Valentina
Nicola se había ido de la universidad, nos dejó a Bianca y a mí con un sabor amargo en la boca.
No podía evitar sentir ese nudo en el estómago, una mezcla de frustración y miedo.
Nos habíamos sentado en la cafetería, ambas con nuestras bandejas de comida frente a nosotras, pero ninguna de las dos había tocado nada.
—No puedo creer lo que dijo... —susurró, rompiendo finalmente el silencio, pero su voz apenas era audible.
Vi cómo jugaba con su tenedor, empujando los trozos de ensalada de un lado a otro, sin siquiera pensar en comer.
Las chicas que habían molestado a Bianca hace meses ahora estaban actuando como si fueran nuestras mejores amigas.
Era obvio lo que querían.
Querían acercarse a Nicola, no a Bianca. La hipocresía en sus sonrisas falsas y comentarios superficiales eran tan evidentes que resultaba insultante.
—¿Por qué usas el apellido de tu madre aquí?
Eso me había intrigado desde que había conocido a su familia. Sabía que ella era una Moretti, pero aquí, en la universidad, estaba registrada como Russo. Algo no cuadraba, y aunque siempre había respetado su privacidad, no podía evitar sentir curiosidad.
Bianca dejó caer el tenedor en la bandeja, su mano pasando por su rostro mientras soltaba un suspiro.
—Toda mi educación la recibí en casa, con profesores privados... —comenzó a decir en voz baja. —Le rogué a mi padre que me dejara venir a la universidad, quería salir de esa casa.
La miré, sintiendo una punzada de empatía. Podía entenderla, en cierto sentido.
—Pero todos conocen a mi familia, —continuó, levantando la vista para mirarme. —Todos saben quiénes son...
Su voz se apagó al final de la frase, como si no pudiera continuar. No hizo falta que lo explicara.
La reputación de los Moretti, su poder, su influencia en todo Palermo y más allá... todos sabían lo que eso significaba. O eso creía.
—Son muy ricos... —dije, aunque sabía que eso era solo la superficie. —Entiendo que no querías que abusaran de ti.
Coloqué mi mano sobre la suya, en un intento de consolarla. Sus ojos se desviaron hacia nuestras manos, y luego me miró con una tristeza que me desgarró.
—Valen... Es más complicado que eso... Mi familia...
Vi la lucha en su rostro, la batalla interna entre contarme más o seguir manteniendo sus secretos. Pero antes de que pudiera seguir hablando, una voz interrumpió el momento.
—Hola chicas, —dijo Marena mientras sonreía, pero detrás de esa sonrisa había algo falso que no lograba ocultar. Nos giramos a mirarla. —Mañana vamos a ir a comprar los vestidos para la gala, ¿quieren ir con nosotras?
Ay dios mío, prefería a estas chicas cuando nos odiaban.
Bianca, sin embargo, ya estaba al límite.
—Valen y yo ya los tenemos, —respondió con una frialdad en su voz que me sorprendió.
—Pero... —intentó decir Marena con los labios medio abiertos como si fuera a protestar. Pero mi amiga no le dio la oportunidad.
—Pero nada. No soy tonta, —Bianca se paró y la señaló con un dedo. —Ustedes ya tienen lo que querían. Ahora desaparece de mi vista.
Marena dió un paso atrás antes de volverse por dónde vino. Bianca no apartó la mirada de ella hasta que desapareció por el corredor.
—Son insufribles, —murmuró mientras se sentaba otra vez.
—Woow, ¿dónde está mi amiga y qué hiciste con ella? —no pude evitar bromear, sonriendo de verdad por primera vez en todo el día.
Esta nueva faceta de Bianca, aunque sorprendente, me gustaba.
—Ya lo ves, ahora seré una Moretti reconocida, —se encogió de hombros, aunque pude ver la tristeza en sus ojos, —mi hermano no permitirá que siga usando el apellido de mi madre...
—Si, Nicola puede ser...
—Sé que te dije que no te involucraras con él, pero creo que lo hice tarde... —su suspiro pesado me hizo borrar la sonrisa de la cara. —Ahora serás su prometida...
—¡Oye espera! —Grité levantando las manos para detenerla. —Esa mentira que dijo tu hermano me meterá en un montón de problemas. Yo no estoy comprometida con...
—Lo sé, Valen, —respondió exhalando con lentitud, —me da miedo, ¿entiendes? Nicola no es un hombre que diga las cosas solo por que sí. Si te declaró su prometida es porque te quiere. Y si de verdad lo hace sé que te va a proteger hasta la muerte...
—Yo realmente no puedo. Tengo mis propios compromisos que son manejados por mis padres. Si ellos se enteran... —no quería pensar en eso. Papá me mataría.
—Valen, ¿entiendes que no tienes escapatoria de Nicola? —Bianca me miró con una mezcla de empatía y resignación, y yo me sentí desfalleciendo con su pregunta.
—¿Qué hay de Renata? —Mi voz sonó más desafiante de lo que pretendía, cruzando los brazos como si con ese gesto pudiera defenderme de lo que sentía.
—Ella no es nadie, Valen —dijo apartando la bandeja frente a ella, empujándola a un lado, y luego tomó mis manos, forzándome a detener el nervioso tamborileo que había estado haciendo sobre la mesa. —Es solo la hija adoptiva de mi tío. Mira... —siguió hablando, apretando suavemente mis manos, como si intentara que me concentrara en lo que iba a decir. —Una vez papá intentó un matrimonio arreglado para Nicola...
—¿Qué? —No podía creer lo que estaba oyendo.
—Sí, justo el día del accidente que lo dejó encerrado en su habitación, —continuó, agitando la mano como si quisiera que me enfocara en lo importante y no en los detalles. —El tema es que, después de eso, papá le dijo que era libre de casarse con quién él quisiera, que, siempre y cuando fuera italiana, él no se opondría.
Sentí que la sangre se me congelaba en las venas, y un frío desagradable se apoderó de mi pecho. Nicola tenía carta blanca para casarse con quien quisiera. Eso significaba que, en cierto sentido, no había barreras. Si él me quería a mí... no había nada que lo detuviera.
Excepto yo.
Me recosté hacia atrás en la silla, sintiendo que todo mi cuerpo se tensaba al mismo tiempo. No quería ser una marioneta en su juego, no quería ser solo otra pieza más en su vida controlada.
Sí, me gustaba Nicola, más de lo que estaba dispuesta a admitir en voz alta, y lo que él me hacía sentir no lo había sentido nunca con nadie más. Pero... la idea de ser arrastrada a su mundo, de convertirme en alguien controlada por él y su familia... eso me asfixiaba.
—Pero... los rumores... —dije en voz baja, como si necesitara aferrarme a algo... Aunque fuera mentira.
—Es solo eso, rumores, —dijo con desdén. —Rumores que, de seguro, inventó ella misma.
Sentí que mi mente estaba a punto de explotar. Era demasiada información de golpe, demasiadas verdades que no sabía cómo manejar.
—Si alguna vez aceptas a mi hermano... —dijo en un tono más suave, haciendo que mis ojos la encontraran, —entonces hablaremos de mi familia.
Antes de que pudiera responderle, se levantó de la mesa, recogiendo su bandeja, y me dejó allí sola.
¿Qué acaba de ocurrir?
Volví a clases más tarde, pero mi mente seguía en otra parte.
Lo único que me tranquilizó, en parte, fue que nadie había notado la ausencia de Daniel. Era normal que faltara uno que otro día a clases, así que, por ahora, no tenía que preocuparme por eso. Al menos, no todavía.
Pero lo que sí me preocupaba era el hecho de que Bianca me estaba esquivando. Ella nunca lo hacía.
Llegué a mi apartamento, mi cabeza estaba llena de pensamientos caóticos, tanto que ni siquiera estaba prestando atención a lo que hacía.
Marcaba el número de mi amiga mientras abría la puerta distraída, empujándola con el pie, el teléfono pegado a mi oreja, pero algo me detuvo en seco.
—Hasta que vuelves, principessa.
Mi cuerpo reaccionó antes de que mi mente pudiera comprenderlo. Di un brinco del susto, mi teléfono se me resbaló de las manos, las llaves volaron por el aire y el corazón me dio un vuelco. Apenas tuve tiempo de agarrar el teléfono antes de que cayera al suelo, pero las llaves no se salvaron.
—¿Qué haces aquí?
—Tenemos asuntos pendientes... —dijo poniéndose de pie con una calma inquietante.
Desprendió su cinturón y con un movimiento lento y deliberado, me hizo una seña con el dedo, indicándome que me acercara.
El mensaje estaba claro: no había opción.
—Yo... —tartamudeé tragando saliva, —mejor me baño primero...
Me giré rápidamente, intentando evitar el contacto, tratando de ganar algo de tiempo.
Pero no llegué muy lejos.
Antes de que pudiera dar un paso hacia mi habitación, sentí el calor de su cuerpo pegándose al mío. Sus brazos me rodearon por detrás, su pecho apretándose contra mi espalda, y el mundo pareció detenerse por un segundo.
—Te dije que no iba a parar...