Capítulo 2

1491 Words
Nicola Estaba de pie frente al espejo, ajustando el nudo de mi corbata con movimientos lentos y precisos. Mis manos, entrenadas para el control y la fuerza, se movían con una calma que no se reflejaba en mi cabeza. Miraba mi propio reflejo, el traje perfecto, el cabello peinado hacia atrás, la expresión impasible. No sentía nada especial, solo una ligera presión en el pecho que ya me era familiar. Una sensación de resignación, de inevitabilidad. Esta noche era mi fiesta de compromiso, y aunque debería haber algo de emoción, lo cierto es que todo me daba igual. Este era mi deber, mi responsabilidad. Vivía por y para la familia, y eso significaba hacer lo que se esperaba de mí sin preguntas. La puerta de la habitación se abrió, y sin necesidad de girarme, supe que era mi padre. Su presencia era inconfundible, llena de autoridad, el tipo de autoridad que hacía que el aire en la habitación se volviera más denso. —Nicola —dijo, su voz profunda rompiendo el silencio mientras cerraba la puerta detrás de él. —Esta noche es importante para nuestra familia. No respondí de inmediato, seguí ajustando la corbata, asegurándome de que estuviera perfectamente alineada. No era la primera vez que escuchaba esas palabras, y probablemente no sería la última. Giré un poco la cabeza para mirarlo a través del espejo. Su rostro, tan severo y lleno de expectativas, no mostraba ninguna emoción. Solo determinación. Ese era Don Vittorio Moretti, mi padre, un hombre que vivía y respiraba por el poder y el control. —Lo sé —respondí con la voz tranquila. Mi padre se acercó, deteniéndose justo detrás de mí, y vi cómo su reflejo se imponía junto al mío. Nos parecíamos mucho, en el porte, en la mirada fría, pero mientras él siempre había tenido claro su propósito, yo solo sentía un vacío donde debería estar algo más. —Este compromiso es importante —continuó, y noté un tono más serio en su voz. —La familia de tu prometida es influyente, sus lazos en el norte nos serán útiles. Su matrimonio fortalecerá nuestra posición, nos asegurará más control. No es solo una cuestión de alianzas, es una cuestión de poder. Poder. Esa palabra lo resumía todo. Para él, el mundo giraba en torno a eso, y yo, como su primogénito, había sido criado para entenderlo, para aceptarlo y un día, para ocupar su lugar. No esperaba menos de mí que la obediencia absoluta. Y eso era lo que iba a darle. Asentí, girándome para enfrentarlo. Podía ver el peso del mundo en sus ojos, un peso que algún día recaería completamente sobre mis hombros. —Entiendo, padre —dije, con una firmeza que no sentía por dentro, pero que sabía debía mostrar. —Sé lo que significa y estoy listo para hacerlo. Mi padre me observó en silencio durante unos segundos, evaluándome, como siempre lo hacía. Quería asegurarse de que no solo cumplía, sino que lo hacía con la convicción necesaria para mantener el legado de nuestra familia. —Bien. No puedes permitirte fallar, —asintió, una pequeña señal de aprobación en su mirada. Fallarle a la familia era impensable, un concepto que ni siquiera consideraba. Fallar no era una opción, nunca lo había sido. La familia era lo único que importaba, lo único que había conocido. —No fallaré —repliqué, con la convicción que él esperaba. Mi padre dio un paso atrás, alejándose, pero no sin antes colocar una mano en mi hombro, un gesto raro en él, casi… humano. —Eres un buen hijo, Nicola —dijo, su voz bajó un poco antes de continuar... —Tu madre estaría muy orgullosa de tí. Esas palabras me golpearon más fuerte de lo que esperaba. Mi madre, la mujer que siempre había tenido una forma de suavizar la dureza de la vida en esta familia, había sido la única que podía hacerme sentir algo más que frío. Sentí una punzada en el pecho, algo que rápidamente reprimí, porque no había espacio para sentimientos ahora. La vida era lo que era, y yo tenía que seguir adelante, por la familia. —Gracias, padre —le respondí con la voz controlada. Él asintió, retirando su mano y girándose para salir de la habitación, dejándome solo de nuevo. Me volví hacia el espejo una vez más, mirando a ese hombre que me devolvía la mirada. Estaba listo, o al menos eso era lo que me había convencido de creer. Alisé una última vez el frente de mi chaqueta y respiré hondo. Esta noche no era para mí, no se trataba de lo que yo quería. Se trataba de lo que la familia necesitaba. Y yo, Nicola Moretti, haría lo que fuera necesario para asegurar nuestro poder. Llegué al restaurante puntual, como siempre. Afuera, la noche era oscura y fría, pero el interior del lugar estaba cálido y lleno de luz. Las paredes decoradas con elegancia, las mesas cubiertas de manteles blancos y el suave murmullo de las conversaciones formaban un ambiente que debería haberme tranquilizado. Pero no lo hizo. Cada paso que daba hacia el salón privado donde se realizaría el compromiso sentía una presión invisible apretándome el pecho. No era nerviosismo, sino una sensación extraña, como si fuera un mal augurio. Al entrar, lo primero que vi fue a mi futuro suegro, el jefe de una familia influyente del norte. Era un hombre robusto, de cabello canoso y ojos oscuros que parecían medirlo todo en cuestión de segundos. Junto a él, una chica mucho más joven que yo. Me detuve un segundo al verla, sintiendo una ligera inquietud. No era lo que esperaba. Claro que sabía que sería joven, pero verla, de pie junto a su padre, con un rostro que apenas había empezado a perder la niñez, hizo que me invadiera una sensación incómoda. No podía negar que era hermosa, pero la diferencia de edad y lo que representaba este compromiso me hacían pensar en todas las diferencias que tendríamos. Aun así, dejé que mi expresión se mantuviera neutral. Esto era lo que tenía que hacer, lo que debía hacerse. —Nicola —dijo mi padre al acercarse a nosotros. —Te presento a Pietro Ricci, nuestro nuevo aliado. Pietro, este es mi hijo, Nicola. Él asintió, su mirada recorriéndome de arriba abajo antes de extender la mano. Se notaba que también me evaluaba, tratando de ver si era digno de casarme con su hija. Apreté su mano con firmeza, devolviendo la misma mirada evaluadora. Si él buscaba debilidades, no encontraría ninguna en mí. —Pietro —dije con un tono respetuoso. —Es un honor. —Nicola —respondió él, con una voz grave. —Estoy seguro de que esta unión traerá grandes cosas para ambas familias. Mis ojos se desviaron hacia la chica que estaba a su lado. Ella me miraba con una mezcla de curiosidad y algo de timidez. Era bella, en eso no había duda, con un rostro delicado enmarcado por un cabello castaño que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Me recordaba a una muñeca de porcelana, frágil y hermosa. —Nicola, —dijo Pietro, rompiendo el breve silencio, —te presento a mi hija, Claudia. Claudia. Un nombre suave para una chica que parecía igual de suave. Me acerqué a ella, intentando apartar cualquier duda de mi mente. Esto no era una cuestión de sentimientos, sino de deber. Aun así, mientras tomaba su mano, noté que era pequeña y fría en comparación con la mía, lo que me produjo una punzada de algo que no supe identificar. —Claudia, —dije con una suavidad que no sabía que podía tener, —es un placer conocerte. Levanté su mano hacia mis labios, besando suavemente el dorso, tal como dictaban las formalidades. Pude ver que ella me daba una pequeña sonrisa, pero también noté una leve tensión en sus ojos. Esto era algo nuevo para los dos, y nos incomodaba a ambos por igual. —El placer es mío, Nicola —respondió con su voz tan suave como su apariencia. —Mi padre me ha hablado mucho de ti. Antes de que pudiera responder, mi padre intervino, dirigiéndose a Pietro mientras nos observaba. —Nuestros hijos construirán un futuro sólido juntos —dijo con la convicción de quien está acostumbrado a hacer planes y verlos realizados. Tal vez por esa razón, no se esperaba lo que la noche nos deparaba. Mi mente estaba dividida entre el deber que representaba este compromiso y la sensación constante de incomodidad que me recorría el cuerpo. Justo cuando Claudia se disponía a tomar su asiento, la puerta del restaurante se abrió de golpe. El sonido de pasos apresurados, pesados, llenó el lugar. Al girarme, vi a varios hombres vestidos de n***o, con máscaras que ocultaban sus rostros. Mi estómago se hundió de inmediato. No tuve tiempo de pensar, solo de reaccionar. Y en un instante, todo se volvió un infierno.
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