Capítulo 21

1384 Words
Valentina Gracias al cielo el fin de semana había terminado. La intensidad de esos días en la mansión Moretti me había dejado exhausta, tanto física como emocionalmente. Ahora, de vuelta a mi rutina en la universidad, sentía un alivio inesperado al estar de nuevo en la seguridad de mi pequeño apartamento. Bianca había pasado a desayunar conmigo esa mañana, como solía hacerlo todos los días. La charla fue ligera, nada fuera de lo común, hasta que se le escapó un pequeño detalle que encendió mis alertas: su hermano había viajado fuera del país por negocios. Sacudí cualquier pensamiento de él de mi cabeza cuando llegué a clase. El aula estaba llena de mis compañeros, todos hablando en voz baja mientras esperaban al profesor. Esta era mi rutina, la que me mantenía anclada al presente. Relaciones internacionales eran una de mis clases favoritas, no solo por los temas, sino porque las discusiones en clase solían ser interesantes. Hoy no era la excepción. Estábamos en medio de un debate sobre la influencia de las organizaciones internacionales en los conflictos armados. El ambiente en la sala estaba cargado de opiniones cruzadas y comentarios rápidos. Daniel, un estudiante de intercambio de España, estaba haciendo todo lo posible por sobresalir en la discusión. No era la primera vez que intentaba captar la atención de todos, con su voz segura y su acento bien marcado. —El problema con las organizaciones internacionales es que, al final, no tienen verdadero poder, —dijo Daniel con su tono seguro y arrogante. —Pueden imponer sanciones, sí, pero ¿qué cambia eso realmente? Nada. Los países siguen haciendo lo que quieren. Las sanciones solo son un golpe simbólico. Su comentario hizo que varios estudiantes se removieran en sus asientos, y supe que la discusión estaba a punto de intensificarse. Yo misma estaba un poco en desacuerdo, algo que a menudo me sucedía con él. Su visión del mundo era simplista, superficial, y a veces era difícil no responderle. Así que, respiré hondo y levanté la mano, entrando en la conversación. —Eso es cierto hasta cierto punto, Daniel, —comencé, manteniendo mi tono calmado mientras lo miraba fijamente, —pero no puedes subestimar el poder de las sanciones internacionales. El aislamiento económico y político puede ser devastador para un país, especialmente cuando otras naciones se unen para reforzarlas. Piensa en cómo las sanciones han afectado a Corea del Norte o Irán, forzando cambios en su comportamiento. Me miró con una sonrisa de lado, como si ya hubiera anticipado mi respuesta. Sabía que él disfrutaba de estas discusiones tanto como yo, pero había algo en su actitud que siempre me hacía querer contradecirlo. —Sí, Valentina, pero estamos hablando de regímenes que ya están acostumbrados a vivir en aislamiento, —replicó, moviendo las manos para enfatizar sus palabras. —Corea del Norte ha sobrevivido durante décadas bajo sanciones. Han aprendido a sortearlas, a adaptarse. Y en cuanto a Irán… bueno, ellos también han encontrado maneras de resistir. Lo que quiero decir es que las sanciones pueden ser un inconveniente, pero no son una solución definitiva. Asentí reconociendo su punto, pero no podía dejarlo ahí. Había algo que Daniel no entendía, algo que él no veía más allá de la superficie. —Es cierto que los regímenes se adaptan, —respondí, cruzando los brazos mientras hablaba, —pero las sanciones no solo afectan a los gobiernos. Afectan a la población, crean presión interna, descontento social. Y cuando ese descontento crece lo suficiente, puede generar cambios desde dentro. Los gobiernos pueden resistir las sanciones durante un tiempo, pero es difícil mantener el control cuando su propia gente comienza a rebelarse. El poder de las sanciones es su capacidad de erosionar la estabilidad de un país, no solo de aislarlo. Hubo un murmullo en la clase, y pude sentir cómo algunos de los otros estudiantes asentían de acuerdo. Sabía que mi argumento era sólido, y que aunque él tenía puntos válidos, su enfoque era demasiado limitado. Daniel me miró con una expresión pensativa, pero la sonrisa aún estaba en su rostro. A veces me preguntaba si él realmente creía en todo lo que decía, o si solo disfrutaba del debate por el mero hecho de discutir. —Es un buen punto, —admitió, inclinando la cabeza ligeramente a un lado. —Pero la pregunta es, ¿hasta qué punto podemos confiar en que esas presiones internas realmente generen un cambio? Muchos gobiernos autoritarios están dispuestos a sacrificar a su propia gente antes de ceder al descontento. Siria es un buen ejemplo de ello. Las sanciones no han cambiado nada allí, y el régimen sigue tan fuerte como siempre. Mis pensamientos volaron brevemente hacia Nicola. —Tienes razón en que no siempre funciona, —admití, respirando hondo, —pero cuando lo hace, puede tener efectos duraderos. No es una solución mágica, pero es una herramienta importante en el arsenal de la diplomacia internacional. Y no debemos subestimarla solo porque no siempre produce resultados inmediatos. Al final aceptó mi argumento, aunque sabía que no estaba completamente convencido. Pero eso estaba bien. Las discusiones no siempre eran sobre ganar, sino sobre expandir las perspectivas, y en ese sentido, había logrado mi objetivo. La clase continuó con más opiniones cruzadas y discusiones, pero mi mente seguía regresando, una y otra vez, a ese nombre que Bianca había mencionado esa mañana. Nicola. Justo cuando estaba a punto de salir del aula, sentí una mano en mi brazo. Me giré, sorprendida, y vi a Daniel a mi lado. Su sonrisa, tan segura y despreocupada como siempre, me hizo fruncir el ceño. Había algo en su energía que siempre me ponía a la defensiva, aunque no era peligroso. Solo... molesto. —Oye, espera un segundo, —dijo, soltando mi brazo, pero quedándose lo suficientemente cerca como para no dejarme escapar. —Quería hablar contigo. Levanté una ceja, curiosa y un poco cautelosa. Él era el tipo de persona que disfrutaba de la atención, y aunque nuestras discusiones en clase solían ser interesantes, nunca habíamos hablado fuera de estás cuatro paredes. —¿Qué pasa? —pregunté, tratando de mantener mi tono neutral mientras cruzaba los brazos, esperando a que hablara. Él se rió suavemente, como si lo que iba a decir fuera algo sin importancia, pero sus ojos estaban llenos de esa chispa que solía mostrar cuando estaba tramando algo justo antes de hablar en clase. Me di cuenta de que no estaba acostumbrado a que la gente lo desafiara, y probablemente eso era lo que le había llamado la atención de mí en primer lugar. —Pensaba que podríamos... no sé, salir a cenar algún día, —dijo, su sonrisa ensanchándose un poco más. —Tal vez esta noche. No hemos tenido la oportunidad de conocernos fuera de clases, y creo que sería interesante... intercambiar ideas sin la presión de los debates. Su invitación me tomó por sorpresa, y por un segundo, me quedé sin palabras. Él no era mi tipo. No era el tipo de hombre que solía atraerme... pero al mismo tiempo, no podía negar que la idea de una cena tranquila, una noche normal sin dramas ni amenazas, era tentadora. Después de todo lo que había pasado con Nicola, tal vez necesitaba algo así. Algo sencillo, sin compromisos, sin intensidad. Pero la duda me asaltó al instante. ¿Debería aceptar? Sabía que Bianca probablemente haría algún comentario sobre que saliera con alguien de la universidad. Y aunque no le debía nada a Nicola, una parte de mí sentía que lo que fuera que sucediera entre Daniel y yo de alguna manera lo incluiría a él. —Daniel, no sé... —empecé a decir, pero él me interrumpió con una mirada juguetona. —Venga, Vale, —dijo, su tono ligero, intentando convencerme. —Es solo una cena. No hay presiones ni segundas intenciones. Solo dos compañeros de clase disfrutando de una buena conversación y algo de comida. Lo miré a los ojos, buscando cualquier indicio de que sus palabras eran sinceras, pero no encontré nada que indicara que tenía otros planes. Y aunque algo dentro de mí seguía advirtiéndome que tal vez no era una buena idea, otra parte, una que estaba agotada de la tensión y el caos, decidió ceder. Después de unos segundos de duda, le di mi respuesta.
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