Nicola
—No hables, —gruñí, mis labios bajando hacia su cuello.
Su cuerpo temblaba bajo mis manos, su respiración se aceleraba, y eso solo me hacía desearla más.
Mis labios se movían por su cuello, saboreando el calor de su piel, pero entonces algo me detuvo en seco.
Un moretón oscuro, un visible contraste en la palidez de su piel, que se asomaba justo donde mis labios estaban a punto de besar. El rastro evidente de otra mano, de otros labios, de alguien que no era yo.
—Por suerte para él, está muerto, —murmuré contra su piel.
Valentina se estremeció en mis brazos, pero está vez no era por placer, y ese simple gesto me volvió loco. No por el poder que ejercía sobre ella, sino porque no quería que me temiera.
—Yo hubiera disfrutado sacarle la piel mientras aún respiraba, —gruñí, las palabras saliendo con una brutalidad que no pude contener.
Sabía que no debía decirlo, que no debía mostrarle ese lado de mí, pero no podía evitarlo. El simple hecho de que alguien la hubiera tocado de esa manera, de que alguien hubiera dejado una marca en su piel, me consumía.
Ella sabía que hablaba en serio, sabía que, si ese bastardo no hubiera muerto, yo lo habría cazado y destrozado con mis propias manos.
Había una parte de mí que deseaba haber estado allí, deseaba haber sentido su sangre en mis dedos.
—No tengas miedo, —murmuré, mis labios rozando su oído. —A ti jamás te haré daño, principessa, no de esa manera...
Valentina levantó la mirada lentamente, mirándome por debajo de las pestañas, y cuando sus ojos se encontraron con los míos, pude ver el pánico en su mirada, pero también algo más.
Algo que me enloquecía. Sabía que yo era capaz de hacer cualquier cosa, pero no podía decidir si eso la aterraba o la excitaba... Probablemente ambas.
—No me mires así... —murmuré entre dientes, mi voz ronca por la mezcla de deseo y rabia que sentía por ella.
No había terminado de hablar cuando mi boca chocó contra la suya, un beso urgente, salvaje, sin dejar espacio para el aire.
El calor de su cuerpo contra el mío era adictivo, y mi mano, sin pensarlo, se deslizó debajo de su blusa. Su piel suave, caliente bajo mis dedos, hizo que un gruñido se escapara de mis labios. Ese simple contacto me hacía perder la razón.
Ella gimió contra mi boca, pero no se apartó, sus dedos aferrándose a mi camisa, como si estuviera decidiendo entre detenerme o rendirse por completo a lo que sentía.
Yo, por mi parte, ya no tenía control. No podía detenerme, no podía dejar de tocarla.
Mis dedos se deslizaron lentamente por su espalda, explorando cada centímetro de su piel, haciendo que mi propio deseo creciera, un fuego que ardía con más fuerza a cada segundo.
—Eres mía, —dije entre besos, mi voz ronca y cargada de deseo y posesividad. —Solo mía.
Ella apartó sus labios de los míos, apenas un milímetro, lo suficiente como para que pudiera sentir su respiración temblorosa. Y antes de que pudiera entender lo que estaba pasando, se separó un poco más, el calor de su cuerpo alejándose del mío.
—Por favor, Nicola, para... —susurró, una súplica apenas perceptible.
El mundo pareció detenerse por un momento, el calor y la urgencia que había sentido segundos antes se desvanecieron tan rápido como habían llegado.
Mi corazón se apretó dolorosamente, al oírla pedirme que parara. No era el miedo lo que había en su voz, lo sabía, pero aún así... el hecho de que me lo pidiera, de que me suplicara detenerme, me destrozó de una manera que no esperaba.
Mis manos se detuvieron de inmediato. Me alejé un poco, lo suficiente como para que nuestros cuerpos ya no estuvieran pegados. ¿Le había hecho daño?
—Valen... —intenté hablar, mi voz controlada, aunque dentro de mí sentía el caos de mil emociones mezclándose.
Antes de que pudiera decir algo más, ella levantó su mano, y un dedo se posó en mis labios, me silenció.
Mi respiración se hizo más pesada, mientras los latidos de mi corazón seguían golpeando fuerte en mis oídos, pero el contacto suave hizo que una parte de esa tormenta interna se calmara.
—Podemos terminarlo más tarde, —susurró con lujuria, y sus ojos, esos malditos ojos que siempre me desafiaban, brillaban con una intensidad que me hizo sentir que aún no todo estaba perdido.
Sentí un escalofrío recorrerme, no de miedo ni de rabia, sino de puro deseo, ese deseo que siempre estaba ahí, presente entre nosotros, y que a veces ella lograba controlar mejor que yo.
Se paró sobre la punta de sus pies y me dio un beso suave, sus labios atraparon el mío con una sensualidad que me dejó paralizado.
Chupó mi labio inferior, despacio, sus ojos fijos en los míos, enviando un mensaje claro y potente que hizo que mi cuerpo entero se tensara de nuevo. Sentí su lengua deslizarse antes de apartarse, dejando mi mente en blanco por unos segundos.
—Más tarde, —repitió como una promesa.
Ella no estaba diciendo que no. No estaba rechazándome. Solo... me estaba pidiendo que esperara.
Apreté los dientes y cerré los ojos por un momento, controlando el deseo que aún ardía dentro de mí, ese fuego que nunca se apagaba cuando estaba cerca de ella.
Sabía que, si seguía presionando, perdería la oportunidad de tenerla por las buenas. Y eso era algo que no podía permitir. No ahora. No nunca.
—Está bien, —dije, tomando su mano en la mía y besándola. —Pero más tarde... no habrá nada que me haga parar.
Me sonrió con picardía antes de que ambos saliéramos de la oficina del rector.
Cuando salimos al pasillo, ví a Bianca esperándonos, estaba nerviosa, y había tres chicas más a su alrededor, todas con caras de curiosidad.
Tal parecía que mi hermana quería desaparecer en ese mismo momento, pero estaba atrapada: la atención de sus amigas y, ahora, la mía. Sabía que odiaba estar en el centro de la atención, y esto no era la excepción.
—¿Qué está pasando aquí? —pregunté, mi voz cortante mientras mis ojos barrían el grupo de chicas frente a nosotros.
Una de las chicas dio un paso adelante. Su expresión cambió un poco, como si estuviera midiendo cómo hablarme, pero no del todo intimidada.
Claramente no entendía en qué terreno estaba entrando.
—Vinimos a ver qué le había pasado a nuestra amiga, —dijo, parándose firme. —Bianca nunca se mete en problemas, y...
—Mi hermana no está en problemas, —contesté con frialdad.
Los ojos de las chicas se abrieron como platos, sin creer lo que les estaba diciendo.
—¿Her… hermano? —preguntó una de ellas, sorprendida.
Rodé los ojos internamente. Por supuesto que no sabían. Bianca estaba usando el apellido de nuestra madre, tal vez porque no quería vivir bajo la expectativa de ser una Moretti.
Pero eso, al parecer, estaba a punto de cambiar.
—Sí, soy su hermano, —dije con calma, pero mi tono seguía cargado de autoridad. —Así que, —continué mientras ponía una mano en la cintura de Valentina, acercándola un poco más hacia mí, —caminen que están estorbando.
El gesto no pasó desapercibido. Vi cómo las miradas de las chicas se clavaban en Valentina con celos mal disimulados. La forma en que la miraban me irritó de inmediato.
—Bueno, pero es que justo ella nos estaba haciendo la invitación formal para la fiesta del viernes, —dijo, su voz impregnada de una falsa inocencia que me hizo poner los ojos en blanco.
—Si mi hermana ya lo decidió, entonces... —comencé, pero las malditas chicas no me dejaban terminar una frase.
Otra de ellas me interrumpió con un tono que intentaba ser seductor, pero solo consiguió aumentar mi irritación.
—Entonces... necesitamos las invitaciones formales, señor Moretti, —dijo, y sus ojos brillaban de una manera que me dejó claro qué tipo de atención estaba buscando.
Ridícula.
"Mio Dio dammi pazienza", pensé, pero no dije nada.
Saqué unas invitaciones del bolsillo interno de mi chaqueta. Sabía que estas chicas no eran más que una molestia insignificante, pero la manera en que se comportaban estaba desgastando mi ya limitada paciencia. Así qué en mi mente ya se estaba formando un plan para que dejarán de molestar.
—Aquí tienen, —dije, entregándoles las invitaciones.
Si querían su fiesta, ahí estaba, después de ese día, no molestarían más a ninguna de mis mujeres.