Nicola
Frente a mí, tres hombres discutían con calma medida sobre las rutas de la próxima entrega.
Había visto esa mirada muchas veces en mi vida, y sabía leer perfectamente cuándo alguien estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario por el negocio. Así que los escuchaba con atención, mientras Lorenzo estaba a mi lado, revisando documentos, una rutina que habíamos repetido miles de veces.
Estábamos discutiendo un negocio importante con una red de tráfico internacional, hombres con conexiones en países de los que ni siquiera podía hablarse en voz alta.
Y aunque mi rostro se mantenía inmutable, mi mente ya estaba dos pasos adelante, calculando cada posible riesgo, cada movimiento en el tablero. No era un negocio pequeño, y no podía permitirme distracciones.
Entonces, el sonido del teléfono de Lorenzo rompió la discusión.
Mi primera reacción fue ignorarlo.
Pero cuando vi que Lorenzo revisaba la pantalla y su rostro se tensaba por un breve segundo, supe que algo no estaba bien. Mi instinto me advirtió que prestara atención.
—Bianca... —murmuró Lorenzo, mirando el teléfono. Solo escuchar su nombre activó todas mis alarmas.
Mi mandíbula se apretó de inmediato, y una sensación de inquietud comenzó a trepar por mi espalda.
Algo estaba mal. No había ninguna razón para que Bianca llamara a Lorenzo.
Mi mente pensando en las posibles razones por las que mi hermana estaría llamando a mi mano derecha y no a mí.
Me levanté de la mesa, calmado por fuera, pero con una tormenta interna que comenzaba a formarse.
Les pedí a los hombres que nos dieran espacio, una petición que no necesitaba mucha explicación.
Mientras me apartaba de la mesa, activé el pequeño dispositivo en mi bolsillo. El escáner emitió una luz tenue y suave, mientras barría la habitación en busca de posibles micrófonos o cámaras ocultas. Lo había usado antes de comenzar la reunión, pero necesitaba confirmarlo.
Siempre había una posibilidad de que alguien estuviera escuchando, y yo no corría riesgos. No cuando se trataba de mi hermana.
El dispositivo no detectó nada, lo cual me calmó un poco, pero no lo suficiente.
Miré la pantalla del teléfono mientras Bianca seguía hablando con Lorenzo. Mi sangre se aceleró cuando pude captar retazos de lo que estaba diciendo, su voz ahogada por el miedo.
—¡Lorenzo, maté a alguien!
Mierda.
Mi mente comprendía lo que estaba diciendo, pero el nudo en mi pecho no me dejaba pensar con claridad. ¿Cómo demonios había terminado en esta situación?
No tenía todos los detalles aún, pero sabía que, fuera lo que fuera, era grave.
Prendí mi celular y abrí la aplicación de videovigilancia. El sudor comenzaba a acumularse en mi nuca mientras cargaba las imágenes de las cámaras que había instalado en el apartamento de Valentina.
Era algo que había hecho sin que ella lo supiera, para poder controlar su vida, saber más sobre ella, para poder verla siempre que quisiera, pero nunca imaginé que lo necesitaría en un momento como este.
Las imágenes aparecieron en la pantalla, y lo primero que vi me dejó helado. Valentina y Bianca estaban en la sala de su apartamento, de pie, con la mirada perdida.
Y justo en el centro, el cuerpo de un hombre, tirado boca arriba, con una estatuilla de la Torre Eiffel clavada en su maldita cabeza.
El sonido de mi propia respiración se volvió más pesado. Cerré los ojos por un segundo, intentando mantener la calma.
No podía perder la compostura ahora. Sabía cómo manejar estas cosas. Sabía cómo borrar rastros, cómo deshacerme de un cuerpo sin dejar huella, pero el hecho de que involucrara a Bianca y a Valentina lo hacía todo más personal.
Después de mencionar cómo debían actuar, me di cuenta de mi error. Hubo un silencio en la línea, y entonces escuché a Valentina hablar por primera vez desde que la llamada se había conectado.
—¿Cómo sabes lo de la estatuilla? —preguntó, su voz tensa, cargada de una mezcla de sorpresa y... ¿miedo?
Mi mandíbula se apretó. No tenía intención de explicarle cómo lo sabía, pero su pregunta me sacó de mi control por un segundo.
Maldita sea.
Sabía que este momento llegaría tarde o temprano, que ella descubriría lo que había hecho. Pero ahora no había tiempo para explicaciones.
Corté la llamada y miré la pantalla del teléfono por unos segundos más, viendo cómo las chicas se movían torpemente por el apartamento, luchando por limpiar el desastre.
Me giré hacia Lorenzo, que seguía en silencio, expectante.
—Prepara el jet privado, —le dije, sin necesidad de más explicaciones. —Nos vamos en cuanto esté listo.
—Entendido, jefe, —respondió, antes de salir de la sala para hacer las llamadas.
Me quedé solo, por uno momento. Sabía que estaba dejando un negocio importante sobre la mesa, algo que mi padre nunca hubiera aprobado, pero a la mierda con eso.
La familia era lo primero, siempre lo había sido.
Y, aunque no podía negar que mi hermana era una de las razones por las que estaba abandonando esta reunión, mi prioridad real era Valentina.
Ella era el caos que me consumía.
Cada vez que pensaba en ella, cada vez que la imaginaba en mi mente, era como una tormenta que no podía controlar.
Valentina me tenía jodido de todas las maneras posibles, y aunque lo sabía, no había forma de negarlo o apagarlo.
Justo cuando estaba por salir detrás de Lorenzo, la puerta de la sala se abrió, y el consigliere de mi padre, Alessandro Russo, entró con su acostumbrada calma, esa que a veces me resultaba irritante.
Él era un hombre calculador, alguien que había estado a la sombra de mi padre desde que tengo memoria. Su presencia siempre imponía, no por su físico, sino por la forma en que controlaba el espacio con solo su mirada.
Era la clase de hombre que siempre estaba observando, esperando, y sabiendo más de lo que jamás diría.
—Nicola, —dijo, inclinando ligeramente la cabeza en señal de saludo. —Escuché que te retiras de la reunión.
—Tengo otros asuntos que atender, —respondí, directo, sin querer perder tiempo en rodeos.
—Sabes bien que no es recomendable dejar una reunión tan importante como si nada, —dijo con suavidad, su tono casi paternal, pero cargado de juicio.
Le sostuve la mirada, mi paciencia al borde del límite. Sabía que Alessandro tenía razón en términos de negocios, pero no me importaba. No esta vez.
—La familia es lo primero, —respondí, mi voz firme, dejando claro que no había espacio para discusión.
Alessandro me observó en silencio por unos segundos, su mirada evaluando cada palabra, cada movimiento. Era evidente que no estaba de acuerdo, pero no iba a decirlo en voz alta.
—Serás un buen yerno, Nicola, —dijo, con una tranquilidad irritante. —Tendrás tu lugar como nuestro Don en poco tiempo. Tu padre ha hecho un gran trabajo preparándote para esto.
El simple hecho de que se refiriera a mí como "yerno" hizo que la rabia que ya estaba acumulada en mi interior creciera aún más.
No quería nada con su hija.
Nada con ninguna mujer que no fuera Valentina.
Alessandro y mi padre, desde mi compromiso fallido con Claudia, habían insinuado la idea de un matrimonio de conveniencia entre su hija y yo, pero nunca lo acepté ni lo aceptaría.
Renata era simplemente un peón en un juego más grande, y yo ya no jugaba según las reglas de mi padre.
Mi mundo giraba en torno a otra mujer ahora, aunque no lo dijera abiertamente.
—¿Qué haces aquí, Alessandro? —pregunté bruscamente, cambiando de tema, queriendo poner fin a la conversación.
—Estoy haciendo encargos para tu padre, —respondió encogiéndose de hombros. —Él me pidió que vigilara de cerca el desarrollo de esta reunión. Ya sabes cómo es tu padre. No le gusta dejar cabos sueltos.
Apreté los puños ligeramente, sin dejar de mirarlo.
—Dile a mi padre que esta entrega se resolverá, —respondí con frialdad.
—Como digas, Nicola. —Su tono fue tan condescendiente que casi me irritó aún más.
En lugar de responder, simplemente giré sobre mis talones y me dirigí hacia la salida.
Sabía que, aunque el negocio fuera importante, cuando se trataba de mi hermana, o de Valentina, no había nada que me hiciera cambiar de opinión.
El caos giraba a su alrededor, y yo estaba dispuesto a quemar el mundo para protegerla.