Valentina
La descarga fue inmediata, un chasquido fuerte que llenó la habitación, seguido por el grito de dolor entre dientes de Daniel.
Su cuerpo se tensó, los músculos contrayéndose involuntariamente mientras la electricidad recorría su cuerpo.
Su agarre sobre mí se aflojó, y me aparté de él, cayendo hacia un lado, jadeando por aire.
Daniel se tambaleó hacia atrás y tropezó con la mesa ratona en el centro de la sala.
Su cabeza giró, y en ese preciso momento, la parte de atrás de su cráneo se clavó contra una estatuilla de la Torre Eiffel que estaba sobre la mesa en el centro de la sala.
La pequeña estatuilla se hundió en su cabeza con un crujido espantoso, atravesando su cuero cabelludo y hundiéndose en su cráneo, saliendo entre sus cejas.
Pude escuchar el sonido de los huesos partiéndose, la sangre saliendo de los orificios, oscura y espesa, manchando la superficie de la mesa ratona y goteando en el suelo.
Por un segundo, no pude moverme.
Mi respiración se quedó atrapada en mi pecho, el pánico congelando cada músculo de mi cuerpo.
El aire en la habitación era irrespirable. Una mezcla de sangre, metal y miedo impregnaba el ambiente, y de repente, todo se volvió demasiado real.
—Dios mío… —murmuré, mi voz temblorosa.
Ni siquiera sabía si había hablado en voz alta.
Mi cuerpo temblaba, las manos a mi lado cerradas en puños, pero no podía dejar de mirar. No podía apartar la vista del cuerpo sin vida de Daniel, clavado a esa maldita estatuilla.
Bianca había estado inmóvil al principio, tardó unos segundos más en reaccionar. Su rostro palideció por completo, sus labios se entreabrieron, y sin decir una palabra, se giró de golpe y salió corriendo hacia la cocina.
Escuché el sonido de las arcadas antes de que su estómago se vaciara en el lavabo. En otro momento, hubiera vomitado con ella, solo por escuchar el sonido pero ahora...
No podía moverme.
No podía decir nada.
Bianca volvió unos segundos después, con el rostro desencajado, pálido como un fantasma. Sus ojos estaban abiertos de par en par, sus manos temblaban mientras intentaba hablar, pero no salían las palabras.
Se quedó mirándome un segundo, como si esperara que yo dijera algo, que yo rompiera el silencio, pero no pude. Mis labios estaban abiertos, pero el pánico apretaba mi garganta.
Y entonces, ella explotó.
—¡¿Qué mierda pasó?! —gritó, su voz aguda, histérica. —¿Quién carajo deja una estúpida estatuilla de la Torre Eiffel en el medio de la mesa?!
Bianca estaba fuera de sí, caminando de un lado a otro con las manos en la cabeza, como si tratara de sacudirse la imagen de lo que acababa de ver. Sus pasos eran erráticos, y podía ver cómo el terror y la culpa se apoderaban de ella.
—¡No puede ser! —continuó gritando, su voz temblando. —¡Esto es una locura! ¡Es una maldita locura!
Su respiración se volvía cada vez más irregular, casi hiperventilando mientras caminaba por la sala, sin poder quedarse quieta.
Quería decirle algo, cualquier cosa para calmarla, pero las palabras no salían.
—¡Dios, Valentina! —gritó, volviendo a mirarme, esta vez con los ojos llenos de lágrimas. —¡No puedo creer que haya pasado esto! ¡Todo esto es una mierda!
Se acercó a la mesa, mirando el cuerpo inerte de Daniel, la sangre que ahora manchaba todo a su alrededor. Dio un paso atrás, asqueada, y se llevó las manos a la cabeza.
El pánico estaba consumiéndola, y yo no estaba en mejores condiciones.
—¡Mierda! —gritó una vez más, su voz quebrada por la histeria. —¡¿Cómo demonios pasó esto?! ¡Lo único que hice fue usar la taser! ¡No iba a matarlo!
—Tenemos que limpiar esto, —dije en un susurro bajo, sin apartar los ojos del cuerpo.
Ella me miró, con los ojos todavía desorbitados por el pánico, y por un segundo pensé que no había entendido lo que acababa de decirle.
—¿Cómo que... limpiar? —repitió, con la voz llena de incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. —Valentina, está muerto. ¡No es un maldito vaso roto que puedes limpiar!
Apreté los dientes, luchando contra el impulso de gritarle que se calmara.
Mi cabeza aún giraba, pero sabía que teníamos que mantener la compostura. Podríamos cometer un error si nos dejábamos llevar por el pánico.
—Lo sé, B, —respondí con más calma de la que sentía, mientras trataba de apartar la mirada del cuerpo. —Pero no podemos quedarnos aquí, sin hacer nada. Tenemos que deshacernos del cuerpo, esto no fue tu culpa, estabas protegiéndome y el que tropezó mal fue él...
La vi palidecer aún más, mirándome como si me hubiera salido otra cabeza. Llevó una mano a su boca y otra a su estómago, se giró de golpe y salió corriendo hacia la cocina.
El sonido de su vómito sonó por todo el apartamento, acompañado de su llanto, desgarrador y desesperado. Me quedé en la sala, sintiendo cómo mi estómago también se revolvía.
Pero sabía que no podía ceder al miedo, no podía permitirme caer en el mismo ciclo de desesperación en el que Bianca estaba atrapada. Teníamos que hacer algo, y rápido.
Cuando ella regresó, su rostro estaba cubierto de sudor frío, y sus manos aún temblaban cuando se limpió la boca con el dorso de su mano.
Sus ojos, llenos de lágrimas, me miraron como si buscara algún tipo de guía, pero todo lo que podía ofrecerle era la misma incertidumbre que sentía yo.
—Valen... —comenzó, pero su voz se quebró antes de que pudiera terminar la frase.
Sus manos buscaron en su bolso, y sacó su teléfono con dedos torpes, casi dejándolo caer al suelo.
La vi deslizar los dedos sobre la pantalla, y mi corazón se detuvo por un segundo. Sabía lo que estaba pensando hacer, y no podía permitir que lo hiciera.
—Bianca, espera... —dije, tratando de acercarme a ella. —No puedes llamar a nadie. Esto es algo que tenemos que resolver nosotras. No podemos involucrar a nadie más...
Pero era demasiado tarde. Antes de que pudiera detenerla, la llamada ya se había conectado y ella había colocado el altavoz. El sonido del timbre resonó en mi cabeza, y pude escuchar la voz de un hombre al otro lado del teléfono.
—¿Bianca? —dijo una voz, baja y ronca.
Levantó la mirada hacia mí, su rostro aún pálido, pero exhaló pausadamente, como si en ese momento hubiera encontrado algo a lo que aferrarse.
—Lorenzo, necesito ayuda, —dijo rápidamente.
—No puedo ahora, Bianca, —respondió el hombre. —Estoy fuera del país con Nicola. No es el mejor momento. Te llamo...
Pero no lo dejó terminar. Su voz se quebró de nuevo, y vi cómo las lágrimas comenzaban a correr por su rostro mientras respiraba con dificultad.
—¡Lorenzo, maté a alguien! —gritó, su voz llena de histeria.
El silencio al otro lado de la línea fue largo.
Por un segundo, pensé que él había colgado o que la llamada se había perdido, pero luego escuché una respiración, lenta y controlada, una que no necesitaba ver para saber fe quién era.
—¿Qué dijiste? —preguntó una voz baja y incrédula, pero ya no era Lorenzo quien hablaba.
Conocía muy bien esa voz.
—Nicola... Yo lo maté, —repitió en voz baja, su respiración acelerándose de nuevo. —Fue un accidente, pero él... está muerto. Necesito ayuda.
Me quedé allí, mirando cómo todo se desmoronaba a nuestro alrededor.
Sabía que no había vuelta atrás, que el hecho de que Lorenzo y Nicola estuvieran involucrados cambiaría todo.
El mundo del que había intentado escapar estaba ahora más cerca que nunca, y su sombra oscura me cubría, lista para atraparme de nuevo.
Sentí que las paredes del apartamento se cerraban a mi alrededor, y el aire se volvía más difícil de respirar con cada inhalación. Bianca seguía hablando, pero su voz parecía distante, como si yo estuviera a varios metros debajo del agua.
Todo lo que podía pensar era en lo rápido que todo se había ido al infierno.
Y sabía que solo era el comienzo.