Nicola
Antes de que pudiera dar el siguiente paso, me lancé hacia adelante, mi mano agarrando su muñeca.
Tiré de ella hacia mí, obligándola a girarse mientras sus ojos se agrandaban con sorpresa.
—¿A dónde crees que vas? —le susurré, mi voz ronca aún por el placer que me acababa de dar.
La arrastré hacia mi escritorio y, con un único movimiento, la levanté y la senté sobre la fría superficie de madera.
Su respiración se aceleró, y vi el cambio en su expresión. Esa mezcla de deseo y desafío en sus ojos que la hacía tan peligrosa y tan malditamente irresistible.
Mis manos se deslizaron por sus muslos, subiendo lentamente por debajo de su vestido mientras ella intentaba mantener la compostura.
Pero su respiración entrecortada y el leve temblor en sus piernas me decían que estaba tan afectada como yo.
Cuando llegué a la fina tela de sus bragas, no dudé. Con un movimiento rápido, las saqué, tirándolas a un lado.
—Esto me lo quedo, —le dije con una sonrisa oscura mientras veía cómo su cuerpo se tensaba por la anticipación.
Abrió la boca, probablemente para soltar alguna réplica, pero no le di la oportunidad a decir nada.
Me arrodillé ante ella, inclinando su cuerpo hacia atrás sobre el escritorio. Sus piernas temblaban mientras mis labios comenzaban a deslizarse por la cara interna de sus muslos.
Comencé suavemente, dejando besos ligeros, casi tortuosos, a lo largo de su piel. Ella intentaba mantener el control, pero sabía que eso no duraría mucho.
Podía sentir su necesidad, la urgencia en cada pequeño jadeo que escapaba de sus labios.
Mis besos fueron subiendo lentamente, mis labios acariciando cada centímetro de su piel suave, hasta que finalmente llegué a su sexo.
Su cuerpo se tensó, y escuché un suave gemido escapar de su boca cuando mi lengua rozó su centro por primera vez.
Sabía exactamente lo que quería y no pensaba detenerme hasta dárselo. Cada movimiento era calculado, cada caricia diseñada para llevarla al borde, para hacerla suplicar por más.
Arqueó la espalda, sus manos buscando desesperadamente algo a lo que agarrarse mientras el placer comenzaba a apoderarse de ella.
Sonreí contra su piel, disfrutando de la manera en que se rendía a mí, de la forma en que sus piernas temblaban mientras me movía contra ella.
Mis manos se deslizaron por debajo de sus muslos, levantándolos suavemente y colocándolos sobre mis hombros.
El movimiento la dejó completamente expuesta, vulnerable ante mí, y eso solo intensificó mi deseo. El control absoluto que tenía sobre su cuerpo me llenaba de una sensación de poder que no podía compararse con nada más.
Arremetí contra ella con mi lengua, metiendo dos dedos, cada movimiento más intenso que el anterior. Sus jadeos y gemidos resonaban en la habitación, sentía cómo su cuerpo reaccionaba a cada embestida, cómo se tensaba y relajaba, atrapada en un ciclo de placer que solo yo podía darle.
Sus piernas se apretaron contra mis hombros, y sus manos encontraron mi cabello, aferrándose a él mientras la llevaba más y más alto.
Sabía que estaba cerca, y eso me impulsó a seguir, a no detenerme hasta verla caer en ese abismo que yo había creado para ella.
El orgasmo la golpeó con tanta fuerza que su cuerpo se arqueó, y un grito suave escapó de sus labios mientras el placer la consumía por completo. Me aseguré de prolongar su liberación, saboreando cada segundo de su rendición.
Cuando todo terminó, levanté la cabeza y la observé guardando en mi mente cada detalle.
Su cuerpo estaba desplomado sobre el escritorio, su pecho subiendo y bajando mientras intentaba recuperar el aliento. Su mirada estaba desenfocada, todavía perdida en el eco del placer que acababa de recibir.
Mis labios aún estaban húmedos por ella y su sabor, y no pude evitar sonreír, sabiendo que había ganado.
Abrió los ojos, y aunque su cuerpo estaba relajado, vi esa chispa de desafío regresar a su mirada. Siempre estaba ahí, esa lucha silenciosa entre nosotros, como si nunca pudiera simplemente entregarse del todo.
—Lo que sea que esté pasando entre nosotros, —comenzó a decir, con la voz aún agitada pero llena de resolución, —no volverá a ocurrir.
Esas palabras cayeron sobre mí como un balde de agua helada. La furia comenzó a crecer en mi interior, una rabia que luchaba por contener mientras las palabras de Valentina resonaban en mi mente. ¿No volvería a ocurrir?
Me puse de pie de inmediato, el sonido de la silla golpeando contra el suelo mientras me acercaba a ella.
No iba a dejar que me abandonara así. No después de cómo había despertado algo en mí que nunca antes había sentido. Mi cuerpo ardía por ella, y la sola idea de que intentara alejarse me volvía loco.
—No —dije con la voz baja, cargada de una mezcla de furia y deseo mientras me erguía frente a ella. La tomé por la cintura y la senté en el borde del escritorio. —No vas a escaparte de esto, principessa.
Mi mano se deslizó hacia su nuca, agarrándola con fuerza mientras inclinaba su cabeza hacia atrás, obligándola a mirarme.
La distancia entre nosotros era mínima, podía sentir el calor de su respiración contra mi rostro, el temblor en su cuerpo en mis manos. Mis ojos estaban clavados en los suyos, desafiándola a que intentara alejarse de mí.
—Despertaste un monstruo en mí, —le susurré, mi voz un gruñido lleno de una intensidad que no podía controlar. —Un maldito monstruo que solo se calma con tu cuerpo, y no voy a permitir que me lo quites ahora.
Vi cómo su expresión cambiaba, pasando del desafío a algo que reconocía como deseo a pesar de lo que acababa de decirme.
Estaba tan perdida en esto como yo, aunque intentara negarlo. Y eso me enfurecía y me excitaba al mismo tiempo.
Apreté mi agarre en su nuca y la besé con una intensidad que bordeaba en lo salvaje. El beso no era suave, no era tierno. Era una batalla, una lucha de poder que ambos estábamos librando con cada roce de nuestras lenguas, con cada mordida que nos dábamos.
No podía pensar en nada más que en ella. En cómo su cuerpo se amoldaba al mío, en cómo respondía a cada movimiento que hacía.
Sentí mi m*****o despertar de nuevo, presionando contra su entrada mientras el deseo se convertía en una necesidad abrumadora.
No podía detenerme, no quería detenerme.
Todo en ella me llamaba, me arrastraba hacia ese abismo del que no podía escapar.
Ella gimió contra mis labios cuando sintió mi dureza contra su intimidad, y eso solo me volvió más loco.
Su cuerpo reaccionaba al mío de una manera que me hacía perder completamente el control, y la humedad que sentía entre sus piernas me terminó romper.
—No quería hacer esto así, —gruñí, separándome de sus labios solo lo suficiente como para hablar.
La giré sobre el escritorio con un movimiento rápido, haciéndola inclinarse sobre la superficie de madera.
Sabíamos que esto era inevitable. Sabíamos que yo había ganado esta batalla.
Levanté su vestido, dejando al descubierto su trasero redondeado y perfecto, y no pude evitar acariciarlo con mis manos antes de darle una palmada tan fuerte que le quedó una marca.
Ella jadeó, un gemido escapando de sus labios, ese sonido de placer me volvió aún más loco, y no pude esperar más.
Me posicioné detrás de ella, y con un solo movimiento, me hundí en su interior.
La sensación fue instantánea, envolvente, como si su cuerpo estuviera hecho para el mío. Valentina arqueó la espalda y dejó escapar un grito ahogado, su cuerpo temblando al sentirme dentro de ella.
Comencé a moverme de inmediato, mis manos aferrándose a sus caderas mientras empujaba contra ella con una fuerza que reflejaba la intensidad de todo lo que sentía.
Ella respondía a cada embestida, su cuerpo entregado completamente al mío mientras sus gemidos llenaban la habitación.
Cada movimiento era una afirmación de lo que éramos juntos: una mezcla peligrosa de deseo, poder y furia. Ella era mía, y en ese momento, no había nada que pudiera separarnos.