Capítulo 11

1415 Words
Valentina Desperté con el sudor pegado a mi cuerpo, como una segunda piel. Mis músculos aún estaban sensibles por el placer que había recorrido mi cuerpo, mientras me quedaba acostada en la cama, con los ojos aún cerrados, dejé que mis dedos se deslizaran hacia mi vientre, rozando mi piel aún caliente. Una chispa de deseo me atravesó cuando recordé el toque de Nicola. El placer que me había dado… el fuego que había encendido en mí en mis sueños... Abrí los ojos de golpe, sentándome bruscamente en la cama. No. No había sido un sueño. Él realmente había estado aquí, en esta misma habitación, su cuerpo tan cerca del mío, sus dedos dentro de mí, que el simple recuerdo hacía que mi corazón latiera con fuerza. Me mordí el labio con una mezcla de nerviosismo y excitación todavía vibrando en mi pecho. ¡Ay no! Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de él, alguna evidencia de lo que había sucedido. Las sábanas estaban revueltas, empujadas hacia un lado, pero no había señales de mi consolador por ningún lado. Mierda. No solo había estado en mi habitación, sino que había visto todo… había sido parte de todo. Mi cara se calentó al recordar cómo me había tocado, cómo me había hecho perderme en el placer, y cómo yo no había hecho nada para detenerlo. Me puse rápido mis pantalones cortos, saltando de la cama con una mezcla de urgencia y vergüenza. No podía dejarlo allí. Me arrodillé, buscando como loca debajo de la cama, mis manos moviéndose rápidamente mientras intentaba encontrarlo. "¿Dónde demonios esta?" Justo en ese momento, la puerta de mi habitación se abrió de golpe, y me recorrió un temblor al pensar que era él otra vez. Por un segundo, una mezcla de miedo y deseo se apoderó de mí, imaginando que Nicola había regresado para terminar lo que había comenzado la noche anterior. —¡Vaya forma de saludarme por mi cumpleaños! —bromeó la voz familiar de Bianca, y de inmediato sentí cómo la tensión en mi cuerpo disminuía un poco. Gracias a Dios no era Nicola. Aunque una pequeña parte de mí, una parte que no quería reconocer, se sintió decepcionada. Estaba apoyada en mis rodillas, mis manos aún buscaban bajo la cama, y mi trasero apuntaba directamente hacia la puerta por la que acababa de entrar Bianca. Giré mi cabeza por encima del hombro, esbozando una sonrisa traviesa hacia ella. Moví mis caderas de manera juguetona antes de hablar, aunque sabía lo ridícula que debía verme en esa posición. —¡Feliz cumpleaños! —dije con una risa ligera, levantándome del suelo con una energía que intentaba ocultar mi incomodidad. —No puedes decir que no es un regalo original. Bianca soltó una carcajada, y yo me relajé un poco más. Dejaría mi búsqueda por el momento. Nicola y lo que había pasado la noche anterior podrían esperar. Ahora era el cumpleaños de Bianca, y no iba a arruinarlo. Con una sonrisa en el rostro, me dirigí a mi bolso y saqué el regalo que había comprado para ella. El pequeño paquete estaba envuelto en papel brillante, y mientras lo sostenía en mis manos. Corrí hacia Bianca y la abracé con fuerza, antes de separarme un poco para entregarle el regalo. —Feliz cumpleaños, amiga, —dije en un tono suave. Ella miró el regalo en mis manos con una expresión de sorpresa, como si no hubiera esperado que le diera algo. Aceptó la pequeña caja con timidez, su mirada vulnerable durante un instante. —Gracias, —susurró con una voz baja, casi insegura. —No… no lo esperaba. Fruncí el ceño, sorprendida por su reacción. La tomé por los hombros y le sonreí, queriendo asegurarme de que supiera lo importante que era para mí. —¿Cómo que no? —respondí, fingiendo indignación. —Eres mi mejor amiga. Obvio que no podía faltar tu regalo. Ambas nos reímos, Bianca empezó a abrir el paquete con cuidado. Sus ojos brillaban con una mezcla de curiosidad y nervios, y yo observé, emocionada, mientras sacaba la pequeña caja de joyería de su interior. Dentro de la caja, había un delicado colgante que representaba la mitad de un corazón. Con letras elegantes, la mitad del corazón decía "mejores". Saqué la otra parte del colgante de debajo de mi blusa, la parte que completaba la frase, "amigas". Bianca sonrió, sus ojos se humedecieron apenas un poco al ver los dos colgantes juntos. Miró su parte del corazón, y luego me miró a mí, su sonrisa se ensanchó, pero había algo más en sus ojos, algo más que felicidad superficial. —¿Tuviste problemas con la calefacción? —preguntó cambiando de tema con rapidez mientras sus ojos recorrían mi cuerpo de arriba abajo. Negué con la cabeza, tratando de controlar el calor que subía por mi cuello hasta mis mejillas, "¿será que se dió cuenta que estuve con...?" "No, no puede ser." Me repetí a mí misma, tratando de convencerme de que mi secreto estaba a salvo. —Bueno, ve a bañarte, estás toda sudada, —añadió con un mohín en los labios, fingiendo desagrado, y no pude evitar sentirme avergonzada. La idea de que pudiera sospechar algo sobre lo que había sucedido entre su hermano y yo me hacía temblar de nervios. —Sí, claro, enseguida, —respondí de forma atropellada, escapando hacia el baño antes de que ella pudiera decir algo más. Mi mente estaba llena de pensamientos caóticos, recuerdos fragmentados de la noche anterior que volvían a mi mente cada vez que cerraba los ojos. El toque de Nicola, su voz profunda y grave, el calor de sus manos en mí… No, no podía seguir pensando en eso, no ahora. Me metí bajo la ducha y dejé que el agua corriera sobre mi cuerpo, intentando lavar no solo el sudor, sino también la confusión que me envolvía. ¿Se habrá dado cuenta Bianca de lo que pasó? La pregunta me rondaba constantemente, pero me obligué a ignorarla. "No tiene como saberlo", me repetí. Solo tenía que ser cuidadosa. Mantener la compostura y no dejar que mi cuerpo delatara lo que mi mente intentaba enterrar. Después de ducharme, me envolví en una toalla, secándome antes de buscar algo para ponerme. Elegí un vestido corto y suelto, con un escote un poco atrevido. Era ligero, lo suficiente como para sentirme cómoda, pero también me hacía sentir más segura. Cuando entramos en la sala donde estaba todo preparado para desayunar, el tamaño de la habitación no dejaba de sorprenderme. Era enorme, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz del sol, y una mesa larga rodeada de muchas sillas, todas perfectamente alineadas. Todo en esta casa estaba diseñado para impresionar, para recordar a cualquiera que entrara que aquí vivía el poder. En la cabecera de la mesa, un hombre mayor nos esperaba. Su postura era imponente, y su semblante serio reflejaba años de experiencia y autoridad. Su sola presencia me hizo sentir pequeña, como si estuviera en la presencia de un rey. Este era el padre de Bianca. Pero lo que realmente hizo que mi corazón se detuviera por un segundo fue la figura que estaba a su lado. Estaban sentados, pero al vernos entrar, ambos se levantaron, la mirada de Nicola fija en mí. Dios mío… Mi boca se secó al instante al verlo. Estaba vestido con un traje que se ajustaba perfectamente a su cuerpo, resaltando cada línea de su increíble figura. El oscuro tejido del traje contrastaba con su piel, y el brillo de sus ojos se clavó en mí como un anzuelo del que no podía escapar. Sentí que mis piernas se aflojaban por un segundo, y tuve que hacer un esfuerzo monumental para mantener la compostura. Aunque el corazón me latía tan fuerte que temía que cualquiera pudiera oírlo. —¡Papà! —gritó Bianca con alegría mientras corría hacia él para abrazarlo. Avancé hacia ellos, intentando mantener la calma. Nicola seguía mirándome con intensidad que me erizaba la piel, y cuando llegué lo suficientemente cerca, vi cómo la comisura de sus labios se curvaba en una media sonrisa, una expresión que hizo que mi estómago se revolviera de nervios. Estábamos atrapados en un juego del que solo nosotros éramos conscientes, un juego que se había iniciado la noche anterior y que aún no había terminado. Y lo peor de todo era que una parte de mí no quería que terminara.
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