Nicola
Levanté la navaja y me agaché junto a él, colocando la hoja contra su mejilla, justo debajo del ojo.
Su cuerpo se tensó de inmediato, y vi cómo las lágrimas continuaban cayendo, mezclándose con el sudor y los fluidos que salían de su nariz.
Era realmente patético.
—No fue lo que pienso, —repetí en voz baja, como si estuviera reflexionando sobre sus palabras. Mi mano se movió con lentitud, permitiendo que el filo de la navaja rozara suavemente su piel, sin ejercer aún presión. —¿Qué fue entonces? ¿Un simple malentendido? ¿Una oportunidad que no pudiste resistir?
Su silencio era todo lo que necesitaba. Todos sabíamos que no había excusas que pudiera usar, que su destino estaba sellado.
Pero eso no significaba que fuera a matarlo. No, eso solo significaba que su sufrimiento sería más largo antes de que todo terminara.
Me levanté de nuevo y comencé a cortar su camisa, rasgando el tejido hasta dejar su torso expuesto.
El frío del almacén hizo que su piel se erizara, y vi cómo sus músculos se tensaban en anticipación al dolor. La idea de lo que venía siempre era más efectiva que el acto en sí.
Con un movimiento rápido, hice el primer corte.
La navaja se hundió en su costado, no demasiado profunda, solo lo suficiente para que el dolor fuera intenso, pero no letal.
El grito que salió de su boca resonó en las paredes de la pequeña habitación, un sonido que ya había escuchado cientos de veces antes, cargado de desesperación y sufrimiento de los traidores que terminaban en mis manos.
Lorenzo observaba en silencio, sus ojos fijos en nosotros sin ningún rastro de emoción. Era parte de nuestro trabajo, parte de lo que teníamos que hacer para mantener el control.
Pero a mí, en ese momento, me importaba muy poco lo que Lorenzo o cualquiera pensara. Todo lo que importaba era el hombre frente a mí y la lección que tenían que aprender los demás para no cometer el mismo error.
—¿Sabes por qué hago esto? —le pregunté, mi voz apenas era un susurro mientras limpiaba la sangre de la navaja en los jirones de su camisa. El hombre gimió de dolor, su cuerpo encorvado, pero logró levantar la vista lo suficiente como para mirarme. —Porque tú, y los que son como tú, piensan que pueden jugar con nosotros. Piensan que pueden tomar lo que quieren sin pagar las consecuencias.
Lo miré directamente a los ojos, viendo el terror reflejado en su mirada. No dejaría que pensara que se iría fácilmente.
Mi mano se movió una vez más, esta vez cortando en su pecho, dejando una línea roja brillante que contrastaba con su piel pálida.
Hice unos cortes más en su piel antes de volverme a la mesa, tomando un jarro con alcohol y lentamente lo volqué sobre sus heridas abiertas.
Otro par de gritos escaparon de su boca, más desesperados, más ahogados.
Me acerqué a su oído, mi respiración tranquila y controlada mientras él gritaba, su cuerpo temblando por el dolor.
—Tienes suerte, —le susurré, antes de enderezar mi cuerpo para que fuera lo último que viera en esta vida, —hoy me siento misericordioso.
Asentir con la cabeza hacia mi compañero.
Era hora de terminarlo.
Lorenzo levantó su arma sin dudarlo, apuntando directamente a la cabeza del traidor.
El hombre gimió una última súplica, pero ya no había tiempo para más palabras. El sonido del disparo fue seco, rápido, y su cuerpo cayó hacia atrás, inerte, llevándose la silla en el mismo movimiento.
Me quedé observando cómo la vida abandonaba su cuerpo, cómo el silencio volvía a llenar el espacio. El control volvía a estar de nuestro lado, y cualquiera que pensara en traicionar a mi familia sabría ahora lo que le esperaba.
—Limpien esto, —ordené, mi voz fría y sin emoción mientras salía de la habitación.
El trabajo estaba hecho, y ahora, había otros asuntos que requerían mi atención.
Lorenzo me siguió en silencio mientras salíamos del almacén y el aire frío del puerto nos envolvía nuevamente.
El traidor ya no era un problema, y ahora todo lo que quedaba por hacer era asegurarse de que la entrega se llevara a cabo sin más contratiempos.
Caminé junto a Lorenzo hacia los contenedores donde la mercancía estaba almacenada.
Nos acercamos a una fila de contenedores oscuros, todos idénticos por fuera, pero cada uno con su propio secreto dentro.
Uno de mis hombres, un tipo alto y corpulento con una cicatriz en la mandíbula, se adelantó para abrir el contenedor que nos interesaba.
Cuando la puerta se deslizó hacia un lado, el olor distintivo a aceite de arma y metal salió del interior. Miré dentro, viendo las cajas de madera alineadas en perfectas filas, cada una marcada con símbolos discretos que indicaban su contenido: rifles de asalto, municiones, y algunas piezas más pesadas que habíamos acordado entregar.
—Todo está aquí, —dijo Lorenzo, revisando el interior del contenedor con una linterna para iluminar el oscuro espacio. —El cargamento está completo.
Asentí lentamente, pensando en que los clientes estarían satisfechos con la entrega, siempre lo estaban.
La calidad de nuestras armas era innegable, y nuestras conexiones en el mercado n***o eran las mejores. Todo estaba calculado al detalle; nada se dejaba al azar.
—Vamos a empezar a moverlas, —ordené, volviéndome hacia mis hombres. —Quiero que todo esté listo para la entrega antes del amanecer.
Ellos se pusieron en marcha de inmediato, moviéndose con la precisión de un equipo bien entrenado. Sabían lo que estaba en juego, sabían que cualquier error podía significar algo mucho peor que simplemente perder un cliente.
Lorenzo y yo nos quedamos cerca, observando cómo ellos trabajaban.
Era un espectáculo en sí mismo: los hombres levantando las pesadas cajas, asegurándose de que nada se dañara en el proceso, revisando cada detalle para asegurarse de que todo estuviera en orden.
—El representante debería llegar en menos de una hora, —comentó Lorenzo después de unas horas, mirando su reloj. —El contacto dice que todo va según lo planeado.
Si todo iba bien, la transacción sería rápida y limpia, y nuestras cuentas estarían llenas a primera hora de la mañana.
Sin embargo, siempre había un margen de riesgo. Las entregas nunca eran del todo seguras, pero siempre había una parte de mí que estaba lista para las posibles sorpresas.
Observé cómo los camiones se alineaban para recoger las armas. El proceso de carga comenzó de inmediato, con mis hombres moviéndose como una maquinaria bien engrasada.
Todo tenía que hacerse con rapidez, sin llamar la atención, cualquier contratiempo significaría problemas que no podían permitirse.
—¿En qué piensas? —preguntó Lorenzo después de un rato, con su tono despreocupado.
Lo miré de reojo, Él nunca preguntaba nada sin un motivo detrás. Podía sentir que había algo más en su mente, pero no quería desviarme de lo que estaba frente a nosotros.
—Pienso que todo saldrá bien, como siempre, —respondí, manteniendo mi mirada fija en el proceso de carga. —Lo hemos hecho mil veces antes, y seguiremos haciéndolo mil veces más.
Lorenzo asintió, pero vi cómo la sonrisa burlona que solía mostrar estaba ausente. Él también estaba alerta, y eso me decía que todo lo que habíamos pasado esta noche, la traición y la casi perdida del armamento, lo había afectado más de lo que iba a admitir.
El rugido de los motores de los camiones llenó el aire, las luces delanteras brillaban en la oscuridad, iluminando las sombras del puerto. Las armas habían sido cargadas con éxito, y no había signos de problemas.
Pero mi mente no estaba tranquila del todo.
La puerta del último camión se cerró, y uno de mis hombres se acercó para confirmar que todo estaba hecho, el representante había chequeado todo, no faltaba nada.
Asentí satisfecho, y vi cómo los camiones comenzaban a moverse lentamente fuera del puerto, sus luces desapareciendo en la distancia.
—Bien hecho, —dije en voz baja, mirando a Lorenzo de reojo. —Una vez más, todo salió como debía ser.
Él me devolvió la mirada, sonriendo con esa arrogancia despreocupada que solía mostrar cuando todo estaba bien.
—Nunca dudé de ello, —respondió. —Después de todo, este es nuestro juego, y nadie lo juega mejor que nosotros.