Valentina
—Bianca, escúchame bien, —dijo su hermano con su tono calmado, pero autoritario. —Necesitas calmarte y escuchar exactamente lo que voy a decir. Ahora no es momento de entrar en pánico, ¿entiendes?
Ella asintió, aunque sabía que Nicola no podía verla.
Mi cuerpo aún temblaba, y mi mente era un caos. La presión de la situación estaba a punto de hacerme explotar, pero sabía que si yo también me desmoronaba, todo sería peor.
—Primero, ambas deben ponerse guantes. ¿Tienen guantes de látex? —preguntó, y por un momento parecía que nada de esto lo afectaba.
Hablaba con la misma naturalidad que si nos estuviera dando indicaciones sobre cómo cambiar una rueda de un auto.
Bianca asintió de nuevo, pero esta vez habló.
—Sí, ví una caja en el baño, —murmuró.
Estaba al borde de las lágrimas, pero aún así corrió hasta el baño a traer los guantes con el teléfono en mano.
—Bien, —respondió, completamente tranquilo justo cuando Bianca volvía a mi lado. —Ahora, necesitan quitar la estatuilla que está clavada en la cabeza del chico. Háganlo con cuidado. Usen guantes, y por el amor de Dios, no dejen huellas.
Mi cuerpo se congeló apenas escuché sus indicaciones, cuando entendí sus palabras.
El aire pareció desaparecer de mis pulmones, y el latido de mi corazón se volvió tan fuerte que lo escuchaba en mis oídos. Bianca y yo intercambiamos una mirada de confusión, como si ambas hubiéramos escuchado mal.
¿La estatuilla?
—¿Cómo sabes lo de la estatuilla? —pregunté, mi voz tensa y llena de sospecha.
Intenté mantenerme firme, pero la duda y el miedo estaban creciendo dentro de mí a una velocidad alarmante.
Nicola guardó silencio por un breve instante, un lapso que me pareció eterno.
—Ustedes lo dijeron, —respondió con naturalidad, completamente convencido de que así había sido, pero...
Bianca negó con la cabeza, sus ojos aún llenos de lágrimas. Ella no lo había mencionado. Yo tampoco. Ninguna de nosotras le había dicho nada sobre la maldita Torre Eiffel clavada en la cabeza de Daniel.
—¡Eso no es verdad! —insistí, ahora un poco más alto, mi voz temblando con miedo.
Mi mente comenzó a girar en espiral, volviendo al pasado.
El día en la casa de Bianca, cuando Nicola entró en mi habitación... Sabía lo que estaba haciendo antes de que siquiera dijera una palabra. Y ahora esto.
Mierda. Me quedé helada en mi lugar mientras el pensamiento tomaba forma en mi cabeza, haciéndose más claro, más amenazante.
Nicola puso cámaras de seguridad en mi apartamento.
—¡Mierda! —murmuré entre dientes, mis manos temblando se enredaron en mi cabello. "Ese maldito enfermo me está espiando. Todo este tiempo..."
Quería matarlo. Quería arrancarle la cabeza por meterse en mi vida de esta manera, por invadir mi privacidad.
¡No tenía derecho a hacerlo!
Pero ahora no era el momento de lidiar con eso.
Ahora había un cuerpo del que deshacernos.
Bianca me miró con los ojos enrojecidos, pero no dijo nada. Mientras tanto, Nicola siguió hablando, su tono tan metódico y frío que me dio escalofríos.
—Retiren la estatuilla con cuidado, no dejen marcas. Luego limpien toda la sangre. Usen lejía si es necesario. Nadie debe saber que hubo un cuerpo allí. Todo tiene que quedar limpio, ¿entendido?
Sentí náuseas. El hecho de que él hablara con tanta calma, como si esto fuera solo otro día normal para él, me hacía querer gritar.
Nicola vivía en un mundo oscuro, y ahora yo estaba siendo arrastrada aún más hacia él.
—Voy a enviar a dos de mis hombres a tu apartamento, Valentina, —continuó llamándome la atención, de seguro nos estaba mirando en este preciso momento. —Estarán allí en unos minutos para ayudarlas a deshacerse del cuerpo.
—Entendido, —murmuró Bianca con voz baja, pero Nicola la interrumpió.
—Estoy viajando de vuelta, —sus palabras hicieron que mi estómago se retorciera. —Vayan a la mansión cuando todo esté limpio. Quiero que estén allí para cuando llegue.
No estaba pidiendo que fuéramos, estaba exigiendo que lo hiciéramos, como si de alguna manera estuviera poniendo la situación en nuestras manos pero, al mismo tiempo, dejándonos sin elección.
—Nicola, no sé si puedo... —empezó Bianca, pero su voz le falló de nuevo, esta vez por las lágrimas que no podía contener.
—Puedes hacerlo, —dijo, con un tono tan helado que me recorrió un escalofrío. —Y lo harás. No estás sola. Y yo estaré ahí pronto. Ahora, empiecen a limpiar. Ya envié a los hombres.
La llamada se cortó, dejando un silencio denso en la habitación.
—¿Limpiar? —repitió Bianca en un susurro, mientras dejaba el teléfono en su cartera. —¿Cómo demonios se supone que limpiemos esto?
Sabía que Bianca no iba a poder manejarlo. Estaba demasiado afectada, demasiado en shock. No la culpaba, pero eso no cambiaba el hecho de que había trabajo que hacer, y lo tendríamos que hacer antes de que los hombres de Nicola llegaran.
—No tenemos otra opción, —murmuré, intentando mantener la calma, aunque todo dentro de mí gritaba que esto era una locura. —Tenemos que empezar ahora, antes de que lleguen.
Bianca solo me miró con ojos vacíos, como si no comprendiera del todo lo que estaba pasando. No esperé a que respondiera.
El olor a sangre comenzaba a impregnar el ambiente, mezclándose con todas las emociones que flotaban en el aire.
—Vamos, —le dije mientras le pasaba un par de guantes.
Ella los miró como si fueran un objeto extraño, algo que no pertenecía a sus manos.
—No puedo... —susurró, sus palabras entrecortadas. —No puedo hacerlo, Valen...
—Lo sé, amiga, —dije en voz baja, aunque mi propia ansiedad comenzaba a hacerse más evidente. —Pero no tenemos mucho tiempo y no puedo hacerlo sola.
Se levantó haciendo un gran esfuerzo, y cuando se acercó al cuerpo, llegó la primera arcada. Corrió de nuevo a la cocina y vomitó con fuerza.
Intenté no escuchar, intenté bloquear todo excepto la tarea que tenía por delante. Tenía que centrarme en eso.
Comencé a trabajar. Me puse los guantes y, con mucho cuidado, retiré la estatuilla de la cabeza de Daniel.
El sonido fue espantoso, un crujido horrible que me hizo temblar, pero tenía que seguir. La sangre chorreó por la herida, más espesa que antes.
Tuve que apartar la mirada por un segundo, el nudo en mi garganta amenazando con hacerme perder el control.
Bianca volvió, su rostro blanco como una sábana. Sus ojos seguían vacíos, pero esta vez no dijo nada. Me acerqué a ella, intentando mantener mi compostura.
—Necesitamos limpiar la sangre, —mantuve mi voz lo más firme posible. No sabía si ella podría ayudarme o no, pero teníamos que hacerlo y ya.
—Claro, limpiar, —respondió, pero su tono era distante. —Porque esto es lo que hacemos, ¿no? Limpiar cuerpos y sangre como si fuera una jodida tarea de la universidad.
Su risa fue nerviosa y amarga, histérica.
No la culpaba. Yo también me sentía al borde de perder el control, pero la única manera de mantenerme cuerda era seguir moviéndome.
—No sé si he limpiado tanta sangre en mi vida, —murmuré mientras me inclinaba sobre el suelo, frotando la mancha roja con todas mis fuerzas. —Y definitivamente no lo había hecho con un cadáver en el medio de la sala.
Bianca soltó otra carcajada, pero esta vez fue más amarga, su voz quebrándose mientras me miraba con incredulidad.
—Claro, porque esto es lo que soñamos cuando somos niñas, ¿no? —dijo entre risas nerviosas. —Joder, Valen, ¿quién demonios deja una Torre Eiffel en una mesa ratona?
Me mordí el labio para no responder, sabiendo que no había respuestas racionales para nada de esto. Todo era una locura, un maldito desastre.
—Supongo que hay una primera vez para todo, —dije con una sonrisa forzada, intentando añadir algo de normalidad a la situación, aunque la realidad era que estaba al borde de romperme.
—La próxima vez... que compre souvenirs... —dijo entrecortada, fregando el piso. —Recordaré que la Torre Eiffel no es tan inofensiva después de todo.
Solté una risa nerviosa, y las dos nos quedamos allí, en el suelo, temblando, sin saber qué más hacer.
Los minutos pasaron en silencio, hasta que finalmente escuchamos los golpes en la puerta.
Los hombres de Nicola habían llegado.