Capítulo 23

1349 Words
Valentina Nos sentamos, y el mesero apareció casi al instante para tomar nuestras órdenes. Daniel pidió por los dos sin siquiera mirar el menú, algo que me molestó muchísimo. No porque hubiera elegido mal la comida, sino porque ni siquiera había considerado consultarme. Esa fue la primera bandera roja. —¿Entonces? —preguntó, cruzando los brazos sobre la mesa, inclinando su cuerpo hacia adelante. —¿Qué opinas del lugar? Bonito, ¿verdad? La verdad era que me sentía fuera de lugar. Cada persona en el restaurante parecía más elegante, más preparada para ese tipo de lugar, mientras yo estaba con mis jeans y blusa, recordando su comentario anterior sobre "vestirme mejor". —Sí, es muy bonito, —respondí, agarrando una servilleta y colocándola sobre mis piernas. Durante la cena, Daniel se insinuó todo el tiempo, diciendo comentarios que me hacían sentir cada vez más incómoda. Parecía que no podía mantener una conversación normal sin intentar pasar algún comentario inapropiado. —¿Sabes? —dijo mientras cortaba su carne, su mirada fija en mí. —Deberías usar más vestidos ajustados. Tienes un cuerpo que deberías mostrar más. Segunda bandera roja. Mi mano se tensó alrededor del tenedor, al escucharlo. Forcé una sonrisa, pero no le respondí. Mi paciencia comenzaba a agotarse, pero intenté mantener la calma. Cada vez que intentaba cambiar de tema, él volvía a lo mismo. Sus ojos recorrían mi cuerpo con descaro, como si creyera que su estatus o dinero le dieran el derecho de decir o hacer lo que quisiera sin consecuencias. Me esforcé por ignorarlo, por seguir la conversación lo más cordial posible, pero la incomodidad seguía creciendo con cada palabra que salía de su boca. —En serio, Valentina, —dijo después de limpiarse la boca con la servilleta, —deberíamos hacer esto más seguido. Tú y yo podríamos pasarla muy bien juntos. Puedo mostrarte cosas que... —hizo una pausa, su sonrisa arrogante ensanchándose,—no creo que hayas experimentado antes. Y con esa tercera bandera roja, mi paciencia llegó a su límite. Todo en él me hacía sentir que estaba en una situación de la que necesitaba escapar, y rápido. —Creo que ha sido suficiente por esta noche, Daniel, —dije dejando los cubiertos sobre el plato. —Deberíamos irnos. Pero él no lo entendió. O no quiso entenderlo. Se acercó más a mí, sus dedos casi tocando mi brazo. —No tan rápido, —dijo con una sonrisa que ya no intentaba ocultar lo que quería. —Aún es temprano, y yo pensaba que podríamos... pasarla mejor en otro lugar. Tal vez en tu apartamento. Casi devuelvo la cena sobre él cuando su mano se movió hacia mi muslo bajo la mesa. Me aparté de un golpe, sintiendo cómo la adrenalina corría en mis venas. —Daniel, —le advertí, las palabras apenas saliendo de entre mis dientes, —quita tu mano. Ahora. En lugar de alejarse, su sonrisa solo se hizo más grande, dejando ver su gran dentadura blanca, su mano se mantuvo en su lugar, apretando un poco más. Estaba claro que no tenía intención de detenerse. Levanté la mano y le di un cachetazo que resonó en el lugar. Su rostro se giró hacia un lado por el impacto, y por un breve instante, el restaurante entero pareció quedar en silencio. Podía sentir las miradas de todos a nuestro alrededor. Me miró, incrédulo, con la mano tocándose la mejilla donde lo había golpeado. Su sonrisa arrogante había desaparecido por completo, reemplazada por una expresión de shock. —No vuelvas a acercarte a mí, —dije levantándome de la mesa como un resorte. Sin esperar su respuesta, me di la vuelta y salí disparada del restaurante. Mi corazón latía con fuerza mientras caminaba, casi corriendo, por las calles llenas de personas yendo y viniendo. No podía creer que me hubiera puesto en esa situación, que hubiera permitido que las cosas llegaran tan lejos. "¡Soy una tonta! Si hubiera querido paz y tranquilidad tenía que haberme quedado en casa con Bianca..." Me grité una y otra vez. Saqué mi teléfono del bolsillo mientras seguía caminando, busqué el chat con Bianca antes de escribir. Yo: "Nos vemos en mi casa en 20 minutos. Necesito verte. Es urgente..." Cuando llegué a mi apartamento, lo primero que hice fue tirar la cartera y el teléfono sobre la encimera de la cocina. Mis manos temblaban, y me sentía agotada, física y emocionalmente. La adrenalina aún recorría mi cuerpo, haciendo que mi respiración fuera más acelerada y mi corazón latiera desbocado en mi pecho. Pasé las manos por mi cabello, tirando de él en un intento por liberar algo de la frustración y el enojo que sentía. No podía creer lo que había pasado. Caminé hacia la sala, todavía tratando de calmar mi respiración, cuando el timbre sonó de repente. Pero cuando la abrí, no era Bianca quien estaba allí. Era Daniel. El brillo arrogante en sus ojos había desaparecido por completo, y en su lugar había una mirada oscura, llena de rabia y resentimiento. Mi corazón comenzó a latir más rápido. —¿Qué demonios haces aquí? —pregunté chillando. Avanzó hacia mí caminado, cada paso marcado con agresividad, empujando la puerta de golpe y obligándome a retroceder. Mis pies tropezaron con el borde de la alfombra, pero logré mantenerme en pie, mi mente trabajando a mil por hora, buscando una salida. —No me vas a humillar así, —gruñó, su voz llena de veneno y su rostro estaba desencajado por la rabia. —Crees que puedes golpearme y simplemente salirte con la tuya, ¿eh? Me agarró por el brazo, apretando con tanta fuerza que sentí el dolor dispararse en todos los sentidos por mi cuerpo. —¡Suéltame! —grité, mi voz saliendo más aguda de lo que esperaba. Intenté apartarme, pero su agarre solo se hizo más fuerte. Con un movimiento brusco, me empujó contra la pared, su cuerpo aplastando el mío, dejándome sin espacio para moverme. Pude sentir su respiración caliente y errática en mi cuello, y el miedo se apoderó de mí con una fuerza abrumadora. Mi mente se llenó de imágenes de todo lo que podría pasar en los siguientes segundos, y el terror me paralizó. —Siempre te creíste mejor que los demás, —murmuró, acercando su rostro al mío, su mano deslizándose hacia la parte baja de mi blusa. Sus dedos se aferraron al tejido, y de un tirón, rompió la tela, dejándome casi desnuda. Sentí el pánico en cada rincón de mi cuerpo. Levanté las manos, empujándolo con todas mis fuerzas, pero él era más fuerte, y mi resistencia solo parecía avivar su rabia y tal vez... su lujuria. —¡No! —grité, luchando contra él, pero su otra mano se movió hacia mi cintura, tirando de mí hacia él, intentando aplastar mi cuerpo contra el suyo. Su cabeza bajó hasta mi cuello y comenzó a besarme, mordiendo y succionando, una de sus manos apretando sin piedad mi seno. Mi mente gritaba, mi corazón latía desbocado, y por un segundo pensé que esto no iba a detenerse. Que no habría nadie que pudiera detenerlo. La puerta se abrió de golpe, aunque Daniel estaba ajeno a eso, y el aire en la habitación pareció congelarse en ese instante. Bianca estaba allí, parada en la entrada, su rostro mostrando primero su sorpresa, luego una mezcla de rabia y horror al ver lo que estaba ocurriendo. Hubo un segundo, un instante de silencio en el que todo parecía moverse en camara lenta. La sorpresa me dejó sin aliento, pero vi cómo Bianca reaccionaba rápidamente, su mirada endureciéndose mientras sacaba algo de su bolso. —¡Daniel, suéltala! —gritó, su voz llena de furia mientras sacaba un taser. Daniel no la escuchó. Su mano aún apretaba mi muñeca con fuerza, y cuando Bianca avanzó hacia él, lo vi girar ligeramente el rostro, mirándola con esa misma ira irracional que me había mostrado a mí. Pero Bianca no dudó. Con un movimiento rápido, levantó el taser y apretó el gatillo.
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