en el asiento trasero, mi mirada se cruzó con la de Lorenzo, que estaba en el asiento del conductor. No dijo nada, pero sus labios se curvaron en una pequeña sonrisa que solo alguien que lo conocía bien podría interpretar. No era la sonrisa fría de un subordinado. Era la sonrisa cálida de un amigo. Él y yo habíamos pasado por demasiadas cosas juntos. Había estado allí cuando me hundí en la oscuridad de mi habitación, vigilando desde afuera sin presionar, siempre respetando mi espacio. Y ahora que había decidido salir, él no necesitaba decir una palabra para demostrar su apoyo. Me sonrió porque entendía lo que significaba este momento. Y yo le devolví la mirada, una que no necesitaba de palabras para expresar lo que ambos sabíamos: estábamos de vuelta en el juego, juntos. —Todo listo, jefe, —dijo con su tono grave y medido, sin girarse del todo. Asentí, sabiendo que él sentiría el movimiento en lugar de verlo. No necesitábamos grandes demostraciones. Nos entendíamos sin palabras. Esa era la base de nuestra amistad. —¿El traidor? —pregunté con mi voz baja. Había aprendido a mantener la calma en situaciones como esta. Lorenzo no me miró esta vez, sus ojos seguían fijos en la carretera mientras respondía. —Lo tenemos bajo control. Está en el club, en la parte trasera, sin sospechar nada. Ese club. Desde afuera, parecía otro de los muchos lugares exclusivos que Palermo ofrecía a quienes tenían suficiente dinero para permitírselo. Luces brillantes, música suave filtrándose a través de las paredes, y clientes que venían en busca de lujos y placeres, un lugar perfecto para pecar sin consecuencias. Pero lo que la mayoría no sabía era que debajo de esa fachada de lujo, el club era una tapadera para uno de nuestros tantos negocios, uno de los más importantes: tráfico tecnología de alta gama. Dispositivos y software que podían interceptar, controlar y manipular información importante. Pero ahora, alguien dentro de nuestro círculo más íntimo había cometido el error de traicionar la confianza que habíamos depositado en él. Y esa clase de errores no se perdonaban. Me apoyé en el respaldo del asiento, cerrando los ojos por un momento. Necesitaba enfocarme, dejar de lado la distracción que Valentina había grabado en mi mente. Lorenzo sabía que mi salida del encierro no era solo por el negocio, lo podía sentir en su silencio comprensivo. Pero no iba a presionarme. Sabía que cuando llegáramos al club, todo estaría bajo control. Siempre lo estaba cuando trabajábamos juntos. Nos detuvimos frente al club. Las luces neón y la elegante entrada con sus cortinas de terciopelo ocultaban lo que realmente sucedía en el interior. Lorenzo salió primero del auto, moviéndose con la precisión de alguien que había hecho esto demasiadas veces antes. Se aseguró de que todo estuviera en orden antes de abrirme la puerta. Bajé del auto observando a mi alrededor. Palermo a esta hora tenía una atmósfera densa, cargada de secretos y pecados que se escondían en las sombras. Caminamos hacia la entrada del club, Lorenzo a mi lado como una sombra, siempre en alerta. A medida que avanzábamos, noté las miradas de algunos de mis empleados. Algunos me miraban sorprendidos, otros asustados, como si ver al Volpe fuera de su guarida les recordara que el peligro nunca estaba realmente lejos. Sabían que cuando yo aparecía en persona, las cosas no iban bien. Eso los inquietaba, y con razón. Entramos por la parte trasera del club para evitar el bullicio de la música, el alcohol derramado y los cuerpos sudorosos que se movían al ritmo de la noche. Cuando entré en mi oficina, el aire cambió. La temperatura descendió de golpe, todos los que estaban dentro estaban conteniendo el aliento. Algunos de mis hombres ya estaban allí, esperando mi llegada parados frente a mí escritorio. Podía ver la tensión en sus hombros, las miradas furtivas, el sudor brillando en sus frentes. Algo estaba infinitamente mal en todo esto. Había una energía en la habitación, una sensación de que todos tenían un secreto que temían que saliera a la luz en cualquier momento. —Buenas noches, —dije con un tono neutro, sin emoción, observando cómo todos inclinaban la cabeza en un gesto casi automático de respeto, o quizás de miedo. Hice una pausa, disfrutando del poder que ejercía sobre ellos. —Tengo malas noticias, —continué, observando sus rostros mientras sacaba mi arma y la colocaba sobre el escritorio frente a ellos. Todos la miraron, y vi cómo dos de ellos daban un paso hacia atrás, casi de manera indetectable, pero lo suficiente como para confirmar lo que ya sospechaba. Malditos cobardes. Una sonrisa se curvó en mis labios, una sonrisa que no tenía nada de amigable. Disfrutaba del malestar que causaba en ellos, todos eran traidores de una forma u otra, y cómo sus nervios comenzaban a desmoronarse bajo la presión. Este era mi dominio, y ellos lo sabían. —Oh, no se asusten, —dije con una mueca irónica, mientras mis dedos acariciaban el arma con una familiaridad casi íntima. —Mi niña solo salió a saludar. Sabía que mis palabras no les ofrecían consuelo. Todo lo contrario, solo generaba en ellos más incertidumbre y miedo. Mis ojos se deslizaron sobre el arma, observando cada detalle, disfrutando del momento. Era hermosa, una extensión de mí, una herramienta perfecta para el control y el caos. —Es hermosa, ¿verdad? Hermosa y peligrosa, —murmuré, casi para mí mismo, mientras mis pensamientos volvían brevemente a Valentina. Mi principessa. Esa frase no solo describía el arma en mis manos, sino también a la mujer que había logrado encender algo en mí que creía que ya no podía sentir, ella era hermosa, y este sentimiento era peligroso. —También es muy caprichosa cuando algo no le gusta… Disparé antes de que ninguno de ellos pudiera reaccionar, el sonido del disparo resonó en la habitación insonorizada. El hombre que recibió el balazo en la pierna soltó un grito desgarrador, sus manos bajaron hacia la herida mientras caía al suelo. Los otros cuatro se sobresaltaron, retrocediendo unos pasos, sus rostros pálidos por el miedo. Pero mis ojos seguían fijos en el hombre en el suelo, en sus sollozos ahogados mientras intentaba contener el dolor. —¿Qué información vendiste? —pregunté con mi voz baja. Di un paso hacia él, viendo como sus pantalones se humedecieron justo en su entrepierna. —Yo... no... sé de qué... habla, —jadeó entre sollozos, su cuerpo temblando por el dolor y el terror. Intentaba mantener la compostura, pero sabía que no tenía oportunidad. No conmigo. Disparé de nuevo, esta vez en su otra rodilla. El grito que salió de sus labios fue más fuerte, más desesperado. Su rostro se contorsionó aún más en una mueca de dolor mientras se retorcía en el suelo. Sabía que cada segundo que pasaba lo acercaba más a la verdad. —Habla ya, —dije con una calma aterradora, mi voz apenas un susurro en comparación con el caos de sus gritos. Mi paciencia era limitada. Y esta noche, alguien pagaría por la traición. No me detendría hasta tener las respuestas que necesitaba.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD