Capítulo 3

1410 Words
Nicola El primer disparo resonó como un trueno, y vi a Pietro, mi ex futuro suegro, tambalearse hacia atrás, su cuerpo rígido mientras caía sobre la mesa, llevándose todo en su camino al suelo. Claudia, que estaba justo a su lado, gritó, un sonido agudo que se mezcló con el estallido de más disparos. Pietro había caído tratando de protegerla, empujándola hacia un lado en un intento desesperado de salvarla. Mi cuerpo se movió por instinto, lanzándome hacia ella antes de que fuera demasiado tarde, pero el caos alrededor me ralentizaba. Las balas volaban por todas partes, perforando paredes, mesas y cuerpos. La sangre salpicaba por todos lados, manchando de rojo el blanco inmaculado de los manteles. —¡Claudia! —grité, intentando alcanzar su mano, que estaba extendida hacia mí mientras ella caía al suelo. Pero no fui lo suficientemente rápido. Una bala atravesó su pecho, y vi cómo sus ojos se apagaban, su cuerpo se desplomaba al suelo, sus manos cayendo sin fuerza. La sangre brotaba de la herida, manchando su vestido. El caos era absoluto. No había orden, no había control, solo el sonido ensordecedor de los disparos y los gritos de dolor de los heridos. Mi visión se nubló mientras corría hacia Claudia, deslizándome sobre el suelo ensangrentado, mi corazón latiendo tan rápido que sentía que explotaría. La tomé en mis brazos, sintiendo el calor de su sangre empapando mis manos, mi traje, todo. Su cuerpo estaba aún tibio, sus ojos abiertos pero vacíos, y supe en ese instante que se había ido. Una vida arrebatada antes de que hubiera siquiera comenzado. Escuché más disparos y giré la cabeza para ver a mi padre, agazapado detrás de una mesa, disparando con precisión fría a los hombres enmascarados. Su rostro era una máscara de concentración, los labios apretados y los ojos llenos de una ira feroz. No por nada él era el Don, un hombre hecho para la guerra, para la muerte. Y en ese momento, no había duda de que haría lo necesario para sobrevivir. Pero mientras él disparaba, otra ráfaga de balas atravesó la habitación, destrozando las sillas y la vajilla, arrancando pedazos de las paredes y del mobiliario. Los gritos seguían llenando el aire, mezclándose con el sonido de los disparos, el olor acre de la pólvora y el hierro de la sangre que empapaba todo a mi alrededor. —¡Nicola! —la voz de mi padre me alcanzó a través del caos. —¡Aquí, ahora! Lo vi haciendo señas para que me moviera hacia él, sus ojos fijos en mí, llenos de urgencia. No era una petición, era una orden, una que mi cuerpo obedeció sin dudar. Solté el cuerpo sin vida de Claudia, y me lancé hacia donde estaba mi padre, deslizándome detrás de la mesa justo cuando otra bala pasó zumbando por encima de mi cabeza. Saqué mi arma mientras intentaba hacer lo mismo, pero cada vez que apretaba el gatillo, sentía que faltaba algo, como si todo se estuviera desmoronando en mis manos. Había fallado a mi familia, a nuestra misión, a todo por lo que había trabajado. Sentía un peso en el pecho que casi me impedía respirar, una mezcla de culpa, rabia y desesperación que me carcomía por dentro. Estaba perdido en esos pensamientos oscuros cuando, de repente, algo me golpeó por el costado con una fuerza brutal. No vi de dónde venía, solo sentí el impacto y luego el suelo bajo mi cuerpo mientras rodaba, luchando por mantener el equilibrio. Intenté reaccionar, pero era demasiado tarde. La figura oscura, vestida de n***o, me empujó con una velocidad y fuerza que no esperaba, y antes de darme cuenta, estábamos girando en el suelo, enredados en una lucha desesperada. Rodamos hasta llegar al pasillo que llevaba a los baños, lejos del caos principal. Mi espalda golpeó contra la pared, el dolor recorrió mi columna, pero lo ignoré. Intenté apuntar con mi arma, pero una mano rápida me la arrebató antes de que pudiera hacer algo. La rabia me inundó, caliente y explosiva. No podía fallar otra vez, no podía dejar que esto terminara así. Grité, más por frustración que por miedo, mientras lanzaba un puñetazo directo al rostro de mi atacante. Sentí el impacto en mis nudillos, un breve momento de victoria, pero se fue tan pronto llegó. La figura esquivó mi siguiente ataque con una gracia peligrosa, su puño me golpeó en el estómago, robándome el aliento. Mi cuerpo se dobló por el dolor, y otro golpe me derribó por completo. Caí de espaldas, el aire escapando de mis pulmones, y en un parpadeo, estaba sobre mí. Sentí el peso de su cuerpo apretándome contra el suelo, sus rodillas clavándose a ambos lados de mis costillas, inmovilizándome. Intenté luchar, pero mis fuerzas se agotaban, y me di cuenta de que estaba atrapado. Se subió un poco la máscara, y lo noté. Sus labios... eran carnosos, parecían suaves, un contraste sorprendente con la violencia de sus acciones. Fue entonces cuando todo en mí se detuvo al darme cuenta de que era una mujer, una mujer demasiado fuerte y peligrosa... —Eres fuerte, —dijo, su voz baja, teñida de una ironía que me hizo hervir la sangre, pero en dos sentidos completamente opuestos, —es un desperdicio que tenga que matarte. En ese instante, algo se movió dentro de mí, algo que no esperaba sentir en medio de una situación tan desesperada. Era una emoción que no podía identificar del todo, y que no tenía sentido en este momento. Su aliento cálido rozó mi rostro y la tensión en el aire se hizo casi insoportable, no sabía si era por el hecho de estar a su merced o por algo más profundo, más visceral. Vi sus labios curvarse en una sonrisa... una sonrisa que me desarmó más que cualquier golpe que hubiera recibido en toda mi vida. Antes de que mi mente pudiera registrar lo que estaba sucediendo, ella se inclinó hacia mí y presionó sus labios contra los míos. El beso no fue suave ni dulce, y pronto me encontré correspondiendo el movimiento de sus labios. Fue ardiente, desesperado, lleno de una intensidad que me atravesó como una descarga eléctrica. Sentí su aliento mezclarse con el mío, el calor de su lengua encendiendo algo en mi interior que no había sentido jamás. Era un caos, como todo lo demás en esa noche, pero este caos... este caos era... diferente. Mi cuerpo que había estado tenso, listo para luchar hasta el final, se rindió por un instante. Mi mano había estado tratando de empujarla, se quedó inmóvil, atrapada entre la necesidad de seguir luchando y el impulso primario de atraer su cuerpo al mío. Y algo en mí, algo oscuro y profundo, se despertó con un rugido animal. Ess parte que ni siquiera sabía que existía se encendió, haciendo que mi corazón latiera aún más rápido, no por el miedo... sino por algo mucho más peligroso. El beso duró solo unos segundos, pero fueron suficientes para dejarme aturdido, con una necesidad desesperada por más de sus labios, más de ella. Cuando se apartó, su mirada se clavó en la mía, como si estuviera leyéndome, como si fuera consciente de lo que acababa de desatar dentro de mí. Su sonrisa no se desvaneció mientras se levantaba, dejándome allí, tirado en el suelo, respirando con dificultad, tratando de entender qué demonios acababa de pasar. —Recuerda esto, querido Nicola, —susurró, y su voz tenía una mezcla de promesa y amenaza. —No es el final. Sentí un dolor agudo en la cabeza, un golpe seco que resonó en mi cráneo como el eco de una campana. Todo se volvió borroso de inmediato, la realidad desmoronándose en un caleidoscopio de colores y sombras. La oscuridad se cerraba a mi alrededor, mis párpados se volvían pesados, y sentí cómo me deslizaba hacia un abismo profundo, incapaz de luchar, incapaz de resistir. Su silueta, oscura y borrosa, fue lo último que vi antes de que todo se apagara, su figura desapareciendo en la penumbra, dejándome solo con el eco de su voz y el dulce sabor de sus labios en mi boca. El mundo se fue desvaneciendo, y lo último que sentí fue el frío del suelo bajo mi mejilla, el calor de la sangre corriendo lentamente por mi cabeza y la certeza de que, cuando despertara, nada volvería a ser igual. Y luego, nada. Solo el silencio. Solo la oscuridad.
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