Capítulo 9

1359 Words
Nicola Mis ojos se estrecharon mientras observaba con más detenimiento. Y entonces lo vi. La forma en que su cuerpo se arqueaba, la manera en que sus manos se movían bajo las sábanas, como si intentara sofocar una necesidad que se negaba a ignorar. Todo mi autocontrol comenzó a desmoronarse en cuestión de segundos. Sin poder contenerme, activé el sonido de la habitación, mis dedos moviéndose rápidos y ansiosos sobre el teclado. En cuanto lo hice, sus gemidos resonaron en mi habitación, llenando el aire con una intensidad que me hizo apretar los dientes. El sonido de su respiración entrecortada, sus suaves jadeos, era todo lo que necesitaba para hacerme perder la cabeza. Pero cuando la escuché gemir "Nicola", mi nombre escapando de sus labios en un susurro entrecortado, todo mi autocontrol se fue al carajo. Podía sentir el calor acumulándose en mi entrepierna otra vez, extendiéndose por mi cuerpo como un incendio incontrolable. Mi nombre. Valentina jadeaba mi maldito nombre, allí, en su cama, tocándose por mí. Y saber que era yo el que la hacía perder el control me hacía sentir tan poderoso que me dejó aturdido. Mi respiración se volvió pesada, mis manos se apretaron en puños a mis costados, intentando desesperadamente mantenerme bajo control. Pero no podía. No cuando sabía que en ese preciso momento, Valentina estaba pensando en mí, llamándome, deseándome. Me acerqué más a la pantalla, mis ojos fijos en cada movimiento que hacía. La forma en que se mordía el labio, el brillo de su piel bajo la tenue luz de la habitación. Era demasiado, demasiado para que pudiera soportarlo. Mi mente gritaba que debía detenerme, que debía apagar las cámaras y alejarme de esta situación antes de que hiciera algo de lo que me arrepentiría. Pero mi cuerpo no escuchaba. Todo lo que podía pensar era en lo fácil que sería caminar por el pasillo, entrar en su habitación y hacerla mía de una vez por todas. Sentir cómo su piel se derretía bajo mis manos, escuchar esos gemidos directamente en mi oído mientras sus labios decían mi nombre una y otra vez. —Nicola. Mi respiración se volvió más irregular, cada segundo de sus gemidos se quedaba grabado en mi mente. No podía seguir así, no podía quedarme allí, observando desde la distancia, dejando que esto se desarrollara sin intervenir. No cuando cada fibra de mi ser me pedía que la reclamara, que tomara lo que claramente ambos queríamos. Apagué las cámaras de golpe, el sonido de su voz desapareciendo abruptamente. Sabía que lo que estaba a punto de hacer cruzaba una línea peligrosa, pero ya no me importaba. Tenía que tenerla. Y tenía que tenerla ahora. Salí disparado de mi habitación, mi mente nublada por el deseo, la rabia y la necesidad. Llegué rápidamente a la puerta de su habitación. No me molesté en golpear ni en avisar. El pensar en hacerlo habría sido una traición a la urgencia que me impulsaba. Empujé la puerta abriéndola de golpe. Ella se sobresaltó, sus ojos llenos de sorpresa y algo más… algo que reflejaba exactamente lo que yo sentía. No podía detenerme para considerar cómo se sentía ella en ese momento, no cuando mi propio cuerpo estaba al borde del colapso. Avancé en dos zancadas largas hasta que estaba a un lado de la cama. No esperé, no dudé. Arranqué las sábanas de su cuerpo con un movimiento brusco y rápido. Y allí estaba ella, semi desnuda, su cuerpo a merced de mi mirada hambrienta. Mi respiración se entrecortó al ver cómo se arqueaba, su pecho subiendo y bajando rápidamente. Entonces lo vi. No solo estaba usando su mano para liberar la tensión que la consumía. Tenía un juguete que vibraba suavemente dentro de ella, arrancándole esos gemidos que había estado escuchando segundos antes en mi habitación. El juguete seguía allí, entre sus piernas, mientras sus labios estaban entreabiertos por el placer que ella misma se estaba dando. Mierda, ¿de dónde sacó eso? Mi mente se nubló, las preguntas arremolinándose en mi cabeza. Pero en ese momento, no importaba. Nada más importaba que la necesidad de tomar el control, de ser yo quien la hiciera gemir de esa manera. No ese maldito juguete. —Me estabas llamando, principessa, —gruñí, mi voz áspera, cargada con todo el deseo que sentía por ella. —Si llamas al diablo, —continué, inclinándome hacia adelante, hasta que mi rostro estaba a centímetros del suyo, —deja que él te haga arder en el infierno. Sus ojos se oscurecíeron, su respiración se volvió más rápida al escuchar mis palabras. Sus labios temblaron cuando intentó decir algo, pero no le di la oportunidad. Extendí la mano y, sin apartar la mirada de la suya, agarré el juguete, quitándoselo suavemente de entre las piernas y tirándolo a un lado. Su cuerpo se tensó con el roce de mis dedos sobre su piel, y sus labios se separaron en un jadeo cuando sintió la pérdida del placer que se estaba dando. Pero no se quejó. Solo me miró, sus ojos llenos de una mezcla de deseo y anticipación. Lamentablemente, no tenía el tiempo que necesitaba para hacerla completamente mía, para explorar cada rincón de su cuerpo hasta que no pudiera respirar sin pensar en mí. Pero en ese momento, no pude resistir la tentación de darle un poco de lo que ambos queríamos. Me arrodillé en la cama frente a su cuerpo, inclinándome sobre ella, deslizando mi mano entre sus piernas, sintiendo la calidez húmeda que ya se había formado allí. Podía ver cómo sus labios se entreabrían, el aliento atrapado en su garganta mientras esperaba mi siguiente movimiento. No iba a ser lo que ella esperaba, no en ese momento. No tenía tiempo para saborearla como quería, pero eso no significaba que no pudiera hacerla sentir, que no pudiera llevarla al borde del abismo y lanzarla al vacío. Deslicé dos dedos dentro de ella, dejando que mi pulgar se moviera en círculos lentos sobre su clítoris, sintiendo cómo su cuerpo se arqueaba en respuesta. Su respiración se aceleró al instante, y el sonido de sus gemidos llenó la habitación, cada uno más desesperado que el anterior. La presión en mis pantalones aumentaba con cada contracción de su cuerpo, con cada pequeño movimiento de mis dedos que arrancaba otro sonido placentero de sus labios. Sentí cómo su calor envolvía mis dedos, cada estocada acercándola a su liberación. Mis movimientos se volvieron más rápidos y precisos, llevándola justo al límite, justo donde ambos queríamos que estuviera. Sus uñas se clavaron en las sábanas, su cabeza se echó hacia atrás cerrando los ojos, y entonces sus padres me apretaron con fuerza alrededor de mis dedos. Su cuerpo se tensó por completo, el temblor final que la llevó a ese lugar de pura liberación. Su respiración se detuvo por un segundo, y luego, cuando exhaló, lo hizo con un gemido largo y profundo que resonó en mis oídos como una melodía que no olvidaría. Me quedé allí, observándola mientras su respiración comenzaba a calmarse y su cuerpo lentamente volvía a relajarse en la cama. Sus ojos todavía estaban cerrados, sus labios entreabiertos, y su piel brillaba con una fina capa de sudor. Todo en ella gritaba satisfacción, pero sabía que esto solo había sido un adelanto. Solo una pequeña muestra de lo que realmente podía hacerle sentir. Con un suspiro pesado, saqué mi mano de entre sus piernas, el calor de su cuerpo y su humedad aún impregnado en mis dedos. La observé por un segundo más, disfrutando del placer que aún se reflejaba en su rostro, antes de llevar mis dedos a mi boca. Uno a uno, los lamí lentamente, saboreando el rastro que ella había dejado en mi piel. Su sabor era algo que no olvidaría, algo que me perseguiría hasta mis últimos días. —Sei mio amore mio, —dije con una voz baja y ronca, llena de una certeza que no podía ser discutida. No era una pregunta, no era una negociación. Era una declaración. Y ambos lo sabíamos. Dos cosas eran claras: esto no había terminado, y Valentina Rinaldi era mía.
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