Valentina
Nicola seguía embistiendo con una fuerza casi desmedida, y cada golpe de su cuerpo contra el mío enviaba oleadas de placer por todo mi ser.
Sentía cada centímetro de él llenándome, estirándome, y el calor que se acumulaba en mi vientre crecía sin parar.
Mi respiración era entrecortada, y apenas podía controlar los gemidos que salían de mis labios. El placer era tan abrumador que me sentía como si estuviera al borde de explotar en cualquier momento.
Giré la cabeza, mirándolo por encima del hombro, y lo que vi me dejó sin aliento.
Nicola estaba completamente deshecho. Su rostro estaba contraído de placer, sus cejas fruncidas, sus labios entreabiertos mientras gemidos roncos salían de su garganta.
Verlo así, tan arruinado por mí, me llevó al borde.
Era como si en ese momento ambos estuviéramos completamente expuestos, sin máscaras ni juegos de poder, solo la verdad desnuda de lo que éramos el uno para el otro.
Ese pensamiento, esa imagen de él perdiéndose en mí, me hizo perder el control por completo.
Sentí el clímax golpearme de nuevo, tan intenso como el primero, haciendo que mi cuerpo se tensara mientras la ola de placer me arrastraba.
Me dejé llevar, sin intentar resistirlo, entregándome por completo a la sensación que recorría cada nervio de mi cuerpo.
Pero Nicola no se detuvo. No disminuyó la velocidad ni la fuerza, y eso solo prolongó mi placer, manteniéndome en un estado de éxtasis casi insoportable.
Cada nueva embestida era como un fuego que atravesaba mi cuerpo, haciéndome temblar de una manera que no podía controlar.
El placer era tan intenso que se mezclaba con la sensibilidad, hasta que mi mente dejó de ser capaz de diferenciar entre ambas.
Intenté decirle que parara, que era demasiado, pero las palabras murieron en mi garganta. Solo podía sentir.
Y entonces, lo sentí. Con un par de embestidas más, su cuerpo se tensó por completo.
Se derramó dentro de mí, su calor llenándome mientras su cuerpo temblaba contra el mío. Un gemido bajo, casi un gruñido, escapó de sus labios mientras disfrutaba su propia liberación.
Cayó sobre mí, su peso presionando contra mi espalda mientras ambos jadeábamos, intentando recuperar el aliento.
Podía sentir su respiración caliente contra mi piel, y luego sus labios, que comenzaron a deslizarse, dejando pequeños besos a lo largo de mi columna.
Cada beso era suave, casi reverente, una contradicción a la fuerza con la que me había tomado solo unos segundos antes.
—Me importa muy poco lo que quieras, principessa, —murmuró al oído, su voz ronca y llena de una intensidad que me hizo estremecerme. —Eres mía, y eso no se discute.
Una parte de mí quería desafiarlo, resistir esa afirmación posesiva, pero otra parte, la que aún temblaba de placer bajo su cuerpo, no podía negar la verdad en sus palabras.
Nicola se separó de mí lentamente, saliendo de mi cuerpo con un movimiento suave que me dejó sintiéndome vacía al instante.
Me quedé un momento inmóvil, apoyada contra el escritorio, tratando de recuperar la compostura.
Cuando me incorporé, arreglé mi vestido con las manos temblorosas, intentando recomponerme.
Me incliné para recoger mi ropa interior del suelo, su mano se cerró rápidamente sobre las bragas antes de que pudiera tocarla.
—Te dije que eran mías, —dijo con una sonrisa traviesa, sus ojos brillando con ese fuego que parecía nunca apagarse, guardándolas en el bolsillo de su pantalón.
Su mano se deslizó hacia mi mejilla, acariciando mi piel con una suavidad que no esperaba.
Nicola siempre encontraba la manera de desarmarme, y cuando inclinó su rostro hacia el mío, supe que no podría resistirlo.
Pero antes de que sus labios pudieran tocar los míos, un golpe en la puerta rompió el encanto del momento entre nosotros.
Frunció el ceño pero no tuvo más remedio que apartarse. Sus ojos se oscurecieron con una nueva emoción. Rabia.
Desde el otro lado de la puerta, una voz masculina lo llamó, fuerte pero respetuosa.
—Nicola, necesito hablar contigo.
Su rostro se oscureció, su mandíbula apretándose con irritación. Era evidente que no estaba contento con la interrupción, pero respondió con calma.
—Espérame abajo, —respondió sin siquiera molestarse en mirar hacia la puerta, estaba parado a unos cuantos pasos de mí. —Ahora voy.
La persona en el otro lado guardó silencio, aceptando la orden sin más, y escuché los pasos alejándose por el pasillo.
Nicola se enfocó en mí, su mirada oscura aún ardiendo con esa intensidad peligrosa, como si la interrupción solo hubiera avivado su deseo de mantenerme bajo su control.
—Valentina, —dijo con una mezcla de posesividad y frustración en su tono, acercándose de nuevo.
Una parte de mí sabía que debería poner distancia, alejarme antes de que esto se convirtiera en algo de lo que no podría escapar, pero otra parte, una más oscura, no podía evitar responder a esa intensidad.
—¿Qué, Nicola? —respondí con un tono desafiante, levantando la barbilla.
No iba a dejar que me dominara... al menos no por completo.
Él sonrió, pero no era una sonrisa amable. Era la sonrisa de un depredador que sabía que tenía a su presa exactamente donde la quería.
Se acercó un poco más, deteniéndose justo frente a mí, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo a través de la ropa.
—Eres mía, principessa, —dijo en un susurro peligroso que me dejó sin aliento. —Y no me importa lo que digas o lo que intentes, no dejaré que te escapes de mí.
Mi corazón se aceleraba por sus palabras. Pero no podía, no quería dejar que él ganara esta vez. No podía dejar que me reclamara sin luchar.
—¿Crees que puedes simplemente… adueñarte de mí? —respondí, mi voz más aguda de lo que esperaba. —¿Que puedes controlarme así porque lo dices? —Lo miré directamente a los ojos, tratando de mantenerme fuerte bajo su mirada abrasadora.
Él no se inmutó.
Su mirada no flaqueó ni un segundo, y su sonrisa solo se hizo más grande y oscura.
Dio un paso más cerca, cerrando la distancia entre nosotros, su cuerpo prácticamente pegado al mío ahora.
Sus manos se deslizaron por mis caderas, subiendo lentamente hasta detenerse en mi cintura, apretando como si quisiera recordarme que el control estaba en sus manos.
—No, Valentina, —dijo, su voz baja y seductora, pero con un borde de peligro. —No es porque yo lo diga. Es porque lo sientes. Porque lo sabes, igual que yo. —Se inclinó más cerca, sus labios rozando mi oreja mientras hablaba, enviando un escalofrío por mi columna. —Despertaste algo en mí que no puedo ignorar. Y tú tampoco puedes. Por mucho que intentes resistirlo, al final, siempre volverás a mí.
Sentí cómo el calor de su aliento acariciaba mi cuello, y cerré los ojos por un momento, intentando concentrarme, para no dejarme llevar por las sensaciones que él despertaba en mí.
Pero era difícil. Nicola tenía una manera de arrastrarme hacia él, de romper mis defensas con una facilidad que me aterraba.
—No tienes idea de lo que estás diciendo, —le respondí, forzando mis palabras a salir de mis labios. —No soy tuya.
Mi intento de desafío parecía solo avivar más su deseo. Su agarre en mi cintura se apretó más, y pude sentir la tensión en sus músculos.
—No intentes engañarte a ti misma, —su voz llena de una confianza que me enfurecía y me excitaba al mismo tiempo. —Puedo poseerte, principessa. Y lo haré, una y otra vez, hasta que no quieras a nadie más que a mí.
Mis labios se abrieron para responder, pero las palabras murieron en mi garganta cuando sentí sus labios presionarse contra los míos con una intensidad que me dejó sin aliento.
Era un beso lleno de rabia, de deseo, de una necesidad desesperada que ambos compartíamos pero que no quería admitir del todo.
Mi cuerpo, traicionándome, respondió de inmediato, mis manos se aferraron a su pecho, luchando entre empujarlo o traerlo más cerca. Pero antes de que pudiera decidirlo, él se separó de mi.
—Esto no se ha acabado, —murmuró, sus palabras en mis oídos como una advertencia.
Y sabía que tenía razón.