Valentina
—Te dije que no iba a parar, —susurró en mi oído, su aliento caliente rozando mi piel, y el temblor que me recorrió fue casi involuntario.
Mi cuerpo ya estaba respondiendo a él, traicionándome. Sentí la humedad crecer entre mis piernas, como una señal de que, por mucho que mi mente quisiera escapar, mi cuerpo estaba más que listo para lo que él planeaba hacerme.
—Ven aquí, —ordenó suavemente, sin dejar de susurrar en mi oído.
Me llevó hacia el sofá, su mano guiándome mientras yo trataba de mantenerme en pie. Mi respiración se aceleraba, mis manos temblaban, pero no era solo por el miedo.
Sabía que lo que había hecho; huir de él, solo lo había enfurecido más, y que ahora me enfrentaría a las consecuencias de haberlo desafiado.
Parte de mí lo temía, pero otra parte, una que no quería admitir, lo esperaba.
—Nicola, —intenté protestar, pero mi voz sonó más débil de lo que pretendía.
Me dejó caer suavemente en el sofá, sus movimientos delicados y controlados. Se arrodilló frente a mí, y aunque mi cuerpo quería moverse, escapar de esa sensación, no lo hice.
—Has jugado conmigo todo el día, —dijo, su voz baja mientras me miraba con esos ojos, que parecían devorarme entera. —Y ahora, principessa, es mi turno.
Su mano subió lentamente por mis piernas, apenas rozándolas, pero el contacto fue suficiente para hacerme temblar.
Cuando sus manos llegaron a la cintura de mi pantalón, lo desprendió con agilidad, sin apartar su mirada de la mía. Apenas levantó mis caderas, ayudándome a sacarlos junto a mi ropa interior. Dos minutos después ya estaba sacándome la blusa para dejarme completamente desnuda.
—Esto no es un juego, —susurró, acercando su rostro al mío. —Eres mía, y voy a recordártelo.
Mi cuerpo se tensó, y cuando creía que ya no podía soportar más la anticipación, vi cómo sacaba algo detrás de él.
Una barra de metal.
El aire pareció congelarse en mis pulmones. Sabía lo que era, y sabía lo que significaba. Esa barra simbolizaba la rendición completa a él. A su control.
—Nicola... por favor, —susurré, pero mi voz se quebró antes de que pudiera terminar la frase.
No estaba segura de si lo decía para detenerlo o para alentarlo.
Él no respondió.
Ajustó los grilletes con precisión en mis tobillos, asegurándose de que no hubiera manera de moverme.
Intenté tirar de mis piernas, desesperada por resistirme, pero el metal se mantuvo firme, obligando a mis piernas a estar separadas, abiertas, completamente inmóviles.
Se movió hacia mis muñecas con la misma calma, sujetando mis manos frente a mí, inmovilizándolas en la barra.
Y en ese momento, comprendí lo que realmente significaba estar a su merced.
Nicola no solo quería controlarme, quería mi entrega completa, y sabía que, en el fondo, parte de mí ya se había rendido.
—No te muevas, principessa, —ordenó mientras sus dedos recorrían desde la barra hasta mi piel caliente.
Se paró frente a mí, observándome como si estuviera evaluando cada centímetro de mi cuerpo, pero sin hacer nada. Su mirada era suficiente para hacer que mi corazón latiera más rápido.
—¿Te gusta desobedecerme? —preguntó con voz baja y suave, pero con un tono afilado debajo.
La calma antes de la tormenta, y lo sabía. Ambos lo sabíamos.
Tragué saliva, intentando mantener la compostura, pero mi cuerpo me traicionaba.
El hecho de que él ni siquiera necesitara tocarme para hacerme sentir tan pequeña, tan vulnerable, era lo más desconcertante.
—No tienes el lujo de moverte, pero te aseguro, principessa, que eso no significa que no puedas sentir.
Mis muñecas dolían ligeramente por la presión de los grilletes, se inclinó hasta que su rostro estuvo lo suficientemente cerca del mío como para que pudiera sentir su respiración.
Su cercanía era más asfixiante que cualquier contacto físico.
Me estaba obligando a concentrarme en él, a no poder pensar en nada más que en lo que vendría después.
—¿Lo entiendes ahora? —susurró, con una sonrisa apenas perceptible en sus labios. —Esto es un castigo, principessa.
Se paseó alrededor de mí, observándome desde diferentes ángulos, sin hacer ni un solo movimiento para acercarse de más.
—Mírate, —murmuró, con un tono casi de burla. —Tú, siempre tan desafiante... pero aquí estás, sin poder hacer nada más que esperar.
Cada segundo que pasaba bajo su mirada hacía que mi piel se estremeciera, como si sus ojos y sus palabras pudieran tocarme más de lo que podrían sus manos. Sabía que no estaba jugando solo con mi cuerpo, sino con mi mente.
—Te prometo una cosa, —dijo acercándose de nuevo, inclinándose sobre mí, su sombra cubriendo mi cuerpo inmovilizado. —Nunca vas a volver a desobedecerme. Porque la próxima vez... no seré tan generoso.
Mis músculos se tensaron involuntariamente. No era solo lo que decía, sino cómo lo decía.
—No olvides esto: cuando decidas desobedecerme de nuevo, te haré rogar. Y cuando eso ocurra, no tendré tanta piedad.
Mi corazón latía con fuerza, el sudor frío empapaba mi piel.
Se enderezó, caminando con calma hacia mi habitación.
—Piensa en lo que te dije, —fueron sus últimas palabras antes de girarse y salir de la sala, dejándome completamente sola e inmóvil.
La tensión en mi cuerpo no cedía con cada minuto que pasaba, y por mucho que quería mantener la calma, la sensación de estar a su merced me hacía imposible relajarme.
Y entonces lo escuché.
No dijo nada al entrar, lo que hizo que la ansiedad creciera aún más. Cada uno de sus pasos resonaba en mi mente, haciendo que mi respiración se acelerara sin que pudiera evitarlo.
El hecho de que no hablara, de que simplemente me tuviera aquí, era más aterrador que cualquier amenaza que pudiera haber dicho.
Lo vi aparecer en mi campo de visión, su figura alta e imponente acercándose lentamente, con una expresión neutral en su rostro. En sus manos llevaba algo que no reconocí al principio, pero cuando se acercó más, lo entendí.
Se inclinó sobre mí, y aunque sus movimientos seguían siendo tranquilos y controlados, no pude evitar el impulso de encogerme bajo su mirada.
Colocó la venda sobre mis ojos primero, y el mundo a mi alrededor se oscureció de inmediato.
Mi respiración se volvió más superficial. La oscuridad repentina amplificó todo lo que sentía. El latido rápido de mi corazón, la ligera presión de los grilletes en mis muñecas y tobillos, y la conciencia constante de su presencia cerca de mí, pero fuera de mi alcance.
Quise decir algo, pedirle que parara, que me liberara, pero cuando abrí la boca, sentí la mordaza rozar mis labios.
—No necesitas hablar, —susurró, su aliento cálido contra mi oreja, haciéndome estremecer.
Sentí cómo la mordaza se ajustaba firme en mi boca, impidiéndome emitir cualquier sonido que se pudiera entender. Intenté mover mi lengua, probar si podía hablar, pero era inútil.
El sonido se volvió más fuerte por un momento, cada pequeño crujido o movimiento parecía multiplicarse en mi cabeza, pero entonces sentí cómo comenzaba a colocar los tapones en mis oídos. El silencio que siguió fue aún peor.
Pasaron segundos, tal vez minutos, el tiempo se desdibujaba.
Sentí un leve roce en la piel, probablemente sus dedos pasando por mi pierna. O tal vez lo imaginé. No lo sabía. Eso era lo peor de todo: no saber, no anticipar sus movimientos.
Y entonces, Nicola se inclinó sobre mí otra vez. Su presencia era lo único que percibía en esa oscuridad. No podía verlo, no podía oírlo, pero sabía que estaba allí. Sabía que él tenía el control, y que yo no podía hacer nada.
Entonces me tocó. Sus manos tomaron mis hombros y lentamente me giró sobre el sofá. Mi cuerpo se movió con una facilidad sorprendente, pero solo porque él tenía todo el control. Mi respiración se aceleró, mi mente trató de procesar lo que estaba a punto de hacer.
Me dejó con la cabeza apoyada en el asiento del sofá, mi rostro girado hacia un lado. El cuero se sentía frío bajo mi mejilla, y el contraste con el calor que invadía mi cuerpo era desconcertante.
Intenté mover mis piernas, pero la barra seguía impidiendo cualquier movimiento más allá del que él me permitiera.
Mi corazón latía con fuerza, y aunque mi cuerpo estaba tenso, había una parte de mí que comenzaba a ceder, a entender que no tenía sentido resistirme.
Era suya, lo había sido desde el momento en que había entrado en mi vida.