Capítulo 19

1333 Words
Nicola El auto arrancó suavemente, alejándose de la mansión, pero mis pensamientos aún estaban atrapados en lo que había sucedido minutos antes con Valentina. Sentía su calor todavía impregnado en mi piel, la presión de su cuerpo contra el mío, el sabor de sus labios en los míos. Había dejado la oficina de manera abrupta, pero cada fibra de mi ser me exigía regresar, arrastrarla lejos de todos y mantenerla a mi lado, sin que nadie más se acercara a ella. La obsesión crecía, y esa maldita mujer tenía la capacidad de mantenerme completamente desquiciado. Estaba tan metido en mis pensamientos que apenas me di cuenta de que Lorenzo me estaba observando a través del retrovisor. Su sonrisa arrogante y despreocupada me sacó de mi ensimismamiento. —La próxima vez que tengas compañía, solo avisa, —dijo con sus ojos fijos en mí a través del espejo. Gruñí, dejando que mi irritación fuera evidente. No tenía paciencia para sus comentarios en ese momento. —Eso no te limitó a molestar, —espeté devolviéndole la mirada. Todavía sentía la furia reprimida en mi pecho, y Lorenzo parecía disfrutar jugando con eso. Sabía que estaba bromeando, pero la tensión en mi cuerpo no me dejaba tolerar su humor como lo hacía normalmente. Saqué mi teléfono, desviando la atención de su mirada. Con un par de toques, accedí a las cámaras de seguridad de la mansión. Valentina ya no estaba en mi oficina, lo que me alivió y frustró a partes iguales. La vi en el patio junto a Bianca, conversando como si nada hubiera sucedido, como si lo que había pasado entre nosotros no fuera a cambiarlo todo. Apreté la mandíbula. Ella podía intentar ignorarlo, pero sabía que lo que habíamos hecho no desaparecería tan fácilmente. No me permitiría perder el control sobre ella. —Me imagino que no estabas con Renata, —habló de nuevo Lorenzo con un tono sugerente, sus palabras interrumpiendo mis pensamientos y obligándome a apartar la mirada del teléfono. Levanté la vista hacia él, frunciendo el ceño. No tenía tiempo ni paciencia para hablar de Renata, y Lorenzo lo sabía. Él sabía exactamente cómo presionar mis botones. —Tienes razón, —respondí secamente, apagando el teléfono y guardándolo en el bolsillo. Sabía que él me estaba estudiando, intentando leer en mi expresión algo que pudiera usar después para fastidiarme, pero no le daría el gusto. —Ahora, ¿qué era tan importante? Dejó de sonreír, y su expresión se volvió seria de inmediato. Ese cambio era un indicio de que las cosas estaban por volverse complicadas. Lo conocía demasiado bien para saber que si él perdía su aire de despreocupación, era porque había algo grave en puerta. —Tenemos un problema en el puerto, —dijo mientras mantenía la vista en la carretera. —Un nuevo cargamento de armas llegó antes de lo previsto, pero uno de los intermediarios intentó vender parte del lote a otro comprador antes de que nosotros llegáramos. Mi mandíbula se tensó de inmediato al escuchar eso. El tráfico de armas era uno de nuestros negocios más lucrativos, y no podía permitirme que un maldito intermediario estúpido pusiera en peligro nuestra operación. Todo funcionaba sobre la base de la lealtad y el control, y cuando alguien rompía esas reglas, las consecuencias debían ser severas. —¿Quién fue? —pregunté en un tono bajo, manteniendo la calma. —Un contacto de nuestra red en Ucrania, —respondió, tomando un desvío hacia el puerto. —Pensaba que podía salirse con la suya vendiendo una parte del arsenal a otra familia en Marsella. Pero lo descubrimos antes de que concretara el trato. Ahora está retenido en uno de nuestros almacenes, esperando a que tú decidas qué hacer con él. Asentí lentamente, sintiendo cómo la ira se acumulaba en mi pecho. Habíamos trabajado demasiado para consolidar nuestra posición en el mercado n***o de armas, y no iba a permitir que un maldito traidor pusiera todo en riesgo. —Bien, —dije con calma, revisando mis armas. —Me encargaré personalmente de que aprenda la lección. Lorenzo giró hacia el puerto, y las luces de la ciudad comenzaron a desvanecerse, dando paso al paisaje oscuro y casi desolado de la zona industrial. Los contenedores se alineaban en filas interminables. Este era nuestro territorio, un lugar donde las transacciones se llevaban a cabo en silencio, lejos de los ojos del mundo. El auto se detuvo frente a uno de los almacenes más grandes. Dos de nuestros hombres estaban parados en la entrada, sus rostros no reflejaban ninguna emoción, se podía ver la tensión en sus cuerpos por la responsabilidad de proteger nuestras operaciones. Me bajé del auto, ajustándome la chaqueta mientras caminaba hacia la entrada. Lorenzo me siguió de cerca, su figura alta y amenazante como una sombra constante a mi lado. —Está adentro, —dijo uno de los guardias, abriendo la puerta para dejarnos pasar. Entramos en el almacén, donde la luz de las bombillas desnudas colgaba del techo. El olor a metal y aceite llenaba el aire, mezclado con la humedad del puerto. Caminé entre las filas de cajas, nuestros pasos resonaban en el suelo de material hasta que llegamos a una pequeña habitación en la parte de atrás, donde dos guardias más custodiaban la puerta. Dentro, el intermediario estaba sentado en una silla, sus manos atadas detrás de su espalda, la cabeza agachada. Estaba herido, pero no lo suficiente como para que no pudiera hablar. Esto era lo que sucedía cuando alguien intentaba traicionar a mi familia. Me acerqué lentamente, observando cómo levantaba la cabeza al escuchar mis pasos. Sus ojos estaban llenos de miedo, y su cuerpo temblaba. —Vople… —murmuró, su voz quebrada por el dolor y la desesperación. —Puedo explicarlo… Lo miré en silencio un momento para dejarlo pensar que tendría la oportunidad de hablar, que habría algo de lo que él dijera que lo salvaría. Pero ya sabía lo que iba a hacer. No había lugar para la traición en nuestro mundo, y mucho menos para la debilidad. —No hay nada que explicar, —dije después de unos segundos, mi voz fría mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. —Rompiste las reglas. Intentaste vender lo que no te pertenece, y ahora, pagarás por eso. El hombre comenzó a temblar más, su respiración acelerándose mientras intentaba articular una palabra. Lorenzo se acercó desde mi izquierda, sacando su arma con movimientos rápidos y decididos. Todo esto era rutina para nosotros. —Por favor, Volpe, puedo arreglarlo, —suplicó el hombre, sus palabras desmoronándose en el aire. No tenía prisa. El control era mío, siempre lo había sido. Observé cómo el miedo se apoderaba de él, cómo cada pequeño temblor en su cuerpo delataba que él sabía lo que estaba por venir. Miré a Lorenzo a mi lado, callado. Le hice un gesto con la cabeza que él comprendió al instante, bajando su arma. Me incliné hacia adelante, apoyando las manos sobre mis rodillas mientras lo miraba fijamente. En este mundo, la traición se pagaba con sangre y dolor. El traidor lo sabía, pero eso no lo hacía menos patético ante mis ojos. —¿Sabes lo que sucede cuando alguien nos traiciona? —pregunté en un tono suave, casi como si estuviera teniendo una conversación casual. Él asintió mirándome con miedo. Me incorporé y caminé lentamente alrededor de la silla. Mis manos rozando la mesa a su lado donde habían algunas herramientas, una navaja de mango n***o destacaba entre ellas. Tomé la navaja, girándola entre mis dedos, observando cómo la luz brillaba en la hoja afilada. El traidor la vio también, y su respiración se aceleró al instante. El sudor le perlaba la frente, gotas gruesas que caían por sus mejillas junto a sus lágrimas, mientras luchaba contra las cuerdas que lo ataban. —Por favor… —balbuceó, su voz apenas un susurro. —Volpe… le juro que no volverá a suceder… no… no fue lo que piensa…
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