Nicola
El camino hacia la mansión fue un borrón de adrenalina y frustración.
Cuando me enteré de que Valentina no había cumplido con mi orden de irse allí, sentí cómo algo dentro de mí se rompía, se encendía con una furia irracional.
No era solo enojo por la desobediencia. Claro que sí, me enfurecía que no hubiera hecho lo que le dije que hiciera, pero más que nada, estaba preocupado.
No quería admitirlo, pero esa preocupación me corroía por dentro, me hacía sentir como si estuviera perdiendo el control. Y si había algo que no podía soportar, era la falta de control.
Salí disparado hacia su apartamento.
Algo dentro de mí me empujaba, una mezcla de ira y ansiedad que no podía controlar. Cada segundo que pasaba me sentía peor, pensar en que no la había protegido como debía... Ese pensamiento me volvía loco.
Cuando llegué al edificio, toqué el timbre dos veces, con mucha fuerza, y demasiado rápido.
Mis nervios me estaban jugando una mala pasada, y no tener mi teléfono a mano para revisar las cámaras solo empeoraba las cosas.
No podía ver qué pasaba dentro del apartamento, no tenía esa visión extra que me daba el control sobre todo. Eso me hacía sentir vulnerable, algo que no permitía en mi vida.
—Vamos, maldita sea, —maldije entre dientes, golpeando la puerta con más fuerza. No había respuesta.
Mis hombres lograron abrirla, y fui el primero en entrar.
El olor a lejía impregnaba el lugar, la mezcla de químicos y eso otro que sabía exactamente qué era.
Corrí hacia su habitación, mi mente ardiendo con la furia y la preocupación que se mezclaban. No podía evitarlo.
Me importaba, y eso me hacía perder el control. Y lo odiaba.
Abrí la puerta de su habitación y lo primero que hice fue correr hacia la ventana. Me asomé por la ventana abierta, buscando algo, cualquier señal de ella.
Y entonces la vi.
Valentina estaba doblando la esquina, moviéndose rápido, su cabello cayendo desordenado sobre sus hombros.
—Mierda, —murmuré golpeando el marco de la ventana, antes de salir de la habitación sin perder tiempo. —Revisen el sistema de vigilancia y hagan las mejoras, —ordené a mis hombres mientras me dirigía hacia la puerta.
La seguí sabiendo exactamente a dónde iba.
Mi cuerpo estaba tenso mientras caminaba por el campus, buscando entre la multitud hasta que finalmente las vi.
Valentina estaba con Bianca en uno de los bancos del campus. El alivio que sentí al verla a salvo, a la vez que la furia por su desobediencia, hicieron que mi respiración se acelerara.
Bianca fue la primera en verme.
Sus ojos se abrieron con sorpresa, y luego su rostro palideció. Sabía que ella no estaba acostumbrada a verme así, furioso, sin poder controlar mis emociones.
Pero... Está mujer me volvía loco de una manera que Bianca nunca entendería.
Valentina se tensó. Lo vi en su cuerpo, en la forma en que su espalda se enderezó ligeramente, sus manos apretándose con fuerza a los lados. Podía ver su resistencia incluso antes de que se girara por completo para enfrentarme.
Cuando lo hizo, nuestros ojos se encontraron. El aire pareció volverse más denso, como si estuviéramos atrapados en una burbuja solo nosotros dos, aunque un grupo de chicas estaba pasando a nuestro lado, murmurando y sonriendo como tontas.
Mis ojos no dejaron los de ella. Mi cuerpo estaba ardiendo de furia, y más que nada, de deseo. Un deseo que me quemaba por dentro, que me hacía querer acercarme a ella y tomar lo que sabía que era mío.
Pero no podía hacerlo. No aquí.
—Vamos, —dije entre dientes, acercándome a ellas y tomando a Valentina y Bianca del brazo.
Mi hermana me miró, aturdida, sin saber qué decir.
Mi principessa, en cambio, se quedó en silencio, pero podía ver la rabia en su mirada. Ella odiaba que la controlara de esta manera.
Las llevé hacia la oficina del rector, sin decir una palabra. No era necesario.
El rector estaba sentado en su despacho cuando entramos, y se levantó de inmediato al verme.
Era un hombre mayor, con un semblante amable, pero detrás de esa fachada sabía que respetaba el poder. Nuestra familia era una de las que más aportes entregaba a esta universidad como para que me tratara como cualquier otro.
—Señor Moretti, qué sorpresa, —dijo con una sonrisa cálida, extendiendo la mano para estrechar la mía. —¿Qué está pasando con estas dos chicas? ¿Lo han molestado?
—No se preocupe, rector, —dije, forzando una sonrisa que no llegaba a mis ojos. —Solo necesito un poco de privacidad hablar con mi hermana y mi prometida.
El silencio en la oficina se hizo más pesado en cuanto pronuncié esas palabras. El rector frunció el ceño, confundido, sus ojos parpadeando de una a otra.
—Disculpe... —dijo, con una voz que traicionaba su desconcierto. —¿La señorita Rinaldi y la señorita Russo son su... prometida y hermana?
"¿Por qué... por qué Bianca usa el apellido de nuestra madre?" Me pregunté mirándola a los ojos enarcando una ceja. Ella solo bajó la vista al suelo.
—Así es, —respondí, no tenía intención de explicarle la verdad, y ciertamente no quería aclarar nada.
El rector miró entre nosotras, su rostro pálido, pero no dijo nada más. Se limitó a asentir rápidamente y se apresuró a salir de la oficina.
Cuando la puerta se cerró detrás de él, el silencio se instaló entre nosotros tres.
—Bianca, hablaré contigo en casa, —le dije con mi tono casi gélido, mientras le hacía un gesto con la cabeza para que se fuera.
Mi hermana levantó su mirada al escuchar su nombre, pude ver la duda en sus ojos, pero al final, asintió con timidez. Se giró hacia la puerta, sin decir una palabra, y salió de la oficina con pasos rápidos.
Ahora solo quedábamos Valentina y yo, y podía sentir cómo la tensión entre nosotros se volvía más densa.
Era como si el aire a nuestro alrededor se hubiera vuelto más caliente, más sofocante, y el deseo que había estado guardando dentro de mí comenzó a abrirse paso.
Ella seguía de pie, junto al escritorio del rector, con el cuerpo rígido. Sus ojos me miraban con una mezcla de desafío y miedo, pero también algo más.
Esa chispa entre nosotros que era imposible de ocultar.
No dije nada mientras caminaba lentamente hacia ella. Podía ver cómo su respiración se volvía más rápida, cómo su cuerpo se tensaba cada vez más.
Sabía que estaba tratando de mantener el control, pero también sabía que, al final, ese control se derrumbaría.
Retrocedió hasta que su trasero chocó contra el escritorio. No tenía adónde ir y eso me hizo sonreír.
Mis manos encontraron su cintura, y sentí el calor de su piel a través de la tela de su ropa, el pequeño temblor que recorría su cuerpo.
Podía sentir el deseo ardiendo en mí, ese fuego que solo ella podía provocar, controlar y extinguir.
—¿Por qué siempre te empeñas en desafiarme? —pregunté, mi voz baja, casi un gruñido mientras mi rostro se acercaba al suyo.
Vi el desafío en sus ojos, pero no le di tiempo a responder. No me importaba lo que tuviera que decir en ese momento. Lo único que me importaba era sentirla.
Mis labios se estrellaron contra los suyos en un beso salvaje. No había ternura en ese beso, solo necesidad.
Una necesidad que había estado ardiendo dentro de mí desde que me enteré de que había intentado huir de mí. Mis manos la apretaron más fuerte contra mí, mis dedos aferrándose a su cintura con fuerza.
Su cuerpo se relajó, cediendo ante el deseo que ambos compartíamos, aunque ella tratara de resistirlo.
Nuestros labios se movían con urgencia, como si ambos estuviéramos tratando de apagar un fuego que no hacía más que crecer entre nosotros.
Mis manos bajaron lentamente por su espalda, aferrándome a ella, sintiendo cada curva, cada centímetro de su cuerpo. Podía sentir cómo el deseo en mí crecía, más fuerte, más dominante.
Y lo peor de todo es que sabía que no podría detenerme.
—Nicola... —jadeó contra mis labios, suplicándome.
—No hables.